No se trata, es bueno aclararlo, de un regreso a clases: docentes y estudiantes estuvieron, en su gran mayoría, manteniendo distintos grados de escolarización en medio de la cuarentena extendida del año pasado. En cambio, lo que estamos presenciando en los últimos días en materia pedagógica representa un retorno al aula, una vuelta a la presencialidad indispensable para que los contenidos sean adquiridos a través del proceso de un aprendizaje dual, que se presenta en la enseñanza vertical (instrucción maestro-alumno) y en la asimilación horizontal (imitación alumno-alumno).
Aunque la escolarización se mantuvo en 2020, es evidente que las diferencias sociales para atravesar la pandemia mostraron su faceta más cruda en el marco educativo. Si algo demostró el coronavirus es que todos los alumnos son iguales, pero algunos son más iguales. Mientras un grupo de estudiantes tuvo el “privilegio” de acudir a clases-zooms, con varias conexiones diarias, facilitadas por modernos dispositivos tecnológicos y buen acceso de wifi; otro grupo tuvo que “conformarse” con recibir clases-whatsapp, a las que llegaban semanalmente algunas tareas para realizar, en la mayoría de los casos asincrónicas y sin ningún tipo de contacto directo con sus maestros.
Aunque la escolarización se mantuvo en 2020, es evidente que las diferencias sociales para atravesar la pandemia mostraron su faceta más cruda en el marco educativo.
En medio de ese panorama desalentador, las clases presenciales se convirtieron en la única coincidencia generalizada que ha podido mostrar la dirigencia argentina. El “abran las escuelas” dejó de ser un reclamo opositor cuando el oficialismo confirmó el regreso al aula off line para que docentes y estudiantes desconecten sus pantallas y puedan recuperar el aprendizaje en vivo y en directo.
Desde entonces, una peligrosa duda quedó instalada: ¿es seguro abrir las escuelas?
No es una pregunta menor y significa una inquietud que se repite, con temor, en todo el mundo. En Europa, por caso, Alemania y Francia mostraron en los últimos meses serias contramarchas respecto a la apertura y esta misma semana Italia cerró los colegios porque se evidenció un aumento de contagios en estudiantes de nivel inicial, en lo que sería la confirmación de una tercera ola, profundizada por la cepa británica.
En tanto, en China, epicentro de la pandemia, y en la mayoría de los países del sudeste asiático, las clases online conviven desde hace tiempo con las presenciales, que se establecieron con un riguroso y obligatorio protocolo: rutinarios y masivos testeos a estudiantes y docentes para evitar cualquier tipo de rebrote.
Hay confusión sobre qué hacer frente al fenómeno de la educación-Covid. En Europa se cierran las escuelas mientras en Asia hay testeos obligatorios a docentes y alumnos.
En Estados Unidos, en cambio, el mapa de la presencialidad educativa muestra matices: se observa una mayor apertura en colegios rurales y estados gobernados por republicanos, y una demora en el regreso a las aulas en los aglomerados urbanos o distritos administrados por demócratas.
En medio de ese paradigma de confusión sobre qué hacer frente al fenómeno de la educación-Covid, el New York Times presentó la semana pasada un extenso informe titulado, precisamente, “¿Es seguro abrir las escuelas?”.
Según la mayoría de los 175 expertos en enfermedades infecciosas pediátricas con experiencia en salud pública, que fueron consultados por el Times, gran parte de las exigencias que se habían establecido para reabrir las instituciones educativas, como vacunar a maestros y estudiantes o confirmar el descenso en las tasas de contagio en la comunidad, no son condiciones necesarias para dictar clases presenciales.
Los expertos advierten, en cambio, que sí es fundamental que se tomen en los colegios medidas básicas de seguridad, como el uso obligatorio de tapabocas, el distanciamiento social, la ventilación adecuada de aulas y espacios comunes y evitar todo tipo de actividades grupales numerosas.
La crisis educativa será dramática: muchos estudiantes habrán abandonado la escuela o, en su defecto, asistirán en calidad de repetidor por efecto de la pandemia.
Los especialistas también sostienen que las clases presenciales deberían continuar, incluso si aumenta la curva de contagios. Pero aclaran que es prioritario iniciar inmediatamente una cuarentena si se infecta alguno de los estudiantes o los docentes: en ese caso, solamente debería aislarse a la burbuja que integran los contagiados. Esto fue lo que pasó esta semana, cuando se confirmó que en las escuelas públicas y privadas porteñas hubo 88 burbujas que fueron aisladas por Covid, sobre un total de 45 mil burbujas totales.
La crisis educativa que produjo el Covid es aún difícil de cuantificar. Pero no hay dudas de que los más afectados serán los sectores de más bajos recursos. Un paper elaborado por la Universidad Católica Argentina (UCA) estimó que el déficit educativo por el impacto de la pandemia será alarmante para nuestro país en 2021. El trabajo se realizó en base al entrecruzamiento de información sobre el índice de pobreza que establece el Observatorio de la Deuda Social y los datos de comportamiento educativo obtenidos el año pasado a través de una encuesta nacional realizada por la UCA.
El resultado es dramático: este año crecerá el porcentaje de la población escolar que habrá abandonado la escuela o, en su defecto, asistirá en calidad de repetidor. Ambas condiciones son producto de los desajustes causados por efectos directos del Covid. Según la UCA el déficit escolar será de 6% en el nivel inicial, un 4% en nivel primario y 5% en nivel secundario.
Es de una verdadera pandemia educativa. Y es tan grave como la del coronavirus.