OPINIóN
La condena de cfk

Impacto sin reordenamiento

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Viudez. En 2010 hubo compasión; hoy hay polarización. | cedoc

La condena firme a Cristina Fernández de Kirchner es, sin lugar a dudas, un hecho político de magnitud. No tanto por su impacto electoral directo –que tal vez sea menor al anticipado–, sino por sus implicancias simbólicas y estructurales para el peronismo, el Gobierno y la dinámica de la oposición. Cristina fue sentenciada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Lo que parecía improbable hasta hace poco –una expresidenta condenada por corrupción y sin más instancias judiciales en el país– ya es realidad.

En el cortísimo plazo, el fallo tuvo un efecto visible: el Partido Justicialista se unió. Gobernadores, legisladores y dirigentes que venían mostrando matices o directamente tomando distancia cerraron filas en torno a la expresidenta. También se reordenó la militancia, que encontró una causa emocional, aunque quizá transitoria. Esos reflejos de cuerpo no son menores: el peronismo venía demasiado fragmentado como para desaprovechar una excusa para cohesionar algo.

Además, Cristina volvió al centro de la escena, algo que maneja como pocos en la política argentina. Su jugada de anunciar su candidatura a un modesto cargo provincial semanas antes de que saliera la sentencia fue todo menos ingenua: se aseguró de que el fallo la encontrara siendo candidata, lo cual refuerza su narrativa de persecución y proscripción. En paralelo, el Gobierno perdió a su principal figura polarizante: sin CFK como antagonista, la estrategia de Milei deberá virar hacia un clivaje más abstracto, menos visceral.

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Ahora bien, no todo es ganancia para el peronismo. Porque, aunque la dirigencia se haya alineado, la golpeada sociedad argentina no está de ánimo para organizar cabildos abiertos o 17 de octubres. No hubo movilizaciones muy masivas. A diferencia de 2010, cuando Cristina quedó viuda y hubo un fuerte efecto de compasión y unidad emocional, hoy la sociedad está polarizada y más preocupada por cuestiones materiales que por la suerte de una dirigente condenada. De hecho, lo más parecido en términos de reacción pública fue lo que ocurrió tras el intento de magnicidio de 2022: impacto inmediato, pero sin cambio de clima duradero y polarización. Las opiniones ya estaban formadas.

En este contexto, como señala el analista Ignacio Labaqui, la Justicia tal vez le haya hecho un favor al peronismo: logró lo que muchos dentro del espacio no pudieron –o no se animaron a– hacer hace más de una década: remover a Cristina del centro del escenario competitivo. Durante años, la falta de decisión interna mantuvo congelada la renovación. Nadie se atrevía a disputar en serio su centralidad. El fallo, paradójicamente, habilita esa discusión largamente postergada. Si el peronismo logra tomar nota, el fallo puede ser el punto de partida para algo que se viene postergando: una renovación de liderazgos, un desplazamiento del eje desde el Conurbano hacia el interior, y una apertura que incluya otras voces y estéticas.

Claro que eso no está garantizado. Porque si de aquí a las elecciones de septiembre/octubre (que estarán, obviamente, muy nacionalizadas) el peronismo construye una campaña basada exclusivamente en la reivindicación épica de Cristina, el relato de la proscripción y la nostalgia del pasado, frente a un gobierno que mostrará desinflación, dólar calmo y cierta sensación de orden, esa estrategia puede ser perdidosa. Insistir con mirar hacia atrás, cuando el electorado busca señales hacia el futuro, puede encapsular el espacio en su núcleo duro y cederle el resto del tablero a Milei.

La condena es una bisagra, sin duda. Pero su significado dependerá menos de lo que hagan los jueces y más de lo que haga –o no haga– la política.

*Director de la carrera de Ciencia Política, Universidad Torcuato Di Tella.