Tres horas en Lima, por Andrés Di Tella
Me entero con dolor de la muerte de Darío Alessandro, a quien conocí hace diez años en Lima, donde era embajador. Anoté estas palabras en mi cuaderno, el 17 de agosto de 2009, que reproduzco a modo de (muy) modesto homenaje:
“El embajador de la República Argentina en Lima es Darío Alessandro (¿remember la Alianza?) que me invitó a comer en un lindísimo restaurant sobre el Océano Pacífico. Veleidades del cuerpo diplomático. Lo que podría haber sido un almuerzo "protocolar" se convirtió -gracias al instinto documental de un servidor, todo hay que decirlo- en una apasionante biografía política, mechada con pescadito peruano y vino argentino (de la embajada). Alessandro me contó su trayectoria desde los Montoneros, pasando por la JP Lealtad (el sector que se abrió de Montoneros por estar en desacuerdo con la vía armada a partir del regreso de Perón al país), la vida durante la dictadura, el "grupo de los 8" de los peronistas disidentes antimenemistas, el Frente Grande con Chacho Álvarez, la conformación de la Alianza, la renuncia de Chacho y la caída de De La Rúa. Ojalá lo hubiera grabado. Un tipo extraordinariamente lúcido y sincero, hoy medio "retirado" de la política, por desgracia. En todo caso, si decide "volver", se ganó mi "voto”.
Lo apreciaba mucho a Darío, a pesar de casi no conocerlo. Me quedé con el sentimiento de que, si hubiera más políticos como él, nuestro país sería diferente. A la vez, su misma existencia era la prueba de que se podía ser distinto. Fue un encuentro inesperado e inolvidable, del que aprendí muchas cosas. A veces dos o tres horas alcanzan. Con una conversación me quedó grabado, como si nos conociéramos de años, casi lo sentía como un amigo. Muy raro.
El ser y la existencia, por Paula Pérez Alonso
Qué tristeza enorme despedir a Darío Alessandro. Increíble todavía. Darío, un tipazo que se formó en política al lado de su padre, un hombre respetadísimo, con quien conformó el Grupo de los Ocho y después el Frente Grande, a principio de la década del 90. Darío sabía cuál era su razón de ser. Con una visión lúcida y generosa sobre la Argentina, fue inteligente y solidario, aunque sabía mantener la cabeza fría, y así se bancó la caída de la Alianza cuando Chacho renunció a la vicepresidencia y el gobierno de De la Rúa se fue a pique. Con enorme compromiso y conciencia de la responsabilidad que se le había delegado, fue diputado nacional y jefe del bloque de la Alianza hasta el final. Yo habría votado al Frente Grande pero no voté a la Alianza porque De la Rúa siempre me pareció un pusilánime. Igualmente fui testigo de cómo Darío aguantó los trapos con dignidad admirable cuando el país se derrumbaba y parecía que se abría la tierra bajo nuestros pies. Un político nada ingenuo pero sí honestísimo, delicado y firme, que te hacía revalorizar la política: estaba persuadido de que había que meterse para cambiar las cosas. Te trasmitía su pasión y convicción de que nadie se salva solo, que la política es la única manera de construir el bien común. Y él construía desde adentro, como si siguiera aquel concepto sabio de “la organización vence al tiempo”. Lo conocí bien a través de mi querida amiga, la escritora Marta Cichero, su esposa, madre de sus adorables hijos Mauro y Martín.
Albert Camus decía que la felicidad del hombre está en la concordancia entre lo que un ser es y la existencia que lleva. Y este pensamiento simple y claro define una vida. ¿Se puede ser inteligente, sensible, sagaz, estratégico, consciente, solidario, generoso, delicado, culto, educado, apasionado, racional, honesto y dedicarse a la política en la Argentina? Sí, yo lo vi. Yo conocí a Darío Alessandro. Un lujo, un tesoro.
Homenaje a un ser íntegro, por Rodolfo Rodil
Conocí a Darío Alessandro a principios de los 90. Ambos teníamos una historia política en el peronismo y una visión crítica del gobierno de Menem, lo que nos llevó a establecer un vínculo con los diputados del llamado grupo de los ocho. Participamos de la fundación del Frente Grande y fuimos diputados nacionales entre 1995 y 2003. Fue en la Cámara de Diputados donde nuestra relación se profundizó. Allí descubrí a una persona inteligente, amplia, paciente, generosa y decente, cualidades difíciles de encontrar entre los dirigentes políticos.
En ese período vivimos desde la alegría de construir una tercera alternativa a los partidos tradicionales y llegar al gobierno en 1999 hasta la tristeza y la decepción por el fracaso de la Alianza cuyo punto culminante fue la renuncia del presidente tras la revuelta popular del 2001.
Fue en esos momentos de tensión cuando pude valorar en su integridad los valores que defendió Darío. Lejos de asumir una actitud claudicante encaró con entereza la responsabilidad que la cabía como presidente del bloque y mantuvo una posición coherente con el mandato que había recibido de sus votantes: defender las instituciones y aportar al sostenimiento de la democracia, buscando los acuerdos que permitieran que el país supere la grave crisis que enfrentaba y de la cual, en alguna medida, nos sentíamos responsables.
En esas circunstancias extremadamente complicadas siempre pugnó por encontrar coincidencias y buscar canales de diálogo entre las fuerzas en disputa con el objetivo de encontrar las soluciones que la urgencia demandaba y así lo hizo sin pensar en costos ni en ventajas personales.
Dicen que los triunfos tienen muchos padres y las derrotas son huérfanas, sin embargo la grandeza de las personas se mide más por su actitud frente a las derrotas que por el festejo de sus triunfos y Darío fue capaz de poner la cara en las peores circunstancias cuando era más fácil hacerse el distraído o cambiar de bando que asumir la responsabilidad de construir, junto a otros, la transición hacia la resolución de la crisis que el gobierno que integrábamos había desatado. He ahí el valor de las personas.
Darío se fue pero deja su legado de humildad, capacidad, decencia, entereza y responsabilidad que, quienes fuimos sus compañeros de ruta, valoraremos por siempre.