El avance de la pandemia del coronavirus pone a la escuela ante su más grande crisis de identidad. ¿Por qué? Porque el sistema educativo tradicional, esa escuela de los últimos 100 años, casi sin quererlo ni generarlo, se enfrenta a un inminente cambio de identidad.
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Y un día la escuela tradicional entró en crisis de identidad
Hace tanto que venimos diciendo que la escuela se metió en un corsé del que no puede salir. Es como si alguien le hubiera dicho que ser escuela significa aulas cuadradas, cerradas, separadas por edad, donde los alumnos se sientan en mesas mirándose la nuca y esperando para saber qué deben hacer ese día. Y también le dijeron que ser escuela es: filas de niños esperando para entrar; contenidos aislados y separados por materias inconexas dictados por profesores que muchas veces tampoco tienen nexos entre ellos. Además, le dijeron que ser escuela es evaluar con números o letras y que una escuela que se precie, le dijeron, tiene una buena cantidad de alumnos que no pasan de año y es por ello que se llevan materias a diciembre o a marzo. Así que ella orgullosa de tener montones de niños que, en verano, están rindiendo lo que no aprendieron durante el año.
Además, a la escuela, muchas veces, le han dicho que los padres y la familia no tienen nada que ver con ella. Es así que si los niños llevan tarea a casa en la escuela le dicen: pero esta tarea la debes hacer sin ayuda de tus padres, sin ayuda de nadie.
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Se dice que para la escuela lo importante es lo que pasa dentro de ella y busca que los papás y las familias no se metan con los aprendizajes ni opinen demasiado sobre el desarrollo de los niños.
A la escuela también la convencieron sobre los tiempos. Le vienen diciendo hace unos 100 años que lo más valioso es lo que ocurre en ese tiempo de escuela, y que lo que ocurre por fuera no es tan importante y que ese afuera no tiene posibilidades claras de venir a enriquecer lo que ocurre adentro. De 8 a 12 o de 13 a 17 o en el horario que esté abierta, el aprendizaje está ocurriendo allí y la escuela se siente alegre y afortunada de ser lo que es.
La escuela tradicional de hace 100 años está en estos días con una gran crisis de identidad. Pues de un día para el otro y en medio del primer mes de clases que es uno de los períodos que más le gustan -cuando ella es la estrella y en sus espacios se dicen todas las normas, reglas, sistemas de evaluación y calificación-, se quedó vacía. De golpe, la escuela se está enterando que el aprendizaje de los alumnos continúa, pero en sus casas.
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Aquella escuela que se creía única y todopoderosa, la única forma y método de enseñanza, se está percatando que los docentes, muchos de ellos, están fascinados inventando formas de enseñar y aprender por medio de videos, cuadernillos y experiencias remotas y que lo hacen desde sus hogares. Es más, muchos educadores están teniendo mejores relaciones con sus alumnos revoltosos que cuando los tenían encerrados en el aula. La escuela está advirtiendo, un poco incómoda, que esos que siempre están haciendo cola en dirección para ser reprendidos, hoy estén realizando un experimento en su casa, aprendiendo de sus compañeros que comparten ideas por el celular y a distancia, al mismo tiempo que el docente los anima a probar otros caminos para resolver el enigma.
Esta escuela que conocimos en los últimos 100 años, se está despertando de un largo sueño y está muy confundida. Se siente triste, se siente vacía. Necesita que le digamos: es tu hora, es tu oportunidad, es el momento en el que podes dar el salto a tu nueva identidad.
El sistema educativo debe implosionar
Tenemos que decirle: anímate escuela, anímate a ser esa institución que gracias a esta contingencia del coronavirus puede darse cuenta que hay otra manera, otra identidad. Una escuela que puede probar nuevas metodologías de aprendizaje, nuevas herramientas innovadoras y creativas, nuevos roles del alumno y del docente, nueva manera de participación de la familia en el proceso educativo de los jóvenes, nuevo escenario más allá de las tradicionales cuatro paredes.
Llegó la hora de una escuela mucho más amplia, flexible y fascinante. Una en donde los profesores y los alumnos descubren juntos, donde los docentes y directores trabajan en equipo, donde los padres y las familias ocupan un lugar clave, donde la responsabilidad es compartida, donde los horarios pueden moverse, y donde el tiempo de aprendizaje es 24x7. Es tiempo de que la escuela descubra su nueva identidad.