OPINIóN
Planificar a futuro

De cisnes negros y rinocerontes grises

Uno de los grandes desafíos que tenemos es planear en este contexto cada vez más volátil, más incierto, más complejo, más ambiguo, más hiperconectado, más frágil y con cambios no lineales.

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planificación/proyección | Agencia Shutterstock

Uno de los temas más apasionantes es intentar planear el futuro. Planear no es otra cosa que tomar decisiones en forma anticipada y, justamente, uno de los grandes desafíos que tenemos es hacerlo en este contexto cada vez más volátil, más incierto, más complejo, más ambiguo, más hiperconectado, más frágil y con cambios no lineales. Se ha convertido en una tarea faraónica y por demás compleja.

No son pocas las empresas -y la mayoría de sus ejecutivos- que dedican gran parte de su tiempo al planeamiento estratégico, uno de los aspectos más demandantes en cuanto a cantidad y calidad de esfuerzo intelectual. Sin embargo, cuando uno se pone a pensar la realidad actual, ve que la agilidad, la flexibilidad y la repentización -cambio en velocidad- son aún más importantes. Como me afirmó el CEO de una de las principales empresas tecnológicas argentinas, ahora el corto plazo son tres días, el mediano, tres semanas y el largo, tres meses. Sin embargo, no hay que confundirse: eso no significa que debamos evitar proyectar escenarios potenciales y estar preparados para enfrentarlos.

Claro que existe el riesgo de que lo que planeemos sea, finalmente, algo muy lejano a la realidad. De todas maneras, tenemos una serie de herramientas y estrategias para poder desarrollar ese proceso de una manera lógica, responsable y con un enfoque generativo y profesional.

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Si hablamos de planeamiento y de futuro, hay dos metáforas que nos sirven para entender gran parte de lo que está sucediendo en los últimos años. La primera es la metáfora del cisne negro, propuesta en 2007 por Nicholas Nassim Taleb, profesor, escritor y exoperador de bolsa, de origen líbano-estadounidense. Su teoría precisa la idea de los acontecimientos absolutamente improbables, pero que tienen un gran impacto cuando ocurren. No se pueden explicar previamente, es posible diseccionarlos recién luego de que acontecieron. Es entonces cuando podemos reconstruir la historia hacia atrás e incluso pensar: “¿Cómo no lo vi antes?”.

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Ahora el corto plazo son tres días, el mediano, tres semanas y el largo, tres meses.

Todos podemos darnos cuenta de que hay algunos acontecimientos que cambiaron para siempre el curso de la historia, como la Primera y la Segunda Guerra Mundial o la aparición de Internet o la llegada al Vaticano de un papa latinoamericano. Son eventos que podríamos definir como cisnes negros, frente a los que no se pudo anticipar más que cierto grado -muy bajo- de probabilidad. Podemos encontrar otro ejemplo en los atentados a las Torres Gemelas de 2001 o en las grandes crisis económicas; incluso en la reciente pandemia de Covid-19. Acontecimientos extremadamente raros, muy sorpresivos, pero que causaron un impacto severo en la historia.

La metáfora tiene su origen en que hasta hace unos doscientos años, se creía que todos los cisnes eran blancos; pero en ese momento una persona de paso por Australia descubrió que había aves iguales a los cisnes, con los mismos comportamientos, pero de color negro.

Si bien la teoría de Taleb se aplica fundamentalmente a la economía, es extensible a todos los ámbitos y, en general, en las catástrofes muchas veces se habla de los cisnes negros. Hay que destacar que no necesariamente es algo negativo, Internet -dentro de los ejemplos que mencionamos- resultó ser algo definitivamente positivo.

La segunda metáfora es la del rinoceronte gris. Se trata de un concepto diferente y complementario al del cisne negro, pero que muchas veces lo sustituye. Esta idea fue presentada hace unos 10 años, por la periodista Michele Wucker, en el Foro de Davos. Ella desataca que muchas veces hay señales claras que anticipan un problema serio, pero las ignoramos. Los rinocerontes grises son riesgos con alta probabilidad de existencia y generan un gran impacto, pero que solemos silenciarlos. Las crisis muchas veces son advertidas; sin embargo, no necesariamente se toman los recaudos requeridos. Algunos ejemplos típicos son los cambios tecnológicos o los desastres ambientales; a pesar de que se los reconoce, no se los registra. Y, cuando se los empieza a admitir, el daño que generan es irreversible, ya es demasiado tarde.

Pueden tener su génesis en nuestro sesgo de optimismo, que nos anestesia y nos lleva a descartar los indicios que se presentan y no tomar en cuenta todas las consecuencias que traen aparejados. A veces no es solo el sesgo, sino la actitud de negar u ocultar ese dato, ese anticipo y pensar que de esa manera lo evitamos.

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Ambos fenómenos nos impulsan a posicionarnos de manera diferente en el momento de la planificación a partir de las dos variables críticas: la probabilidad y el impacto. La probabilidad remite a la frecuencia ‒muy baja, baja, alta o muy alta‒ en que pueden concretarse las diferentes estimaciones, mientras que el impacto se refiere a la intensidad de las consecuencias previstas, que pueden ser muy leves, leves, graves o muy graves. Si el impacto potencial visualizado fuera muy grave -más allá que la probabilidad sea muy baja o baja-, es recomendable considerarlo y evitar la aparición del cisne negro. La activación de las alertas tempranas es un camino que puede generar un ahorro de tiempo, recursos y energía muy considerable.

Sintetizando, hemos vivido muchos cambios de alto impacto en el último tiempo y en el futuro cercano se van a generar muchos más. El futurista Gerd Leonard afirma que los próximos veinte años nos traerán más transformaciones que los trescientos años previos. Podemos afirmar que los últimos 30 meses nos han traído muchísimos más cambios que varias decenas de años anteriores. Estará en cada uno de nosotros identificar tempranamente a esos rinocerontes grises que podrían atentar seriamente sobre nuestra sostenibilidad. Y prepararnos para el futuro con esperanza, tal como describió Lord Jonathan Sacks: el optimismo es creer que las cosas van a mejorar; la esperanza es la creencia de que si trabajamos lo suficientemente duro podemos mejorar las cosas.

*Alejandro Melamed es Doctor en Ciencias Económicas (UBA), speaker internacional y consultor disruptivo. Autor de “El futuro del trabajo ya llegó” que acaba de publicarse.