Fernando Henrique Cardoso dejó la presidencia de Brasil hace 18 años, pero sigue manteniéndose como un referente en la política de su país, a pesar de que él mismo resalta que se encuentra “retirado”.
Sus artículos y entrevistas en los medios continúan influyendo en la opinión pública tanto en su tierra como en el exterior. Pese a esto, su imagen como académico sigue siendo más reconocida internacionalmente que en el territorio en el que nació y gobernó durante ocho años, confiesa con resignación.
A punto de cumplir 90 años, Cardoso continúa activo ejerciendo sus principales pasiones: enseñar y escribir. Los meses de confinamiento que vivió durante la pandemia le permitieron dar clases y cursos en varios idiomas y abocarse en la redacción de un libro que será editado en unos meses.
Aquí repasa sus años en el Palacio del Planalto, su vida como intelectual, su relación con Lula y su opinión sobre el actual mandatario Jair Bolsonaro.
—¿Con cuál de sus facetas se siente más identificado?
—He sido un intelectual en la política. Siento más nostalgia por la enseñanza, sigo aprendiendo y doy clase, porque me gusta. Disfruto de estar con los más jóvenes, aprendo con ellos. La política es un camino peligroso, lo viví y, de alguna manera, expresé mi pensamiento estando en contra del régimen autoritario. Estoy feliz ahora que no tengo mayores responsabilidades políticas. Soy más intelectual que político.
—El presidente uruguayo Luis Lacalle Herrera decía que cuando uno deja el poder queda “condenado a mirar todo con la lente del presidente” ¿Le ocurre algo similar?
—Más o menos. Camino muy sencillo por mi barrio sin tener seguridad, cuento con ella por ley, pero no lo uso. La gente muy a menudo no sabe cómo dirigirse a mí, si llamarme de tu. No tengo mucha formalidad porque fui presidente, lo fui, pero no lo soy más. Todo esto tiene que ver con la formación de cada uno. Ejercí como profesor toda la vida aquí y afuera. Mi padre fue diputado, mi abuelo magistrado, mi bisabuelo fue gobernador. No me pone nervioso haber sido tal cosa. Fui, pasó y la vida sigue. Uno lo sabe: hay que vivir con intensidad cada momento y lo hago. Todo queda condicionado por el hecho de lo que fui, lo cual no me gusta mucho porque soy lo que soy y no lo que fui. Lo que me hace conocido es el hecho de que fui presidente, pero ¿quién conoce acá sobre mi vida académica? La gente no se preocupa, ni lo sabe. Saben que soy presidente y es una cosa que te marca para siempre, para bien y para mal.
—¿Se siente más reconocido académicamente en el exterior que en Brasil?
—La gente académicamente no sabe mucho acá. Dejé la universidad de Brasil hace muchos años, soy catedrático. Escribo en los diarios, pero no creo que sepan que fui tal cosa, profesor y menos en una universidad extranjera.
—En una entrevista dijo que si volviera a ser presidente haría otras cosas distintas ¿Qué cambiaría?
—Uno nunca hace lo que desea sino lo que es posible y, en democracia, el presidente tiene apoyo popular y poder, los dos vienen juntos. Uno no hace lo que quiere, tiene que adaptarse a las circunstancias. La cuestión de la reforma agraria me dio un dolor de cabeza enorme que me marcó. Me señalaron los más ricos como si fuera un revolucionario y sin un apego por la propiedad privada. Uno hace lo que puede, me gustaría haber hecho más en varios sectores y no lo logre siempre, pero hay que desearlo. Cuando falta alguien que de alguna manera refleje el sentimiento de la nación, ésta se mueve disparatadamente para un lado y para el otro sin saber hacia dónde va. Tengo la sensación de que en mi tiempo tenía más o menos control. Un político tiene que gustarle al pueblo, es una fuerte diferencia que existe con la vida intelectual. A los intelectuales les gusta el concepto de pueblo, pero no el pueblo, que es algo distinto a un concepto, son personas y hay que convivir. Fui educado en una manera en la que se pueda hablar con la gente sin preocupación, persona a persona. Me gustan las personas, la gente.
—¿Cómo se siente viendo la política brasileña en la actualidad?
No muy cómodo. Tengo muchos contactos. La gente no me teme porque fui y no soy más, es confortable. Digo más o menos lo que pienso, hay que mantener las formas. Es mejor que la condición del presidente actual, que es muy tenso. Soy poco tenso, nunca dejé de dormir y es importante eso. Conocí muchos presidentes y es una vida dura, difícil, siempre hay tensiones. Hay que tener personas que te hablen con sinceridad sobre lo que piensan. Conversaba mucho con el chico que se encargaba de limpiar la pileta en el Palacio de la Alborada, que había conocido a muchos presidentes y me decía cómo veía las cosas que hacía. Cuando uno ejerce una función, es difícil escuchar al otro. Algunos dicen la verdad, pero hay que ver en cada caso qué es lo que piensan. No hay que buscar sólo apoyo político sino en la sociedad. Es muy importante no perderse de lo que está pasando. Es indispensable tener personas que te hablen.
—¿Qué sintió cuando dejó la presidencia?
—Me fui a París con mi esposa, donde el embajador era amigo mío. Me sentí libre, la primera vez que estuvimos solos nosotros dos y no había nadie alrededor. Llegamos a un hotelito y teníamos un montón de policías, les agradecí y les dije que podían saber dónde vivía, pero no los quería ver más. Uno se acostumbra, pero un presidente es un prisionero. Estás caminando en el palacio o en la pileta y siempre hay alguien que te está mirando. Esto es incómodo a la larga. Todavía ando sin custodia. La gente no se acuerda más de que fui presidente y eso es bueno, da libertad.
—En su autobiografía, dice que no fue un estadista ¿por qué?
—En algunas repúblicas, hay presidentes que tienen la idea de ser emperadores, no es mi caso, soy sociólogo. Nunca me contagié. Sabía cómo era la vida común, no puedo decir que tengo una vida común porque sería mentira, pero desde el comienzo traté de estar como un ciudadano. En Brasil, normalmente los ex presidentes se apartan de la política, algunos quieren volver y vuelven. Voy a cumplir 90 años, dejé la presidencia como un señor de edad, no tenía más preocupaciones. Entonces, traté de no meterme otra vez. Soy todavía presidente de honor de un partido, pero sólo de honor. No quiero tener poder político y no lo tengo. Quiero otra cosa, tener influencia y la tengo por lo que escribo y por lo que pienso como una persona con experiencia. Uno no debe estar volviendo todo el tiempo a lo que fue.
—¿Qué pensó cuando le dieron los resultados el día que ganó las elecciones?
Primero uno sabe que va a ganar, eso se siente en la calle. Era un poco rara la sensación, porque el presidente [Itamar Franco] era mi amigo, y uno empieza a pensar qué se puede hacer y cómo mejorar la situación. Yo era senador, el Congreso es una parte del juego, tenía contacto con la prensa, escribía, conocía la vida sindical y al Ejército. Le comenté al ministro del Ejército que había estado preso, pero no me interesaba perseguir al coronel que lo había hecho, pero sí establecer reglas democráticas. Conozco a los militares y he ido a todas sus actos y desfiles. Daba señales de respeto, porque eso es importante. Cuando uno llega a la presidencia, debe saber que hay instituciones fundamentales: las Fuerzas Armadas, los tribunales, las relaciones exteriores, Hacienda y tiene que prestigiar la burocracia. Hacía eso casi siempre inconscientemente. El Partido de los Trabajadores (PT) tenía una relación más dura, los traje al palacio, pero era muy difícil, criticaban todo, votaban en contra todo, formaba parte del juego.
—¿Qué sintió cuando se sentó por primera vez en el sillón presidencial?
—La sensación fue de miedo por ser responsable de todo. No es algo cómodo. Tenía familiaridad con el poder, pero como presidente da una sensación de otra naturaleza. Una vez que la historia te da una responsabilidad hay que cumplirla. Gané contra Lula y, después, lo llamé al Palacio del Planalto. Él es un tipo hábil, sabe, tiene más astucia que yo, habla porque quiere generar una consecuencia, es una persona agradable y sabe mandar. Hay que saber mandar y respetar a los tribunales. No es fácil, hay que tener un cierto entrenamiento. El presidente actual de Brasil no se porta como presidente, es un capitán y no un general. Una persona que está acostumbrada a tener poder no necesita exhibirse. Carlos Menem era muy agradable, Raúl Alfonsín más señorial, pero todos mandaban. El poder no es para cualquiera sino para quien sabe utilizarlo, sino caés. El Congreso es muy difícil y raro, pero hay que conocer estas cuestiones. Lo más importante es el apoyo popular. No es fácil. Me era difícil lograrlo siendo intelectual, eso quiérase o no te aparta. En el poder, se requiere autoridad y humildad. Dependés de tu formación y de lograr un cierto equilibrio. A su vez, hay que tener un sentimiento de finitud, porque si no vas a sufrir cuando terminás. Hay que buscarse otros juguetes.
* Entrevista concedida al programa Voces y memoria de la radio Eco Medios AM 1220.