El 2020 fue un año inolvidable para el olvido. Hace pocas semanas la portada de la revista norteamericana Time definió al 2020 como el peor año de todos los tiempos. “Esta es la historia de un año al que no querrás volver” comienza el artículo del semanario, que, concentrado en la realidad de Estados Unidos brinda diversos motivos para esta afirmación: Catástrofes naturales, unas “bochornosas” elecciones presidenciales, la pandemia de Covid-19 que hasta el momento se había llevado más de un millón y medio de vidas, la muerte de Kobe Bryant, el asesinato de George Floyd, protestas y violencia callejera en todo occidente, el aburrimiento, la ansiedad, el desempleo, o las condiciones de “explotación laboral”, especialmente de los más jóvenes. Más allá de que técnicamente es casi incomprobable saber cuál fue el peor año de la historia de la humanidad, lo interesante es que la idea de que estamos atravesando el peor periodo de la historia no suena tan descabellada. La noción de que estamos pasando por tiempos complejos y turbulentos está presente en el discurso público cotidiano mucho antes de que llegara el Covid-19. Y como veíamos, también repercute en la forma en que percibimos el mundo, reforzando las distopías y las miradas negativas sobre el porvenir. La pandemia eliminó el futuro, y convirtió todo al presente. Y la revista Time, con esa portada, tomó la misma postura.
Cada generación ha vivido momentos decisivos de tragedia que se terminaron volviendo puntos de inflexión. Para la Generación X ese punto de inflexión fueron los atentados del 11 de Septiembre, para los baby boomers quizá el asesinato de JFK, o la Guerra de Vietnam, y para la generación silenciosa definitivamente los conflictos bélicos de mediados de siglo, con todos los horrores que trajeron aparejados. Estos puntos de inflexión tienen un efecto de desaceleración temporal. Como si, de alguna manera, el reloj se frenara y nos quedáramos atrapados en el presente, sin perspectiva para ver hacia atrás y ni capacidad de mirar adelante. Esta pandemia nos pareció terrible justamente porque eliminó el futuro y destruyó todas las proyecciones, dejándonos encerrados en el presente. Pero bien podríamos hacer el ejercicio de pensar en cómo hubiera resultado una pandemia de este tipo dos siglos atrás. Hacer ese ejercicio nos permite darnos cuenta que en realidad, la visión negativa y desesperada que hay sobre el momento en que vivimos, es muy anterior al coronavirus.
Esta pandemia nos pareció terrible justamente porque eliminó el futuro y destruyó todas las proyecciones, dejándonos encerrados en el presente
En 2015, el Financial Times publicó un artículo que tituló de la siguiente manera: “Golpeado, magullado e inestable: el mundo entero está al límite”. Diez años antes de esa tapa, ya la filósofa francesa Therese Delpech anticipó este “mundo al límite” en un ensayo que lleva el título de El Retorno a la Barbarie en el SXXI, donde advierte que el conflicto y la inestabilidad son inherentes a la historia, y que en el siglo XXI estamos entrando en un nuevo periodo de “barbarie”. Decir hoy que algo anda mal en el mundo no es para nada disruptivo. De hecho, es algo completamente factible de escuchar en cualquier ámbito y por distintos motivos. Y lo más curioso: casi de cualquier país en occidente. Pero en 2005, cuando Delpech anticipó nuestro retorno a la barbarie, todavía no era este el sentido común de la sociedad. El fin de la Guerra Fría, la expansión de la democracia y la incipiente revolución tecnológica derivada del internet y el auge de las punto com generó en occidente una sensación de que El fin de la historia había llegado.
Pero a partir de la crisis de las hipotecas en 2008, la balanza comenzó a inclinarse hacia el otro lado. Esta crisis, completamente inesperada derivó en desempleo en el peor de los casos, lo que, a su vez, generó protestas, conflictividad social, y consecuentemente inestabilidad política y aparición de líderes salvadores mesiánicos. El guión es más o menos parecido en todo el occidente desarrollado, y tiene sus características particulares en las distintas regiones como América Latina o Medio Oriente. Pero si hay algo común en todos los casos es, como profundizaremos a continuación, el impulso que brindaron las tecnologías emergentes a esta inestabilidad.
La crisis de las hipotecas de 2008 coincidió con un momento de profundos cambios tecnológicos que por momentos olvidamos. Intentemos situarnos por un rato en esa lejana y oscura época. Había unos extraños aparatos para reproducir música que se llamaban MP3, también existía un incómodo sistema de entretenimiento on demand que te obligaba a salir de tu casa, alquilar una película y pagarla. Los teléfonos, por su parte, eran bastante rudimentarios. En ese momento estaba en auge el BlackBerry, pero, si querías hablar un poco más, ya tenías que recurrir en la computadora a un sistema arcaico conocido como MSN Messenger.
En muchos de los casos, estas tecnologías permitieron amplificar los mensajes de las protestas, y sirvieron como base para el surgimiento de nuevos tipos de líderes y activistas
El punto es que, en 2008, cuando la crisis comenzó a generar una visión más negativa del futuro, estaban empezando a existir, o a volverse masivas, muchas de las tecnologías que hoy utilizamos a diario. El 31 de octubre de 2008, solo unas horas después de la caída de Lehman Brothers que provocaría una crisis casi sin precedente, Satoshi Nakamoto - el pseudónimo utilizado por la persona o las personas detrás de bitcoin - publicó el primer white paper de Bitcoin, proponiendo un sistema que permitiría superar la necesidad de intermediarios financieros. Buen timing. Pero no solo Bitcoin. WhatsApp, Twitter o Facebook. En muchos de los casos, estas tecnologías permitieron amplificar los mensajes de las protestas, y sirvieron como base para el surgimiento de nuevos tipos de líderes y activistas, pero también se volvieron blanco de críticas y en algunos casos fueron identificadas como una de las causas de los conflictos. Para el ensayista indio Pankaj Mishra, la historia occidental nos demuestra que la modernidad siempre estuvo asociada al desorden y los conflictos. Desde la Primera Revolución Industrial, el mundo asistió a un espiral de turbulencias, revoluciones y guerras a gran escala: La revolución francesa, las revoluciones de 1848, la Primera y Segunda Guerra Mundial. Pero para Mishra, que estas dos situaciones se dieran al mismo tiempo no es por mera casualidad. Más bien existe un cierto efecto de causalidad entre una y otra.
Como podemos ver, frases hechas como que todo tiempo pasado fue mejor fueron creando en los últimos años un sentido común negativo sobre el presente. Efectivamente vivimos en un tiempo extraño, en el cual podemos hacer una vacuna para una pandemia en menos de un año, pero más personas se mueren por depresión que por obesidad.
¿Realmente estamos ante el peor momento de la humanidad? No soy historiador, ni tampoco pretendo hacer historiografía, pero me animaría a afirmar que debe haber habido tiempos peores. O que, en realidad, no estamos tan mal como creemos.