Cristina Fernández de Kirchner debe haber visto la foto de la Plaza de Mayo repleta de este martes 10 de diciembre en mayo, cuando postuló a Alberto Fernández como candidato presidencial en YouTube. Aunque puede haber sido en 2018, cuando empezó a escribir Sinceramente por recomendación de su futuro compañero de fórmula. O en octubre de 2017, después de la derrota en las legislativas, cuando comenzó el acercamiento a los otros sectores del peronismo que confluirían este año en el Frente de Todos. Pero la vio. No cabe duda de que la vio venir. En el video que publicó el 18 de mayo pasado está casi todo. "Nunca me desvelaron los cargos políticos, ni tampoco fueron mi principal motivación", decía la voz en off. "Los cargos también son herramientas para llevar adelante los ideales, las convicciones, las utopías", agregaba CFK. La senadora nacional hablaba de "contrato social"; pedía una "coalición amplia", una "unidad que ordene la vida" de los perjudicados por el Gobierno de Mauricio Macri y recordaba a Néstor Kirchner al citar "no me guían ni el odio ni el rencor".
Cristina entendió: capaz podía ganar sola, pero hacía falta "convocar a los más amplios sectores sociales y políticos, y económicos también, no sólo para ganar una elección, sino para gobernar". En menos de siete meses, una eternidad, terminó de corregir una década de errores y sectarismos. Armó un frente y ganó las elecciones. Y volvió a la plaza de la que se había ido convertida en calabaza, cuando todos la daban (la dábamos) por jubilada política o posible presidiaria. Cuatro años después, saludó casi como si nunca se hubiese ido: "Ahora estoy bien", dijo. Pidió "humildad para saber que lo colectivo es más importante que lo individual", que los dirigentes entiendan "que no todo empieza y termina en uno", porque "uno es más grande cuando es parte de un todo".
La intimidad de Alberto en su primer día en la Casa Rosada
No es el mismo río, ni la misma Cristina, de hace cuatro años. Resulta difícil ya compararla con la historia. El propio Juan Domingo Perón, en otras circunstancias, demoró 18 años en un retorno fallido. Cristina, que cursó histrionismo evitista, lo citó cuando le avisó a Alberto: "La lealtad entre la política y el pueblo es a dos puntas. Los pueblos no son sonsos ni tontos; conciben a la lealtad con aquellos dirigentes que sienten que los defienden y los representan". Lo mismo que Perón había dicho en menos palabras: "El pueblo no olvida a quien no lo traiciona".
Cristina construyó un regreso, pero además elabora una incógnita. Nunca revela qué va a hacer, aunque a veces haga lo obvio y otras veces lo mejor. Eso permite que cada observador intuya sus acciones en base a sus propios prejuicios y deseos. Ahí varios analistas leen: va por todo, va a traicionar, la ruptura es inevitable. En un país donde nadie regala nada, donde nunca hay vacío de poder (porque siempre alguien lo ocupa), Cristina cedió el suyo para terminar ganando aún más y empoderar a Alberto. Parece improbable que haya armado tanto para romper tan pronto. Puede limitarse a controlar el Congreso para apuntalar el proyecto del presidente o pesar en las decisiones del día a día; en cualquier caso, el discurso sugiere un apoyo amplio, pero con límites.
Cristina ya logró lo que Perón no pudo: volvió pronto, volvió mejor, y construyó un heredero en Alberto para darle en vida su plaza. Aunque, en rigor, sería más preciso decir que se la alquiló. En el contrato, señaló a los verdaderos dueños, le marcó la cancha, y le mostró los límites: "Presidente confíe siempre en su pueblo. Ellos no traicionan. Son los más leales. Solo piden que los defiendan y que los representen. No se preocupe, presidente, por las tapas de un diario. Preocúpese por llegar al corazón de los argentinos y ellos siempre van a estar con usted". Es un voto de confianza, pero también una advertencia.