OPINIóN
ECONOMISTA DE LA SEMANA

Comienza el fin de la luna de miel de Sergio Massa

Sergio Massa
Sergio Massa | Telam

En breve Sergio Massa cumplirá 60 días de gestión. Una evaluación instantánea da cuenta de un comienzo positivo, en particular para un gobierno que se enfrentaba a un colapso de impensables consecuencias políticas y sociales antes de su llegada. Domesticar la histeria financiera de junio y julio, contener por ahora las fuertes presiones devaluatorias, despejar por un año los vencimientos de la deuda en pesos, frenar el crecimiento desordenado del gasto primario y recomponer parcialmente la caja en dólares del Banco Central son resultados palpables. No es poco. La hemorragia pudo ser suturada.

La agenda macro del ministro es en esencia ortodoxa, con una fuerte dosis de ajuste fiscal, restricción monetaria, y tasas de interés reales positivas que están dándole cierto ordenamiento al “mundo de los pesos”. La política cambiaria –intentando esquivar el salto– muestra un estilo “sui generis” (hablar de heterodoxa luce demasiado) que le permite al BCRA comprar US$ 2.200 millones en lo que va de septiembre y tranquilizar las expectativas devaluatorias. Estas alquimias duran poco y lejos están de solucionar la estrechez de divisas, pero goles son amores.

Se acercan los 60 días de gestión del ministro que comenzó de manera positiva

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Un atributo de toda buena economía, como es la necesaria coordinación, secuencia y timing de las políticas y los actores que la implementan, parecía también estar lográndose con el recambio de ministro. Hasta el mismo cristinismo había aceptado el demorado ajuste de las tarifas públicas. Sin embargo, cuando el lunes pasado el Banco Central le prohibió a los pesos generados por el “dólar soja” (excepto los de aquellos productores personas humanas) dirigirse a los mercados libres (CCL-MEP), el humor se alteró.

¿Candidez del equipo Massa en hablarle con el corazón a ciertos sojeros que responden con el bolsillo y deciden no mantener sus excedentes en pesos? ¿Una medida –de nuevo, no coordinada– que no tenía la anuencia del ministro y fue decidida por un directorio ratificado ese mismo día? Sea lo que fuere, la relativa calma financiera sintió el impacto, y vuelve a generar el interrogante de cuán sostenible es el equilibrio entre los dos mundos, el de los pesos y el de los dólares, en los próximas meses. Cambiar de imprevisto las reglas de un juego que dura un mes no hace más que sembrar dudas acerca de los reales esfuerzos por recuperar reputación. Pero si esas reglas, además, se alteran en el sensible mundo del dólar, cuando son inminentes nuevas decisiones cambiarias, las consecuencias se vuelven más peligrosas.

 20220917_massa_georgieva_fmi_prensamecon_g

Supongamos que Sergio Massa decidiera prorrogar el “dólar soja”. Más allá de que ahora los productores estarán mucho menos predispuestos a creer y de los impactos sobre la emisión y los pasivos remunerados del Banco Central, muy relevantes, también habría que considerar las contingencias fiscales asociadas. Veamos por qué. En otros desdoblamientos, como en 1971, el dólar “promocional” quedaba por debajo del utilizado por el BCRA para registrar sus activos y pasivos en dólares en su balance. Es decir, no había necesidad de transferir recursos desde el Tesoro.

Ahora, el “dólar soja” se ubica por encima y, en consecuencia, para no afectar patrimonialmente a la autoridad monetaria, la diferencia tiene que ser cubierta por el Tesoro con una letra en dólares. Como la frazada es corta, el que se afecta es el patrimonio del Tesoro, obligándolo a una mayor contracción fiscal.

Bajo estos esquemas de dólares promocionales, el Central compra caro (exportaciones) y vende barato (importaciones). La solución patrimonial obvia pasaría por elevar el dólar de importación. Claro que a costa de más inflación. Un camino intermedio, quirúrgico, sería elegir quiénes pagarán más caro sus compras externas, sectores que combinen los mayores aumentos en su déficit comercial con el menor traslado a precios posible.

Ahora vienen tiempos de letra fina con un horizonte plagado de dilemas

El candidato natural, “fácil”, es el del turismo emisivo (pasajes al exterior y gastos con tarjetas de crédito). Su déficit está en niveles de 2012, en dólares constantes, pero por debajo de los picos de 2013 y 2017. Pero lo preocupante es su tendencia: en agosto le demandó un promedio de 38 millones de dólares netos por día al BCRA, unos 800 millones al mes. Enviar esa demanda de dólares turísticos a los mercados financieros libres, que operan 100-120 millones diarios, tiene la dificultad de la escasa disponibilidad de depósitos en dólares en los bancos (unos US$ 17.400 millones). Con la dinámica actual, el mercado de los dólares MEP llegaría a cubrir apenas algo más de 3 años de déficit turístico. Insuficiente si no crecen los depósitos en dólares en los bancos locales.

La alternativa es un desdoblamiento formal, con un dólar comercial para las operaciones de comercio exterior (más alto que el actual) y otro financiero (MEP-CCL) para el resto (pagos de deuda privada, turismo, servicios, etc.). Naturalmente, se reduciría la demanda de dólares, pero también la actividad económica.

En un horizonte plagado de dilemas y laberintos y, fundamentalmente, con un “mejor escenario” posible como el de la estanflación, cuanto menos fluido sea el ingreso de divisas al BCRA en los próximos meses, más limitaciones habrá para acceder a los dólares para producir. Como no hay para todos y todas, al menos el Gobierno debería brindar un mecanismo de asignación, de cupos sectoriales, para reducir la incertidumbre y suavizar los costos recesivos, hacer menos friccionado el camino. Estas perspectivas recesivas tampoco de-sinflarán los aumentos de precios en lo inmediato. La contracción fiscal y monetaria en marcha llevará meses en quedar reflejada en los índices, sin contar además que esta inflación lleva una inercia que le da vida propia y que, si no se resuelve adecuadamente la cuestión salarial, la puede estimular.

El ajuste es un viaje doloroso, con impactos efímeros en lo inmediato, donde lo negativo prevalece en gran parte de la trayectoria y que demanda una consistencia técnica y una contrición política para sostener las decisiones, enormes. Las mieles de la luna de miel terminan siempre pronto en el quinto piso de Hipólito Yrigoyen.

*Economista y presidente de Analytica Consultora.