En esta semana hubo muchas consultas en el off the record sobre dos cuestiones:
1) ¿es cierto que Ella está arrepentida de haberlo hecho candidato y presidente? y
2) ¿es verdad que Él amenazó con renunciar? Los periodistas que lo plantearon son serios y con buenas fuentes. Sin embargo, ambas situaciones podrían ser más fruto de un momento de fastidio que de una opinión suficientemente meditada.
¿La sangre llegará al río? Más allá de cuán peleados o amigados estén Alberto y Cristina, lo cierto es que todo este debate –superimportante para el devenir institucional y político– permea poco o nada en la calle, al menos al nivel de detalle. Está claro que en los estudios de opinión pública no cuantitativos nos encontramos con un presidente desgastado y depreciado, que empezó bien pero que está transitando mal, y que empezó a ganarse el odiado mote de títere. Pero la “angustia” y la “frustración” –las dos palabras que más usan los entrevistados para describir su estado de ánimo– pueden más que cualquier pelea política. Este detalle es muy relevante para que toda la dirigencia política comprenda cabalmente en qué campo está jugando, cuáles son sus márgenes de maniobra y cuánto nivel de confrontación se tolera.
La grieta existe en la sociedad, sin duda, pero es un atributo más de la política que de la gente, y más allá de que se registre una fractura profunda, la mayoría no la quiere. Mucho menos en estas circunstancias angustiantes. Creen que la mentada grieta es una herramienta que usan algunos políticos para llevar agua para su molino, pero que contribuye poco y nada a sanar heridas y calmar miedos. Otro gran detalle para calibrar estrategias.
Esto lleva a pensar a si el público independiente de los dos polos y por definición moderado castigará a los “agrietadores” de ambos lados, o si por el contrario terminarán de votar según el esquema binario “pasta o pollo”.
Depende de varios aspectos:
El clima de opinión hacia el final de la carrera. Si da la impresión que la elección es un gran plebiscito sobre Cristina –aunque no esté en ninguna boleta– y que ella es la gran contribuyente a la radicalización, la pelota caerá de un lado de la red y no del otro. Por el contrario, si faltando dos meses hay señales de paz y amor, las consideraciones van a ser de otro tipo.
La oferta política. Si no pasa nada nuevo, esto será al final una cuestión de dos grandes y algunos enanos. La cuestión es con qué fuerza lleguen los enanos actuando de receptores de disconformidad de ambos polos. Cuánto se le cae por derecha a Juntos por el Cambio, y cuánto se le cae por el centro al Frente de Todos. Por ahora y durante mucho tiempo eso será una incógnita. Sin embargo, a la opción Espert-López Murphy además hay que visualizar a personajes como Urtubey y Randazzo para ver cómo sería el juego real, sobre todo tratándose de una elección de medio término, donde muchos votantes se sienten menos presionados de pensárselo bien porque no se eligen ejecutivos.
Los gobernados
son más sensibles
a las políticas
públicas que a la
forma de ser
La situación sanitaria. Aquí depende de si se llega a casos extremos –tipo Brasil– o si solo es una repetición del año pasado. La sensación es que mientras el sistema sanitario aguante la reacción popular será leve. Por supuesto, el gobierno no tiene margen para volver a fase 1 o imponer restricciones antipáticas. Pero después de los sucesos de Formosa, creo que eso por ahora está archivado. El punto es que –salvo que explote– la preocupación personal mayoritaria es la económica, no la pandemia.
La situación económica. Entre el rebote técnico y el viento de cola mundial, debería haber buenas noticias en general y algunas malas en particular como la inflación. Después es cuestión de hacer proyecciones. ¿Alcanzarán los dólares para mantener la máquina andando si no hay acuerdo con el FMI hasta después de las elecciones? ¿la segunda ola de contagios obligará a volver a emitir y olvidarse de pautas fiscales prudentes? ¿lo que se gane por mayor actividad se perderá por deterioro salarial? ¿habrá una devaluación forzada desde el mercado por temores a una mayor radicalización del oficialismo? Imposible de predecir porque no depende solo de la habilidad gubernamental, pero que tampoco permite asegurar que habrá un aquelarre.
Así como está hoy la parte de la opinión pública que cuenta –el 15 a 20% moderado que inclina la balanza para un lado o para el otro– estaría más próxima a dar el siguiente mensaje: “muchaches oficialistas u opositores, pónganse las pilas para sacarnos del infierno, o todos van a pagar los platos rotos”. Por eso los debates en ambos campamentos son y serán arduos. ¿Qué hay que hacer para aprovechar este clima de opinión? ¿endurecerse para irritar al máximo o aflojar para captar la mayor parte de ese 15 a 20%?
La autoestima argentina está tan por el suelo que la mirada se posa sobre figuras que generen alguna esperanza y vitalidad para convertirse en líderes confiables, que “renueven la vidriera”. Ahí el tablero ya había empezado a moverse con Horacio Rodríguez Larreta al convertirse en la mejor imagen de la oposición y del electorado total. Dentro de su propio espacio le surge Patricia Bullrich pegando en un tema que exige dureza como la seguridad. Su conocimiento a nivel nacional es aceptable y va cosechando más imagen positiva que negativa.
En esto de renovar la vidriera es importante ponerle ojo a lo que está pasando dentro del radicalismo. En los últimos dos domingos se votó para elegir autoridades partidarias y asistieron casi 200 mil afiliados. Para no votar nada sustancial, asistió más gente de la cuenta (sin mucho acarreo). Lo interesante es que se empezó a librar una pelea de fondo entre dos personajes que podrían ser competitivos –al menos en una primaria con el PRO- que son Martín Lousteau y Facundo Manes. Ambos muy conocidos a nivel nacional y con buena imagen. Ambos no contaminados por la etapa Macri y, sobre todo, no llegan a esta instancia siguiendo el cursus honorum partidario. Este detalle viene a subsanar el déficit de 20 años que lleva el radicalismo de no tener una figura propia capaz llegar a la final, pese a tener 3 gobernadores, más de 400 intendentes y cientos de legisladores en todos los niveles.
Párrafo final para otra oportunidad que presenta el escenario: la demanda de líderes mujeres, no importa de qué partido vengan. La Argentina tiene un índice razonable de participación femenina en cargos, comparativamente con la región. No somos Islandia claro, pero el viento empuja para ese lado.
*Consultor político. Ex presidente de AsACoP.