Atravesamos la segunda semana desde que terminó el Estado de alarma en territorio español y todo parece normal. ¿Normal?
Los diarios de la mañana dicen que Trump se quiere quedar con todo el remdesivir posible, es decir, todo, con lo cual en el resto del mundo nos quedamos sin antiviral. Peter Piot, el científico que dirige la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y que es el asesor especial sobre coronavirus de la presidencia de la Comisión Europea, dice que estamos en el principio de la pandemia, que las cifras de contagio que se manejan son solo las comprobadas, con lo cual, las multiplica por dos y recomienda prepararse para una segunda ola. En el caso de Europa, nos relajamos después de pasar la primera. Después de la gripe española de 1918 y el VIH, la covid-19, para Piot, es la mayor epidemia y la peor crisis social en tiempos de paz.
Ayer tuve dos reuniones de trabajo. La primera, virtual, fue con una empresa cuya preocupación no solo son las pérdidas sino como establecer vínculos con su sector que les sirvan para leer lo que ocurre, es decir, la incertidumbre y el riesgo. Apareció en la conversación la necesidad de observar "fuera de la caja", ya que dentro de ella estamos en un pasado tan lejano como la penúltima estación del año, pero del que no nos sirve ninguna herramienta empírica. Daniel Kahneman le llama sesgo de confirmación, el cúmulo de creencias que hemos acumulado y que adaptan la realidad a nuestro mapa. Lo que vemos es lo que es y no lo que nos gustaría ver.
Diario de la peste: contrastes
Más tarde fui a comer con dos amigos, pero el motivo del encuentro era laboral. El almuerzo fue en una terraza, a la sombra del febril mediodía madrileño, y salvo la mascarilla de los camareros y la distancia de las mesas, el resto no difería de cualquier mediodía del verano pasado. La conversación, sí. Un periodista de investigación y un funcionario del gobierno, ambos en línea con Peter Piot, es decir, que como diría Groucho Marx y observando el bullicio de la terraza, mejor es creer al científico que a lo que ven nuestros ojos. Hubo un fugaz recorrido sobre las diversas suertes de algunos amigos en común durante la cuarentena y también hablamos del Lusitania y esto, me doy cuenta ahora, es una clara marca del no-lugar al que nos dirigimos.
El Lusitania es el tren que conectaba Madrid y Lisboa. Mi primer viaje a Portugal fue en ese tren, cruzando toda una noche, en dirección suroeste, la península.
Diario de la peste: el principio de incertidumbre
Lisboa, vista desde aquí, es un regreso a la calma, a un rincón del pasado que hace cierta esa nostalgia por lo que no se tuvo, porque allí, de manera curiosa pareciera que nuestra imaginación hace real una estancia en el sosiego. Todos vuelven a Lisboa: Wenders, Tabucchi, Tanner, hasta Mastroiani eligió ese sitio para contar su intimidad, antes de morir, en un documental de Anna Maria Tatò.
El Lusitania no circulará más porque es deficitario y a pesar de que el año pasado viajó en él Greta Thunberg para asistir a la cumbre del clima en Madrid, y Renfe, la empresa pública del ferrocarril español, hizo publicidad sobre las pocas emisiones de C02 del tren, la covid-19 lo ha puesto en vía muerta.
En la película, Tren nocturno a Lisboa de Bille August, no se evoca al Lusitania ya que su protagonista llega en tren desde Berna. Es un profesor al que la lectura de un libro lo arrastra a la ciudad, en busca de los pasos de su autor, un médico que lucho contra la dictadura de Salazar. El profesor, cuya vida se cuestiona a través de esta experiencia, cita a Pessoa: “Los campos son más verdes en su descripción que en su verdor”.
Creo que por eso se inventa a Lisboa en la imaginación. También el pasado. Aquí en el hemisferio boreal, pronto le daremos otro verdor al verano anterior. Porque no será fácil, sin certeza alguna, pensar que el mañana es mejor.
MR/FeL/FF