OPINIóN
el costado lúdico de un pensador

Horacio González y el culto a las malas palabras

El intelectual, docente y ensayista, que murió el martes 22 a causa del Covid-19, recorrió el poder de las ‘puteadas’ junto a Miss Bolivia. PERFIL fue testigo.

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Juntos. En agosto de 2017, Horacio González y Paz Ferreyra (Miss Bolivia) debatieron sobre el uso catártico de los insultos. Un duelo de mentes brillantes. | néstor grassi

En agosto de 2017, un encuentro particular del que PERFIL fue testigo juntó a Horacio González -sociólogo, docente,  investigador, ensayista, ex director de la Biblioteca Nacional, entre otras tantas ocupaciones- con Paz Ferreyra -o Miss Bolivia, cantante, artista y brillante letrista-, en un debate acerca de, nada menos, las malas palabras. 

González, quien murió esta semana a los 77 años víctima del Covid-19, disfrutaba, según quienes lo conocieron, de los duelos lingüísticos. En el encuentro con la artista, esa tarde de invierno cinco años atrás, se divirtió con las palabras y divirtió a quienes lo escucharon. Aquí, la crónica que surgió de ese momento inolvidable: 

Aunque incorporadas al habla popular y con cada vez menos barreras de resistencia, las malas palabras –y su uso– siempre son motivo de debate. ¿Cuál es la diferencia entre una mala palabra y un insulto? Y más aún, ¿por qué insultamos? Para intentar responder esas preguntas, y a instancias del periodista y escritor Pablo Marchetti –que editó un diccionario de “insultos, injurias e improperios”– se sentaron a reflexionar el sociólogo y ensayista Horacio González y la cantante Paz Ferreyra, más conocida como Miss Bolivia. Aquí, resultados de ese picante diálogo.

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“Insultamos para definir una posición, y la nuestra ante el mundo. El insulto revela algo que queremos desajustar en el otro, y nos ayuda a poner un lazo que difícilmente se pueda borra con una disculpa. ¿De qué nos vamos a disculpar, de interesarnos tanto por alguien que lo insultamos? Es una forma de integrarnos con otra persona. ‘Pelotudo’ o ‘boludo’ viraron fácilmente a una prueba de amistad. Cuando yo era chico ofendía; ahora es un símbolo de comunidad”, abre el fuego González.

La cantante, que se hizo conocida por la potencia de sus letras, agrega: “Insultamos por una necesidad: tiene que ver con registrar al otro, de comunicarse de un modo especial. Una puteada es el documento de una época, porque está atravesada por el espacio, el tiempo, la edad, las costumbres”, dice. “Son un gesto político”.  

“Todas las palabras, según el diccionario, valen igual. Después, el usuario elige cómo las usa”, argumenta González. “A mí me cuesta decir ‘la concha de tu madre’, porque creo que nos tiene que costar por una razón: preservar el idioma, impedir que se quiebren todos los tabiques, algo que la TV ya hizo”, por ejemplo.

Para la artista, en tanto, “palabras como ‘gilada’, ‘gato’ quizá no tienen tanta fuerza incisiva para putear en vivo y en directo, pero cuando las pongo en una canción, empiezo a disfrutar la métrica, la rima, y allí cambian de significado”. “Hace unos años –apunta Marchetti– ‘gato’ era un insulto que sólo tenía que ver con ‘prostituta’. Ahora tiene otro significado: en el lenguaje carcelario, el gato es el que le hace los mandados al que manda”. 

Y, aunque con otra connotación, Miss Bolivia lo hizo trascender en su hit Tomate el palo. “Cuando la puse, es porque se refería a alguien más sigiloso, tramposo, mentiroso. Ahora, si se dice gato, el (ex) Presidente (Mauricio Macri) es en quien primero se piensa, no importa la inclinación partidaria”, reflexiona. Para González, los animales están vinculados a los presidentes. “Hubo un pingüino, foca, peludo, zorro. El insulto se basa en la apelación antagónica, en lo que no se puede decir, por eso los nombres de animales son tan importantes para definir lo humano”.

Miss Bolivia toma el acto de insultar también como una cuestión de género: “Desde las connotaciones, para ejemplificar con los animales: un potro es un semental, un ganador; pero una yegua, una pérfida”. Y asegura que cuida mucho qué y cómo dice: “A mí me gusta más decirle a alguien ‘hijo de yuta’ que ‘hijo de puta’. Es mucho peor”, asegura. “¿Y el superlativo –interviene Marchetti– sería decirle a alguien hijo de una comisaría?”, ríen. “Todavía falta también una palabra que haga tan contundente el acto sexual practicado a una mujer que a un hombre”, apunta ella.

Actos catárticos. “Existe el fútbol porque existen las puteadas”, asegura González. “El fútbol, el acto masivo de descarga, un lugar donde putear sea casi un ritual”, dice. Lo mismo cuando se maneja –aunque ninguno de los dos lo hacen, ambos confiesan que el auto es un buen lugar para darle rienda suelta a la catarsis– y ante las pantallas.

“El insulto existe para demorar la violencia. Es una forma argumental de expresarla”, dice el sociólogo, que también  reivindica a (Roberto) Fontanarrosa en el uso de los puntos suspensivos, por eso de cuidar el lenguaje y la territorialidad: “Todos sabemos el uso antagónico de ‘coger’ y ‘agarrar’ en España y aquí”, ejemplifica.

Y más allá de las que ellos mismos sueltan, destacan “la peor puteada” que recibieron: a Miss Bolivia le dijeron “sobrina de sojero”. Y a González, “barroco”.

La arenga de Fontanarrosa. En el Congreso de la Lengua de Rosario, en 2004, el escritor y dibujante reclamó una “amnistía” para las malas palabras. “Hay palabras, de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad y por su contextura física.  (...) No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo. (...) El secreto de la palabra pelotudo, ya universalizada –no sé si está en el diccionario de dudas–, es que (...) puede ser un utilero de fútbol, porque traslada las pelotas; pero el secreto, la fuerza, está en la letra T. Analicémoslo: no es lo mismo decir zonzo que decir pelotudo”, dijo. Y agregó: “Lo que yo pido es que atendamos a esta condición terapéutica de las malas palabras. Mi psicoanalista dice que es imprescindible para descargarse (...). Lo único que yo pediría es reconsiderar la situación de estas palabras. Pido una amnistía para la mayoría de ellas, e integrémoslas al lenguaje, que las vamos a necesitar”. 

Al igual que el genial rosarino, Horacio González anduvo siempre por el filo de las palabras para aguzar los intelectos  curiosos.