Juan Carlos Portantiero llamó “empate hegemónico” al escenario en el que dos bandos se neutralizan y ninguno de los dos puede llevar adelante su proyecto de país. Hace siete décadas Argentina se encuentra en esa situación.
Contra lo que nos sugeriría el sentido común, la opción menos negativa para los votantes es mantener el empate. Veamos por qué.
El peronismo
“El Presidente dura en su cargo seis años; y puede ser reelegido”. Artículo 78 de la Constitución de 1949. Reelección indefinida. A pesar de concesiones en el texto a los sectores nacionalistas de las que muy pronto Juan Perón sufriría sus consecuencias en el campo energético, el conductor consiguió lo que quería.
Aceptaremos la reflexión del historiador Robert Potash de que Perón creía que su reformulación de las relaciones económicas podía forjar un modelo coherente, es decir no era un demagogo; pero lo cierto es que la meta principal era seguir reeligiendo y la economía se subordinó a ese fin.
En 1994, Carlos Menem cedió a la UCR la autonomía para la Ciudad de Buenos Aires, el Consejo de la Magistratura, el tercer senador y el ballotage. Hoy, esas concesiones son los mayores dolores de cabeza del Partido Justicialista, pero, igual que en 1949, la meta era conseguir la reelección. En esa misma línea, el presidente Menem irresponsablemente se negó una y otra vez tanto a salir de la convertibilidad como a bajar el gasto porque buscó quedarse en la Casa Rosada más allá de su segundo mandato.
Néstor y Cristina Kirchner creyeron tenerlo resuelto. Igual que como hicieron Juan Schiaretti y José De La Sota en Córdoba, el truco sería la sucesión intercalada, el hermanito menor de la reelección sin límites. Con el fallecimiento del ex presidente esta posibilidad se cerró y se tuvo que retomar el tradicional camino de intentar reformar la Constitución. La derrota en las legislativas de 2013 clausuró el intento.
Conclusión: La economía peronista es una economía pensada para la reelección indefinida. No abundaremos en el derroche de recursos necesario para conseguir esa costosísima meta. Cualquier política económica se convierte en lícita para generar una euforia de dólar regalado y barrer con los límites temporales en el cargo: privatizar, expropiar, desregular, subsidiar, endeudar, emitir, dolarizar, pesificar, gravar. Enmarcada en un relato de cierre y superación del largo estancamiento, que sólo al principio logrará atraer a las renuentes clases medias, la economía se subordinará a la ambición individual del conductor.
La creencia detrás de este proceder es que el conductor o conductora del movimiento es indiscutido y no tiene reemplazo, cualquier tanteo de relevo es traición, y el líder se enfrenta a desafíos tan gigantescos que impedir más mandatos lo ata de manos para llevar al país a su destino de grandeza.
Si a esta economía se la deja evolucionar, evolucionará hacia algo parecido a la economía venezolana. El derroche no tiene chances de terminar bien. O se acaban los activos del Estado para privatizar o se acaban las empresas para expropiar. El país se endeuda o se descapitaliza, o ambos.
El electorado reacciona trasladando el poder al no-peronismo.
Un empate bajo un diluvio bíblico
El no-peronismo
Herederos de la tradición liberal-conservadora que rechazó la suma del poder público de Juan Manuel de Rosas, el no-peronismo toma como natural que la reelección indefinida a nivel nacional está fuera de sus opciones.
Para entender la economía no-peronista nos tenemos que subir a la máquina del tiempo, descender en mayo de 1943 y observar las últimas horas del país antes de la transformación.
Esas últimas imágenes nos revelan lo siguiente: la mente más lúcida de la década del fraude, Federico Pinedo, vio como su plan económico era rechazado en el Congreso y él echado del gobierno. Los expresidentes Alvear, Ortiz y Justo, muertos. El candidato oficialista a presidente era el arcaico Robustiano Patrón Costas. Y la UCR le ofrecía al general Pedro Ramírez la candidatura por su partido. Hasta ahí datos inapelables. Después empieza la historia contrafáctica.
Esa historia contrafáctica en el no-peronismo llega tan lejos como para asegurar que la Argentina podría haber sido Australia. Pero esa creencia choca de frente con las últimas fotos de 1943.
Como lo narra Juan Carlos Torre en “La vieja guardia sindical y Perón”, era fuerte dentro de las filas conservadoras (las filas de Robustiano Patrón Costas) la idea de desmantelar la reciente industria porque ésta no podría sobrevivir en la posguerra. Es decir, no se sostendría nada que no fuese competitivo. Eso hubiese significado un tremendo ajuste. Hay un país, acá al ladito nuestro, que pasó por un ajuste parecido en la segunda posguerra y que terminó en una plena expulsión económica, o, en otras palabras, en una emigración del 20% de su población. Uruguay.
Por otra parte, el especialista en América Latina Alain Rouquié, en una entrevista de 2017 con La Nación, respondió a este ejercicio contrafáctico: “sin el peronismo, la Argentina sería un país con una estructura social más clásica y jerárquica, como Chile”. Usted, estimado lector, podrá apreciar entonces como, con las fantasías no-peronistas, viajamos trece mil kilómetros hacia Oceanía, pero, en la realidad, el no-peronismo nos hubiese dejado con una estructura social como la chilena y con una economía expulsiva como la uruguaya.
Ese sigue siendo el plan. Cada final de un gobierno no-peronista, incluido el de la última dictadura, prueba que es así. Un plan con breves intentos de copiar o de comprar al peronismo que son rápidamente abandonados por sus patéticos resultados.
El proyecto no-peronista apunta a anular la artificialidad en la economía. Un gran sinceramiento. Esto incluye fines muy acertados como no convivir con el cepo, sino eliminarlo. Como normalizar el INDEC. Como no regalar la energía. Como detener la presión impositiva a los pocos sectores competitivos.
Pero una restauración capitalista en una economía con tanta artificialidad como la argentina, donde el único sector que puede sobrevivir es el agroexportador -y tal vez el minero-, esconde mal que primero habrá un derrumbe. Y no uno breve. Un derrumbe como el de Uruguay en los sesenta y setenta, como el de Rusia en los noventa. Visualicemos a nuestros oligarcas arrasando aún más con el Estado. Porque en un país del tercer mundo como el nuestro, el saqueo en medio de un largo colapso será inevitable, antes de que finalmente se instaure un nuevo orden.
Conclusión: La economía no-peronista es una economía del ajuste permanente, en el que sobra un importante porcentaje de la población que creció por décadas al calor de empleo público, industria protegida, mercados cerrados, planes sociales, jubilaciones sin aportes, energía regalada.
¿Cómo se llegó a que la única lógica económica y política sea la electoral?
El electorado sufre el derrumbe y detiene el proceso convocando al peronismo.
¿Cómo salir del círculo vicioso?
Si el PJ hace lo que nunca hizo y le da una solución institucional a la cuestión sucesoria (que incluye que el presidente y el conductor siempre sean la misma persona) la economía para la reelección indefinida perderá sentido. Esa es la dirección que debe tomar el peronismo.
Por su parte, el no-peronismo que llega a Balcarce 50 vive en un espacio físico y mental que va de Retiro a Nordelta y que representa un país paralelo al que emergió a partir de 1943. Por eso es que abundan las fantasías: “la inflación se resuelve en cinco minutos”, las discusiones con el FMI se resuelven “en cinco minutos”, “desdolarizamos en seis meses”.
Por supuesto que elaborar un plan que evite el derrumbe y la emigración masiva en un país con sólo un gran sector ultracompetitivo no es fácil. Y ese plan, además, tiene que ganar elecciones. Pero, justamente, ese es el desafío de ambos bandos.
Sino el electorado seguirá provocando el empate, que, como aseguró Portantiero en 1973, nos hace bajar otro escalón cada vez que se produce.