OPINIóN
Capital intelectual

Escuelas tomadas por el vacío

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

El calendario escolar tiene curiosidades. En septiembre florece la “temporada de tomas de escuelas” así como en marzo se deshoja la “temporada de paros docentes”. El carácter recurrente y estacional de estas prácticas lleva a su naturalización y a transitarlas como quien espera que pase el invierno. La repercusión mediática también entra en el ritmo de cubrir la nota del momento, que es la misma nota de otros momentos, cuyos personajes y acciones son previsibles, y amplifica con énfasis tanto los repudios como los apoyos.

La recurrencia es un indicador de que estas prácticas no resuelven los problemas y así las demandas, año tras año, suelen ser las mismas, aunque sobran motivos para inquietarse y reclamar por una educación mejor. La repetición genera además el soporífero acostumbramiento social a lo inaudito de la clausura escolar. Allí, el candado puesto por los estudiantes para autoencerrarse en la intemperie de una escuela tomada por el vacío. El eterno retorno de suspender el futuro, de generar un abismo entre el presente y el provenir, porque eso es lo que ocurre cada vez que una escuela se cierra.

Esta última temporada de tomas comenzó, como es usual, en el considerado “top five” de escuelas secundarias públicas de la Ciudad, escaló a una docena y luego se fue apagando. Esas escuelas del “fuego originario” portan tradición, un plan de estudios extendido y exigente y un clima politizado atractivo para algunas familias que buscan que sus hijos “se curtan” en la aspereza de la arena política mientras muchas otras lo asumen como un costo que preferirían no pagar. Esa contienda entre una mayoría silenciosa o resistente y minorías intensas jugando a la revolución es uno de los elementos interesantes para observar en temporada de tomas, como reflejo del país en versión de micropolítica escolar. En cualquier caso, se trata de escuelas requeridas y aspiracionales para ciertos sectores de clase media que las perciben como escuelas de calidad.

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Vale aquí una aclaración. Dado que en Argentina la ley prohíbe difundir los resultados de las evaluaciones de calidad de los aprendizajes por escuela, las familias no disponen de esa información a la hora de elegirlas. No hay evaluaciones a los docentes ni suelen ser públicas sus trayectorias profesionales. Tampoco existe, como en Brasil, un índice de calidad que indique cuán eficiente y eficaz es cada escuela en cuanto a retención, promoción y logros educativos. Entonces, hay percepción y no certeza de calidad. La “percepción de calidad” suele responder al carácter selectivo de estas escuelas con sus exámenes de ingreso, que filtran a su alumnado por orden de mérito. Solo evaluaciones de “valor agregado”, que no se realizan en Argentina, permitirían conocer el nivel de desarrollo de habilidades y capacidades que logran los alumnos como resultado de su experiencia en esa escuela, considerando sus puntos de partida.

La escuela secundaria promete formar para la ciudadanía. Esta promesa se ha buscado cumplir a través de dos modos muy diferentes, como señala el sociólogo francés Françoise Dubet: o a través del estudio de una asignatura formal dedicada a la educación cívica o a partir de la participación directa de los estudiantes en acciones políticas de reivindicación. Ambos son caminos errados para Dubet. La educación cívica de manual escolar, con contenidos a recordar para ser volcados en una prueba escrita y obtener una calificación, reduce la idea de buen ciudadano a la mera posesión de instrucción. Por otro lado, el activismo político suele ser heterónomo, guiado por microelites políticas partidarias, donde se confunde la idea de ciudadano con la de militante. La voz de los estudiantes se diluye así entre la retórica del manual del buen ciudadano y el consignismo de la militancia. El potencial de ambas alternativas para la formación ciudadana en una sociedad democrática es muy limitado y es más lo que degradan que lo que aportan a la experiencia formativa. Es en la cotidianeidad de un ambiente escolar preparado a tal fin, como enseña John Dewey, donde la experiencia escolar puede volverse auténticamente política y propicia para que los jóvenes no solo conozcan sus derechos y obligaciones como ciudadanos sino para que entrenen con creatividad sus capacidades de argumentación, discusión y diálogo bajo el amparo de la ley.

*Doctora en Educación. Profesora e investigadora Universidad Di Tella.