SAN PABLO-El arancel del 50% sobre muchas exportaciones brasileñas a Estados Unidos es uno de los más altos que el presidente Donald Trump ha impuesto como parte de su guerra comercial global. Trump ha declarado claramente que este impuesto agobiante es un intento de intimidar al sistema judicial brasileño para que detenga el procesamiento penal del expresidente brasileño Jair Bolsonaro por incitar a un golpe de Estado fallido en 2023. Para subrayar este punto, el gobierno impuso sanciones a Alexandre de Moraes, el juez del Tribunal Supremo de Brasil que preside el juicio de Bolsonaro.
Pero el flagrante ataque de Trump a las instituciones democráticas brasileñas no solo busca doblegar el poder judicial de un país soberano a su voluntad, sino también contrarrestar un creciente desafío al orden financiero basado en el dólar.
Poco después de que Trump amenazara a Brasil con un arancel del 50%, Estados Unidos inició una investigación formal sobre las prácticas comerciales "desleales" del país, centrándose en el comercio digital y los servicios de pago electrónico. Esto implica que Pix, el sistema de pagos digitales instantáneos de Brasil, representa una amenaza para la visión de poder de Trump.
Pix, desarrollado y operado por el Banco Central de Brasil, ha revolucionado la forma en que los brasileños pagan facturas y transfieren dinero, con al menos el 76% de la población utilizando el servicio. Como señaló recientemente el economista y premio Nobel Paul Krugman, Pix está desplazando rápidamente tanto al efectivo como a las tarjetas, ya que ofrece transacciones instantáneas y es gratuito para particulares (y las comisiones para los comercios son mucho más bajas que las que pagan por los métodos de pago tradicionales).
El próximo lanzamiento de la función "Pix Parcelado", que permitirá a los usuarios pagar a plazos, podría representar una amenaza aún mayor para la industria de las tarjetas de crédito, especialmente para los gigantes estadounidenses Visa y Mastercard.
Pix ofrece mucho más que comodidad: es un paso hacia la creación de un nuevo tipo de sistema monetario, uno en el que los bancos comerciales tal como los conocemos podrían quedar obsoletos. Ese no es el tipo de innovación que le gusta a Trump, a menos que provenga de uno de sus aliados de las grandes tecnológicas.
Pero existe otra preocupación con implicaciones más amplias: el progresivo declive del dominio del dólar. Después de la Segunda Guerra Mundial, el dólar se convirtió en la moneda única del comercio y las finanzas globales. Este "privilegio exorbitante" ha permitido a Estados Unidos endeudarse libremente en su propia moneda, financiar guerras e innovación, y mantener su ventaja geopolítica. Pero ese privilegio se ha visto erosionado en las últimas décadas, en parte debido al propio Trump.

La normalización de las sanciones jugó un papel importante en este cambio. Lo que comenzó como una práctica selectiva en el siglo XX se intensificó tras los atentados del 11-S como medida antiterrorista. Para la década de 2010, las sanciones económicas se habían convertido en una piedra angular de la política exterior estadounidense. Adversarios de EE. UU. como Irán, Venezuela y Rusia fueron objeto de diversas sanciones generalizadas (especialmente durante el primer mandato de Trump), e incluso algunos fueron excluidos del sistema de mensajería financiera SWIFT, dominado por Occidente, para pagos internacionales.
Tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, Estados Unidos y sus aliados europeos congelaron las reservas del banco central ruso y ampliaron las sanciones secundarias, lo que aceleró los esfuerzos globales para encontrar alternativas al dólar y al sistema financiero estadounidense.
Mientras tanto, la situación fiscal de Estados Unidos ha dado un giro peligroso, con la deuda federal aumentando de 19,8 billones de dólares al inicio de la presidencia de Trump en 2017 a 28,1 billones de dólares en enero de 2021. Con Joe Biden, superó los 36,2 billones de dólares en enero de 2025, de los cuales más del 30% está en manos de inversores extranjeros e internacionales.
Se espera que la Ley de la Gran y Hermosa Ley de Trump —que combina recortes de impuestos para los ricos, profundas reducciones del gasto social y desregulación— añada aproximadamente 3,4 billones de dólares durante la próxima década, lo que reforzará la creciente inquietud de los acreedores extranjeros, ya de por sí recelosos, sobre la trayectoria fiscal de Estados Unidos.
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La desdolarización ha sido tema de debate global desde hace tiempo, como presencié de primera mano al representar a Brasil en los directorios ejecutivos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Durante muchos años, los países actuaron con cautela y discreción, ya que liquidar sus posiciones en dólares demasiado rápido desplomaría el valor de los activos denominados en dólares y provocaría pérdidas millonarias. Pero el ataque indiscriminado de Trump al libre comercio y su desprecio por la desastrosa trayectoria fiscal de Estados Unidos parecen haber cambiado el panorama.
Los primeros cinco miembros del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ya están debatiendo abiertamente BRICS Pay, un sistema de mensajería financiera descentralizada diseñado para facilitar el comercio en monedas locales. Si bien su implementación sigue siendo difícil de alcanzar, se está creando un impulso para una infraestructura de pagos transfronterizos que evite el sistema financiero estadounidense y el dólar. El éxito de Pix, así como el de otros sistemas de pago respaldados por gobiernos, es un paso hacia ese objetivo.
Ya sea que comprenda o no los tecnicismos, Trump percibe este cambio. Abrir una investigación sobre Pix es la acción de un poder debilitado que se siente amenazado y está desesperado por mantener el control. Trump y sus patrocinadores financieros ven lo que está por venir: si el mundo ya no necesita dólares para comerciar, Estados Unidos perderá su capacidad de sancionar, dictar y dominar. Pero al atacar a Pix y acosar a Brasil, Trump corre el riesgo de acelerar la desaparición de la hegemonía global del dólar.
(*) El autor, Rogerio Studart, es investigador senior del Centro Brasileño de Relaciones Internacionales (CEBRI), ex director ejecutivo para Brasil en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. / Project Syndicate, 2025 www.project-syndicate.org