OPINIóN
Elecciones 2023

Entre la crisis y el desencanto, ¿en qué contexto votarán los jóvenes?

La actualidad los encuentra como espectadores recién ingresados a un cine que, a pesar del transcurso de los años, reproduce la misma historia.

Jovenes
Jovenes. | NA (archivo)

Para aquellas personas nacidas en Argentina a finales de los años noventa, el 2023 será posiblemente su primera participación electoral bajo un contexto de gran crisis socio-económica. La generación de jóvenes menores a 25 años enfrenta sin experiencia una situación sobre la que, paradójicamente, han escuchado y aprendido desde su adolescencia en las sobremesas familiares: como adaptarse a la condición “cíclica” de las crisis en el país. La actualidad los encuentra como espectadores recién ingresados a un cine que, a pesar del transcurso de los años, ha tendido a reproducir la misma historia. Para la mayoría, se trata de una película repetida. Pero para está juventud, se trata de una novedad.

Para tener una referencia general, es posible enmarcar (simplificando) las distintas situaciones en la que se encuentran los y las jóvenes de está generación. Primero, quienes tuvieron la oportunidad de estudiar en una universidad. Luego, quienes ya trabajan y lo hacen de manera informal; o, en una minoría, quienes han logrado iniciar su trayectoria profesional formalmente. Por otro lado, quienes están buscando sus primeras oportunidades laborales. Considerando estás diferencias, las personas que tienen entre 16 y 25 años de edad deben enfrentar la crisis actual mientras intentan dar sus primeros pasos en sus trayectorias estudiantiles, laborales y profesionales.

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Queda un enorme segmento de la juventud sometida a condiciones de pobreza. La desigualdad social más profunda es aquella entre quienes han tenido oportunidades de acceso a una educación (principalmente universitaria) con base en el apoyo de sus familias, o que con mucho esfuerzo consiguieron estudiar y trabajar en simultáneo; y entre quienes, por el contrario, han carecido de oportunidades para acceder al estudio (incluso de educación secundaria), quedando mayoritariamente sometidos a peores condiciones laborales y sociales. Según la última medición del INDEC, el 45% de personas entre 15 y 29 años se encuentran bajo la línea de pobreza, y un 9,4% en situación de indigencia. Para sintetizar el panorama: se trata de la misma generación en donde conviven el emprendedor digital universitario, con aquel chico que duerme en la boca del subte junto a su familia.

Para seguir con el comienzo, hay que intentar analizar cómo ven los jóvenes el contexto en el que votarán. La mayoría lo definiría como una situación adversa en donde padecen las faltas de oportunidades para acceder a un empleo formal; para ahorrar y planificar; para acceder a un alquiler; y en la mayoría de los casos, un contexto que les impide tener autosuficiencia con su salario. Observan que las condiciones para tener un progreso material se han reducido notablemente. Lo último es clave para comprender su creciente pesimismo. Ese joven creció escuchando sobre la importancia del trabajo formal como mecanismo indiscutido de ascenso social, y como garantía de que, con esfuerzo, era posible mejorar su calidad de vida. Ahora ven (y en algunos casos padecen) que a pesar de trabajar una jornada formal de 8 horas sus ingresos no solo son insuficientes para procurar un mínimo de bienestar, sino que incluso lo someten debajo de la línea de pobreza. No se trata de un panorama que sólo enfrenta la juventud, pero sí debemos reconocer que tiene mayor impacto negativo considerando las expectativas de una persona que recién está comenzando y observa un statu quo que reproduce desigualdad; restringe oportunidades; y, por ende, los excluye. Si bien la mentalidad y preferencias de vida de las y los jóvenes que cuentan con oportunidades para elegir alguna trayectoria profesional no son similares en comparación a la de hace 20 o 30 años atrás, el “sueño de la casa propia” que movilizó el esfuerzo a largo plazo de la generación de su padre y madre se presenta en la actualidad como una utopía. Las condiciones actuales impiden aspirar a cualquier proyecto individual con independencia económica, especialmente para los jóvenes profesionales, ya que su principal fuente de ingreso (el salario) está quebrado como mecanismo de ascenso social.

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Sigamos con el caso del joven profesional. En estos días, su caso representa una minoría: terminó su carrera universitaria, consiguió acceder a un empleo formal en una compañía, e intenta ahorrar mes a mes. Los incentivos que recibió desde temprana edad lo formaron de hábitos para adaptarse a un país que nunca le ofreció una moneda estable para ahorrar. Siempre que tuvo la alcancía llena escuchó la recomendación de que debía comprar dólares, es decir, aprendió desde adolescente que para mantener el valor de sus ahorros (siempre que fuera posible) no convenía tener pesos en los bolsillos. En su breve trayectoria personal, y mucho menos profesional, no disfrutó de épocas de bonanza que le hayan presentado alternativas mejores. Para plantearlo más concreto: aprendió que no tenía sentido ahorrar para un objetivo que implique un horizonte de 5 o 10 años, es decir para un largo plazo, ya que sería un desperdicio o una frustración asegurada. Es parte de una generación que tiene desconfianza sobre la capacidad de que su moneda resguarde valor. Introducir este panorama nos permite reflexionar sobre la relación que construyó la gran mayoría de jóvenes con la política y sus protagonistas.

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Como parte de un fenómeno de época, observan que las discusiones que proponen las dirigencias han perdido conexión con los problemas y demandas cotidianas de la sociedad, y que han tendido a cerrarse sobre sí misma con una agenda que a la mayoría no le interesa. Esta situación ha generado indiferencia, rechazo y hartazgo. En el caso particular de los jóvenes, la percepción de está situación de distanciamiento, junto a falta de resultados de gestión, acentuó un proceso de despolitización expresada en una desconexión del día a día con la coyuntura política. La “rosca” (por más importante que sea) no despierta un mínimo interés. La despolitización juvenil plantea un problema: así como es evidente que hablar de la coyuntura en una mesa de amigos y amigas es motivo de aburrimiento, es también muy cierto que, por ejemplo, la inflación es un tema que les preocupa y molesta. El desinterés por lo que hablan y hacen las dirigencias no se traduce en una disociación e indiferencia con los problemas del día a día. Un joven que no consigue alquilar su primera vivienda porque el mercado inmobiliario tiende a la dolarización mientras sus ingresos se mantienen en pesos, no necesita escuchar declaraciones de los diputados que deberían tratar, hace meses, una Ley de Alquileres. De hecho, ¿por qué debería escucharlos? Es posible que si decide involucrarse termine amargado e impotente ante lo que observe. Entonces, la mayoría elige excluir el debate político de sus conversaciones porque implicaría hablar, lamentablemente, de las dificultades y proyectos frustrados que tienen a tan temprana edad.

A pesar de está situación, es interesante observar cómo la posibilidad de votar en los próximos meses ha generado algunas reacciones de entusiasmo en parte de la juventud. La figura de Javier Milei ha logrado canalizar coyunturalmente el estado de situación de mucha gente joven, movilizando y repolitizando desde un discurso anti-establishment. Así como el liderazgo de Néstor Kirchner logró entusiasmar a los jóvenes que atravesaron la crisis del 2001; y posteriormente el liderazgo de Cristina Kirchner dio lugar al surgimiento del fenómeno juvenil de La Cámpora, nuestra juventud expresa un alejamiento radicalmente opuesto al espíritu militante de aquellas épocas. Es la juventud del desencanto con la política y su “establishment”. No se trata de una juventud ideologizada bajo “las ideas de la libertad”, o una generación de jóvenes anti- política, que en ambos casos representan minorías intensas con respecto a una situación general: la mayoría siente malestar y aspira a un cambio en función de sus experiencias recientes.

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A pesar de las polémicas que caracterizan a Javier Milei -que no tiene sentido reproducir- es injusto criticar a jóvenes que ven en su figura una alternativa creíble de cambio y que, decididamente, lo apoyarán en las próximas elecciones presidenciales. De hecho, será muy importante que decidan expresar sus preferencias votando dentro del sistema y no se inclinen por una radicalización e impugnación de las elecciones. Por eso, importa más intentar entender sus motivos que juzgarlos desde una actitud pedante. Para hablar el mismo lenguaje que una persona joven hay que referirse al futuro. Brindar un horizonte para sus expectativas de progreso. Hoy la política carece de esa capacidad y por eso falla en su acercamiento. No hay épica militante, ni uso masivo de Tik Tok que interpele a un joven profesional preocupado por una inflación del 100% interanual. Sin autocrítica, la política pretende demasiado para lo poco que da.

Para concluir, es importante señalar constructivamente que quienes aspiren a gobernar el país tienen el enorme desafío de entusiasmar especialmente a una generación de jóvenes que desde sus inicios laborales y profesionales solo han tenido condiciones adversas para progresar. Además, si la tendencia a la despolitización no se revierte y queda arraigada desde una etapa cívica tan temprana, ¿con qué legitimidad se les pedirá un esfuerzo por la “Argentina que se viene”? ¿Cómo los convencerán para comprometerse por un país que está en falta con ellos?. Existe el riesgo de que el distanciamiento fomente la antipolítica. Finalmente, lo cierto es que no depende de la juventud mejorar las condiciones para recuperar la ilusión de proyectar un futuro próspero dentro del país.