OPINIóN
Una sociedad contradictoria

Donald Trump: el presidente menos hipócrita de los Estados Unidos

Cuando habla de libertad de prensa, racismo, sexualidad, salud pública o el uso de armas, representa, de manera transparente, muchas opiniones con fuerte arraigo en su propia sociedad.

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Posó en el Salón Oval con productos de una empresa cuyo dueño lo elogió. | Cedoc

Estados Unidos siempre se ha mostrado al mundo como el paladín de la democracia, lo que parece contradecir la imagen que ofrece su actual presidente. Para intentar comprender esta aparente contradicción, examinaremos algunos acontecimientos que muestran que valores tales como la igualdad de oportunidades, el bienestar colectivo, la defensa de las libertades públicas o la transparencia informativa, se han visto permanentemente relajados a lo largo de la historia del país. Para eso comenzaré por el verdadero principio: por el origen del nombre oficial del país “United States of America” (USA).

Uno de los mapas más famosos e influyentes de la historia, obra del humanista alemán Martin Waldseemüller e impreso en 1507, lo fue por haber sido el primero en introducir la palabra “America”. El nombre, en homenaje a Américo Vespucio, quién había denominado a esas tierras como el “Nuevo Mundo”, hacía exclusiva referencia a la actual América del Sur. Pero además, Waldsemüller diferenció claramente esas tierras del resto del  mundo, separándolas de las que hoy denominamos “América del Norte”, territorio que, siguiendo la hipótesis de Colón, sería considerado por mucho tiempo un apéndice de Asia. En 2003, la única copia del enorme mapa fue adquirida por la Biblioteca del Congreso de Estrados Unidos por 10 millones de dólares. En ocasión de su exhibición, J. Billington, su bibliotecario principal, agradeció la concreción de la compra en nombre del “pueblo americano”, y en 2007, en la ceremonia oficial de entrega, la canciller alemana Angela Merkel afirmó que se trataba de “un mapa importante para la identidad cultural de América” y que la decisión de ceder los derechos de exportación se basaba en los grandes servicios que el “pueblo americano” había prestado a los alemanes luego de la Segunda Guerra Mundial. Resulta claro que por “pueblo americano”, tanto Billington como Merkel se referían a los ciudadanos estadounidenses.

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El mapa de Martin Waldseemüller donde aparece por primera vez la palabra América.

He aquí algunos hitos históricos que muestran el drástico cambio de “ubicación” del nombre “America”, desde América del Sur, a Estados Unidos. En su discurso de despedida de 1796, el presidente George Washington expresó: “El nombre de americano que le pertenece a ustedes en su capacidad nacional, siempre debe exaltar el orgullo del patriotismo más que cualquier denominación." En 1797, al asumir John Adams como segundo presidente, empleó oficialmente los términos “americanos” y “America” para referirse a los habitantes y al país. Sus primeros usos en  documentos internacionales, aceptado incluso por países americanos, fueron en tratados con Argelia en 1796, Francia (1806), México (1848) y Japón (1858). Hoy, el uso del término “americano” es muy frecuente en las Naciones Unidades.

En rigor de verdad, el término “americano” casi nunca se ha referido a todos los ciudadanos de Estados Unidos; se trata, más bien, de una expresión discriminatoria, cuyos orígenes racistas provienen de los tiempos de la independencia. En la Declaración de Derechos de Virginia de 1776 se proclamaba que todas las personas son, por naturaleza, igualmente libres e independientes. Sin embargo, esto no comprendía a todos los habitantes; es más, en la propia Constitución de 1787 (art. I) se consideraba que los negros valían solamente el equivalente a “tres quintos de persona”. Muchos de los “padres fundadores” como Washington o Thomas Jefferson (tercer presidente) poseían esclavos negros. Queda claro, entonces, a qué se refería Washington con “americanos”. El hecho de que en 1865, la 13º Enmienda, emancipara a los esclavos negros, no los colocó jamás en igualdad de derechos con el resto de la ciudadanía blanca. Lo mismo sucede hoy: con el nombre “americanos” se designa a los ciudadanos blancos, discriminándose a los demás ciudadanos que resultan ser “afroamericanos”, “latinos”, “asiáticos”, etc.

Al respecto, Van Jones, ex asesor de Barack Obama, se refirió, este año, a un incidente: una mujer blanca fue despedida de su trabajo como muestra de antirracismo, después de que un video la mostrara llamando a la policía denunciando que un "hombre afroamericano" la estaba amenazando. Para Jones, el que hayan despedido a la mujer es característico de la hipocresía social; sostiene que: "No es de la persona blanca racista que está en el Ku Klux Klan -reivindicado por Trump, recordemos- de la que tenemos que preocuparnos, es de la partidaria blanca y liberal de Hillary Clinton paseando a su perro en Central Park". Esto no significa que la mayoría de la gente que habita Estados Unidos discrimine a las minorías -de hecho Obama logró ser presidente dos veces- sino que habla del arraigo que posee la discriminación. Lo cierto es que cuando alguna vez Trump sea sucedido por un presidente más moderado, lo que se logrará será disimular de manera mucho más educada la verdadera situación del racismo.

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Estados Unidos es un país donde su actual presidente pudo inaugurar su campaña electoral asumiéndose como racista y machista a la vez, al presentarse a sí mismo como el defensor de la virilidad blanca contra los "violadores mexicanos”, y llegando a afirmar que su propia hija era un "pedazo de culo". A Trump lo eligieron el 42% de las mujeres que votaron, quien asumió con uno de los sistemas electorales menos representativos que existen ya que triunfó con solo el 25% del voto de los ciudadanos habilitados y cosechó casi 3 millones de votos menos que Hillary Clinton. Cuando en un debate presidencial le preguntaron si aceptaría el resultado de los comicios, respondió: "Te dejaré con la incógnita". 

En cierta ocasión, una antropóloga de la Universidad de San Diego me manifestó que había renunciado porque en su país, el 90% del presupuesto orientado a la investigación estaba dirigido a “curar”, a “matar” o a “vigilar”. A pesar de la inversión dirigida a “curar”, la salud pública es una de las menos desarrolladas y de las más regresivas del mundo. Se trata del país que hasta hoy registra más muertos por millón de habitantes del continente a causa de la pandemia y que posee una tasa oficial de pobreza del 12%, lo que afecta a cerca de 40 millones de personas.

En lo que hace al presupuesto dirigido a “matar”, el mismo siempre estuvo vinculado con la manipulación de la opinión pública en un país que se autoconsidera el paladín de la “transparencia informativa”. Dos ejemplos fundamentales lo contradicen: 1) El incidente del golfo de Tonkín en 1964 que consistió en un supuesto ataque de fuerzas pertenecientes a Vietnam del Norte contra barcos de la Armada de Estados Unidos, utilizado, en realidad, como pretexto para justificar ante la opinión pública, el posterior aumento de su intervención en Vietnam. Documentos desclasificados en 1971 demostraron que el episodio nunca existió y que la inteligencia estadounidense había falsificado los datos. En esa guerra murieron 60 mil estadounidenses, solo un 40% de los muertos debido a la pandemia hasta hoy, aunque se calcula que murieron entre 3,8 y 5,7 millones de personas en la guerra. 2) En 2003 se produjo la invasión a Irak invocando la existencia de “armas de destrucción masiva”, armas que jamás se encontraron. Se ha demostrado que el gobierno de George W. Bush hizo un total de 935 declaraciones falsas sobre aquella supuesta amenaza de Irak a los Estados Unidos y al mundo. Este reconocimiento no parece haber influido demasiado en la credibilidad del estadounidense medio, así como las mentiras de Trump tampoco han conmovido demasiado al estadounidense que lo votó y lo volvería a votar.

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La inversión para “matar” está a tono con la libre circulación de armas. En muchos estados no sólo se las puede adquirir libremente sino que se las puede portar públicamente emulando a las películas del Far West. ¿Cómo se explica sino que hombres con armas largas hayan irrumpido en el Capitolio de Michigan en abril de 2020, institución paradigmática de toda democracia, manifestándose en contra de la declaración de emergencia por la pandemia, suceso digno de un país al que en Estados Unidos se denominaría como “república bananera”

Otra palabra incautada y de la que el país hace gala, es la de del laicismo. A pesar de la primera enmienda de la Constitución de 1791 que prohíbe el establecimiento oficial de una religión, los presidentes deben jurar sobre una Biblia y en los billetes figura la leyenda “In God We Trust”. En Occidente es inusual que un presidente confiese que llegó al cargo por expreso designio de Dios, como lo hizo George W. Bush, o que haga que las sesiones de un Consejo de Ministros comiencen con un momento de oración. Aún más, Bush confesó que había invadido Afganistán e Irak porque así se lo había ordenado Dios.

La sublimación de la apropiación del título de “americanos” lo constituyó la doctrina Monroe (Quinto presidente) de 1823 cuya consigna era: “América para los americanos”. Establecía que cualquier intervención europea en el continente sería vista como un acto de agresión que requeriría la intervención de los Estados Unidos. Afirmaba explícitamente que si en un país latinoamericano y del Caribe  amenazaba o se ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno de Estados Unidos estaba obligado a intervenir en los asuntos internos del país. Lo que bajo la política oficial del Gran Garrote y en defensa de la libertad de América se tradujo en numerosas intervenciones políticas y militares en todo el continente… americano.

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Unas últimas palabras para la “American way of life”, centrada, en realidad en el consumo y en la enorme y estresante competencia profesional, que no necesariamente se traduce en un mayor bienestar del que tanto se hace gala: Estados Unidos es uno de los países con menos días de vacaciones y, en promedio, es uno de los países en el mundo con más horas de trabajo. La legislación del país no garantiza el derecho a vacaciones pagas, por lo que ellas siempre se establecen a discreción de los empleadores.

Si algo hay que debemos reivindicar de Donald Trump es su falta de hipocresía cuando su discurso desnuda, explicita y nos recuerda muchos de los más recónditos pensamientos y sentimientos que posee el ciudadano medio estadounidense.  Cuando Trump expresa lo que realmente piensa en contra de la libertad de prensa y de expresión, sobre el racismo y la sexualidad, en contra de la salud pública o a favor de la seguridad y el uso de armas, no hace sino representar, de manera transparente, muchas opiniones con fuerte arraigo en su propia sociedad. Otras administraciones estadounidenses han manejado un grado de hipocresía que -en el uso tergiversado de palabras, de ideas y valores- ha tenido y tiene una enorme incidencia negativa en el resto de países. Toda sociedad posee profundas contradicciones; en el caso de Estados Unidos se trata del país más poderoso, rico e influyente del mundo.

*Físico, filósofo y escritor