OPINIóN
Pandemia de coronavirus

La educación no entra en cuarentena

En este tiempo los profesionales de la educación, las instituciones y los alumnos se adpataron a las nuevas formas de enseñanza y de aprender

Educacion computadora internet clases
Aula virtual | Daniel Friesenecker / Pixabay

El 20 de marzo Argentina entró oficialmente en régimen de cuarentena social, preventiva y
obligatoria producto de la Pandemia de Coronavirus.
Sin embargo, y quizá paradójicamente, lo que estamos comprobando en este contexto de aislamiento es la importancia del otro: todos tenemos un papel en esta historia
con protagonista colectivo.

Y los docentes no son la excepción. Desde que se anunció la suspensión de clases a nivel nacional han estado, de hecho, en el centro de la mirada pública. En las redes circulan infinidad de imágenes de aulas virtuales en las que los pupitres fueron reemplazados por cámaras que enfocan, en primer plano y miniaturizados, los ojos expectantes, confundidos, a veces congelados de miles de niños, niñas y adolescentes.

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Pero ser docente en medio de una cuarentena no significa solamente planificar y adaptar contenido para un mundo virtual sino, y especialmente, buscar las mejores estrategias para intervenir en el mundo real. La escuela es, para muchísimos estudiantes, fuente de conocimiento pero también de alimento, contención y refugio. Ser docente es, entonces, acercar comida y atender los comedores, es pasarse horas hablando con los estudiantes por WhatsApp para asegurarse de que estén bien física y emocionalmente, es escuchar las necesidades de padres y madres y armar redes dentro de las comunidades educativas para encontrar soluciones. Ahora y siempre, ser docente es aprender a contextualizar las prácticas.

Los que trabajamos en educación sabemos que ya hace bastante tiempo esa parece ser una de las preocupaciones centrales: los contextos no son solamente desiguales sino que también cambian precipitadamente mientras la escuela se mantiene intacta, rígida, enciclopédica. Creo que todo esto dejó de ser cierto, al menos en parte, a mediados de marzo cuando se tomó la decisión de suspender las clases. En materia de días, esa escuela
que parecía inmutable comenzó una transformación vertiginosa. A nivel institucional se habla de complementar la enseñanza por medio de la radio y la televisión, de modificar los regímenes de aprobación, de solapar años lectivos. Pero también se registran innovaciones a nivel comunitario, familiar: niñas y niños que encuentran sus propios tiempos de aprendizaje, que articulan redes con sus padres, con sus pares, con sus docentes, que
desarrollan nuevos niveles de autonomía.

Y es que si bien a veces resulta tentador asociar a las instituciones con las estructuras arquitectónicas que las alojan, lo que nos recordó esta crisis es que son en verdad las personas, las comunidades, los pilares fundamentales que les dan forma.

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Todavía queda un largo camino por recorrer si queremos alcanzar un sistema educativo equitativo que abrace y acompañe las trayectorias y necesidades diversas de cada uno de los estudiantes, que les permita acceder a los conocimientos necesarios para poder desarrollar plenamente su proyecto de vida y construir así una sociedad más justa. La buena noticia es que ya aprendimos que los cambios son posibles si actuamos con decisión y sentido de urgencia. Ojalá cuando miremos hacia atrás en algunos años hablemos de cómo un virus nos hizo perder el miedo, de cómo quedarnos en casa nos movilizó a la acción, de cómo el aislamiento se tradujo en solidaridad. Ojalá este sea el punto de partida

que de inicio a propuestas educativas de calidad para terminar de una vez por todas con el virus que amenaza nuestro sistema educativo: la inequidad.

*Directora Ejecutiva de Enseñá Por Argentina.