Acallados los ecos de la conmemoración por el último Golpe de Estado que sufrió Argentina el 24 de marzo de 1976, siento la necesidad espiritual de destacar el accionar del presidente Raúl Alfonsín marcando claramente la diferencia entre los que hacen y los que dicen. Hago esto sin ánimo de criticar decisiones tomadas posteriormente con respecto a este tema.
Cinco días después de su asunción, Alfonsín creó la CONADEP, que un año después pasaría a la historia por el informe del “Nunca Más”, pieza fundamental para el juzgamiento a los integrantes de las juntas militares cuando aún conservaban gran parte de su poder.
Es por eso que quiero compartirles un fragmento del capítulo 3 de mi libro Don Raúl, recordando a un demócrata (Editorial Planeta, 2013), donde queda en claro su compromiso con la memoria, la verdad y la justicia.
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… Una mañana estaba en mi despacho de la Intendencia de Lomas, cuando llamó para pedirme una entrevista un coronel, no era un pedido habitual, pero no recuerdo haber sospechado nada raro en ese momento. Mi oficina estaba abierta siempre a las inquietudes de todos los sectores de la sociedad y La Tablada era la unidad militar más cercana, por lo que podía tratarse de una cuestión de algún modo relacionada con Lomas de Zamora…
… Tras presentarse, el coronel empezó a explayarse sobre el motivo de su visita. Dijo que venía a invitarme a unas reuniones que estaban manteniendo, él y otros camaradas de armas, de las que —según el visitante—participaban también un importante intendente del Gran Buenos Aires, otros dirigentes peronistas y viejos representantes del nacionalismo conservador, y me dio algunos nombres. Ante mi cara de sorpresa sobre el sentido de esas reuniones, a modo de aclaración, me dijo que estaban “fragoteando”.
—¿Qué quiere decir con eso de “fragotear” —le pregunté.
—Nos estamos reuniendo para ver qué hacemos con Alfonsín y estos zurdos de los que se ha rodeado, que están destruyendo las instituciones... hay que pararlos, hay que terminar con ellos —fue, palabras más, palabras menos, la respuesta del coronel…
… Me estaban invitando a ser parte de una conspiración golpista. Me indignó lo que estaba escuchando. Lo miré fijo y le dije:
—¿No le parece que ya han hecho suficientes cagadas, como para venir a plantearme esto?
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Y sin dejar que me contestara, le pedí que se retirara de inmediato, mientras le advertía:
—El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas se va enterar por mi boca de todo lo que usted me está diciendo.
… Inmediatamente me comuniqué con la Casa de Gobierno para pedir audiencia con el Presidente de la República…Le aclaré a Margarita Ronco, secretaria privada presidencial, que tenía necesidad de ver urgentemente al doctor Alfonsín por un tema de gravedad institucional, que solamente podía conocer el Presidente y ningún otro colaborador. El énfasis que puse en mi solicitud surtió efecto, porque la audiencia fue fijada para el día siguiente, a las 10 de la mañana…
… Por primera vez tendría una conversación mano a mano con don Raúl Alfonsín.
Me presenté y de inmediato noté que era un hombre muy afable y cordial. Amable en el trato personal, muy atento y, sobre todo, muy educado. Irradiaba un carisma personal muy grande, que iba más allá del respeto que, a quienes valoramos las instituciones democráticas, suele inspirar la investidura presidencial.
Sin más preámbulos, le narré lo sucedido el día anterior y le di el papel donde había anotado los datos del coronel, Alfonsín escucho atentamente y me dijo:
—Le agradezco, intendente, su actitud. Es inconcebible lo que me cuenta.
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—No me agradezca, señor Presidente. Yo no vengo a contarlo como un chisme, vengo a formular una denuncia, y quiero hacerlo formalmente, por escrito —le contesté. Ésa era mi intención desde un principio, porque consideraba que hechos tan graves como una conspiración contra la democracia no podían quedar en un diálogo informal, entre las cuatro paredes de un despacho silencioso, sino que requerían una respuesta enérgica de las instituciones.
El Presidente decidió entonces que el ministro de Defensa, Raúl Borrás viniese al despacho para analizar el modo más conveniente de proceder a partir de mi denuncia.
De pronto, don Raúl se levantó del “Sillón de Rivadavia”, y empezó a caminar a lo largo del despacho, apoyándose en el bastón con una mano y con la otra mano atrás, a su espalda. Parecía cavilar, muy concentrado. Habrán sido dos o tres minutos, pero me parecieron interminables. Finalmente, le avisaron que no podían ubicar al ministro Borrás, por lo que no tenía sentido prolongar la espera.
—Intendente, yo mañana lo llamo por teléfono —dio por terminada la reunión —Bueno, usted sabrá lo que tiene que hacer. Sepa que yo estoy dispuesto a firmar una denuncia por escrito —le reiteré antes de despedirme.
Fiel a su promesa, al otro día recibí la llamada personal del doctor Alfonsín, quien no delegó en terceros lo que tenía para decirme:
—No levantemos la perdiz. Usted me va a entender.
Estamos trabajando. A partir del análisis que habían hecho con el ministro de Defensa, preferían mantener en reserva mi denuncia, para continuar en silencio la investigación contra los conspiradores. Me dio la tranquilidad de que esa actitud sediciosa sería castigada.