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¿Cómo se llegó a que la única lógica económica y política sea la electoral?

En otras latitudes, las elecciones son sólo una pieza más de un equilibrio del que también forman parte élites y factores de poder como el Ejército, la Iglesia o los sindicatos. Es decir, otros elementos, además de las elecciones, gravitan para perfeccionar el sistema. Entonces, ¿qué pasó en Argentina que quedaron las elecciones aplastando a todo lo demás?

elecciones 2021
- | AFP

Las víctimas silenciosas del esquema que creamos

Cuando en diciembre de 2018, en una clase de posgrado, se le preguntó al consultor político catalán Antoni Gutiérrez Rubí qué lo sorprendía de la Argentina respondió: “Dos cosas, la imposibilidad de llegar a consensos y la relevancia que se les da a los consultores políticos. En la mayoría de los países lo que hacemos los consultores políticos no le importa a nadie”.

En Argentina, los consultores políticos llegan al podio de la influencia, como sucedió con Jaime Durán Barba, por la desmedida centralidad que tienen las elecciones en todos los planos de la vida del país.

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El camino argentino a elecciones limpias y regulares fue épico y nos tomó noventa años. Noventa años de duros aprendizajes. Este logro es un orgullo para los argentinos.

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Pero esa es sólo la parte agradable de la respuesta.

En otras latitudes, las elecciones son sólo una pieza más de un equilibrio del que también forman parte élites (como el gran empresariado o los círculos intelectuales)y factores de poder como el Ejército, la Iglesia o los sindicatos. Es decir, otros elementos, además de las elecciones, gravitan para perfeccionar el sistema. Entonces, ¿qué pasó en Argentina que quedaron las elecciones aplastando a todo lo demás?

 

La élite empresarial

En 1945 el peronismo clausuró el largo control de la oligarquía sobre la economía del país, pero no lo destruyó hasta sus cimientos, o sea, no creó un nuevo orden desde cero. Así nació -en palabras de Juan Carlos Portantiero- nuestro destructivo empate hegemónico, un juego de suma cero que persiste hasta hoy.

A veces creemos que se logró alcanzar un consenso virtuoso, un proyecto de país, entre el gran empresariado y el resto de la sociedad, como por ejemplo en los inicios de la convertibilidad. Pero no es así. Simplemente el empresariado concentrado ya no cree que pueda controlar la economía como antes de que surja el peronismo entonces su actitud es siempre oportunista y, en medio de cada crisis, consigue llevarse un gran botín: estatizaciones de deuda, activos del Estado o ambos.

Pero estos procesos de un simulacro de consenso seguido de un saqueo también se agotan, es decir, hoy ya nadie cree en la sinceridad de los grandes magnates locales, entonces esas oportunidades de violentas transferencias de ingresos se les hacen más difíciles que en el pasado. Esta situación produce un sentimiento de cada vez mayor enajenación con el país por parte de los ricos, quienes, en el autoexilio uruguayo, nos darán a entender que nos merecemos lo que nos sucede porque somos “Peronia”.

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Conclusión: no hay consensos básicos entre la élite empresarial y la sociedad que generen la tranquilidad de que está puesto el piloto automático. Al contrario, piloto y copiloto están a los gritos pelados y el vacío de proyecto lo terminan ocupando las elecciones.

 

El Ejército

El partido militar gobierna Venezuela, Jair Bolsonaro ha nombrado nueve militares como ministros del gabinete, las Fuerzas Armadas chilenas llegaron con José Kast al ballotage, y, en Uruguay, la coalición gobernante tiene a un ex militar como una de sus figuras clave. Además, en casi cualquier latitud, el Ejército suele tener relevancia en la política exterior.

En cambio, las Fuerzas Armadas argentinas entregaron el país en un estado tan patético que, como castigo, fueron desfinanciadas y lanzadas a la irrelevancia. Por eso se pudo privatizar YPF, lotear Puerto Madero o vaciar el complejo aeronáutico de Córdoba.

Nuestras Fuerzas Armadas no tienen ni voz ni voto y una cantidad de temas que en otras naciones estarían fuera de discusión, como privatizaciones de activos estratégicos o buena parte de la política exterior, aquí son ítems, cada dos años, del barro electoral.

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La Iglesia

Su última victoria fue en 2006 contra el ex gobernador misionero Carlos Rovira al impedirle la reelección indefinida. Pero fue solo un paréntesis. La Iglesia argentina está cruzada por su pasado, por su propia grieta y por el rumbo que actualmente se intenta imponer desde el Vaticano, con Juan Grabois como su polémico estandarte, y que fracasa una y otra vez. Tan devastada está su influencia y tan equivocada es la línea que se intenta imponer desde Roma, que Argentina se dio el lujo de aprobar el aborto con un Papa argentino.

El aborto era una promesa electoral que pesó más que toda la presión eclesiástica y evangélica juntas.

 

La economía

La economía local sólo se puede entender por el ciclo electoral. El manoseo de la indexación jubilatoria, los aumentos a los estatales, los subsidios energéticos, la tasa de interés, las pequeñas aperturas del cepo, si el etanol se corta con azúcar o con maíz y una larga lista de medidas no están destinadas a convertirnos en un “modelo de acumulación diversificado”, como afirmó Cristina Kirchner, o en el “supermercado del mundo”, como dijo Mauricio Macri, sino con un fin más pequeñito: ganar la próxima elección.

¿Quiénes son las víctimas de todo este sistema? Quienes no pueden votar, por supuesto. Como no pueden votar no hay una desesperación histérica por parte de los políticos como la que se vivió en 2021 con el “voto joven”, porque el “voto infantil” no existe. Como tampoco pueden cortar calles ni pueden hacer volar el blue, el grupo etario más pobre del país (54%) son los niños y niñas menores de 15 años.

Qué puede pasar en las elecciones

Y esta es la prueba más punzante de que el único eje sobre el que gravitamos política y económicamente son las elecciones. Porque en cualquier país serio el hecho de que la mayoría de los niños vivan en la pobreza sería la prioridad sin discusión.

Pero, en Argentina, al que no le dé la edad para sufragar no tendrá políticos que se interesen por él, tampoco tendrá una élite empresarial, que, preocupada porque esos niños son sus futuros trabajadores y consumidores, insista en políticas urgentes para los menores de 15 años. El Ejército tampoco hará planteos sobre el estado de salud en que recibe a los conscriptos como lo hacía en los años treinta. La Iglesia será representada por la desautorizada voz de Juan Grabois, quien llegó a atacar a la Tarjeta Alimentar, y los sindicatos no se preocuparán porque mientras más joven el afiliado más barato para la obra social.

La salida de esta encrucijada no estará en aspirara cambiar a la élite empresarial oportunista o en reconstruir instituciones que eligieron autodestruirse como el Ejército, la Iglesia o la CGT. Eso ya se intentó. La solución estará en la misma dinámica electoral. Necesitamos una maduración dual, tanto del electorado como de la dirigencia. Pero el primer paso lo deben dar los dirigentes: ¿Engañar o convencer? ¿Hacer docencia o hacer demagogia? ¿Convicciones o caja registradora? ¿El país o mi reelección?

Ya sabemos lo que eligieron los políticos del pasado y del presente. Nos queda la crucial decisión de qué harán los dirigentes de la Argentina que viene.