En reiteradas oportunidades se supone que aumentando los impuestos es el remedio a las crisis económicas porque se parte de la hipótesis que la recaudación crece conforme se incrementan los impuestos. En efecto, lamentablemente en la Argentina, este razonamiento viene de larga data y rara vez, se estudia en profundidad los efectos que ocasiona tal postulado de aumentar los impuestos para paliar las crisis.
En los hechos, cada vez que alguien propone aumentar la carga fiscal, a los empresarios se les retuerce el estómago, quienes son responsables de las finanzas de las compañías piensan: “¿ahora qué hacemos?” y poca es la gente que -cuando va a comprar algo-advierte que en definitiva es la que se hace cargo.
Si bien desde la técnica legislativa se conoce que existen impuestos que no se trasladan y se hacen cargo a quien se les aplica, para aquel lector ajeno a cuestiones económicas, la pregunta a responderle sería por qué si les suben los impuestos a las empresas, en definitiva, es el consumidor quien afronta dicho aumento.
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Hay que comprender que toda actividad empresarial consiste en poner a riesgo un capital buscando obtener una utilidad. De allí que, sin utilidad o debajo de lo que “rinde” una inversión con menor riesgo, el empresario tiene -principalmente- dos opciones: (i) aumentar precio del producto o del servicio o (ii) asumir los costos de discontinuar la actividad.
Es decir, cuando se arriba a una elevada presión tributaria, los impuestos se vuelcan al próximo escalón de la cadena y es el consumidor final quien definitivamente el que los afronta o directamente se discontinúa esa actividad.
Más aún, diariamente se hace énfasis que un determinado gobierno hace hincapié en los gastos del Estado para beneficiar a uno u otro sector de la economía. Para ser precisos, asignar los recursos del Estado para una determinada clase social o sector de la economía, sin embargo, en esa discusión tampoco se incluye quién efectivamente se hace cargo de ellos.
Ello sucede porque la población en general no vincula directamente el monto de sus ingresos con la carga tributaria y menos porque no tiene las herramientas para hacerlo.
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En la vida diaria, la gente que no es especializada en temas tributarios, sólo sabe cuánto le cuesta la patente por el auto, el ABL o el Impuesto a las Ganancias cuando es empleado en relación de dependencia, pero rara vez sabe cuánto paga cuando va al supermercado, carga nafta o compra ropa, etc.
Conforme estudios de distintas asociaciones y cámaras, la incidencia de los impuestos en el consumo diario de góndola oscila entre un 35% y 40%. Valen de ejemplo, estudios como ser de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA), Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), entre otros, que indican que en la carne el peso de los impuestos es de un 28%, en la canasta de alimentos y bebidas un 41% y en los cereales, un 62%.
Desde hace tiempo, este problema (de una alta incidencia de gravámenes) está presente en Argentina, pero no fue tema de debate de la dirigencia política la importancia que tendría para el comprador conocer el costo fiscal en la última etapa como sucede en muchos países(Uruguay, Estados Unidos, Canadá, etc.), en los cuales se detalla el impuesto que está abonando el consumidor final.
Frente a ello la pregunta a efectuarnos es: ¿cuán democráticos son los impuestos en la Argentina, cuando quien los paga no sabe cuánto paga? Podría preguntarse de otra manera ¿es razonable que quien no es empresario, especialista, no sepa cuál es el costo cierto de vivir en la sociedad en la cual habita? La respuesta es NO.
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Siempre se argumentó desde un punto de vista teórico que ello es para evitar que el comprador transaccione con el vendedor la forma de evitar el costo fiscal. Dicho de manera simple, que si el comprador conoce el costo fiscal y éste esté tentado de pedirle al vendedor que de facturarlo.
Cambiando este paradigma, el comprador estaría en conocimiento del impacto de los impuestos en su vida diaria, conforme proponemos. Por su parte, al contrario de lo que se piensa, contribuiría al control en la última etapa de comercialización, y de ese modo mejoraría la competencia entre cumplidores y no cumplidores.
A consecuencia de ello, accediendo a dicha información, el no especialista tomaría conciencia de que no es gratis vivir en Sociedad y advirtiendo cuánto efectivamente paga de impuestos decir -con una cuota de suspiro-: ¡Aflojen con los impuestos!
* Guillermo Jaime Poch, contador público, profesor UBA.