El Día Internacional de los Trabajadores ha estado conectado siempre a la realidad histórica del capitalismo, por un lado, y del movimiento obrero, por el otro. ¿Cuál es esa configuración en el momento actual?
El mundo enfrenta desde hace más de un año una crisis humanitaria. Esta crisis se distingue de la pandemia de Coronavirus propiamente dicha, porque ha puesto en cuestión la capacidad de la organización social prevaleciente para encararla y resolverla. La relación del ser humano con su medio natural no es individual sino colectiva en un tiempo histórico determinado. El balance que deja ese metabolismo entre naturaleza y sociedad hasta ahora es contundente: la situación de las más amplias masas del planeta ha empeorado en forma considerable, tanto desde el punto de vista de la salud, de su subsistencia y la supervivencia.
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Se trata de un retroceso histórico. Mientras la participación de la fuerza de trabajo en el producto bruto internacional ha declinado en forma abrupta, las principales bolsa del mundo han alcanzado picos de valorización financiera que no tienen precedentes. La constatación no debería sorprender, cuando se tiene en cuenta que los Tesoros de los estados más poderosos han inyectado, con la colaboración de los bancos centrales, decenas de billones en grandes compañías y en fondos de distintas categorías, mientras el mundo del trabajo ha visto incrementar el desempleo y la caída de salarios e ingresos. Ante una pandemia que supera lo ocurrido en un siglo, el mecanismo social y político de la sociedad capitalista se ha puesto en movimiento para rescatarse a si misma, en contradicción violenta con la salud y la vida de miles de millones de personas. En una sola jornada, el miércoles 27 de abril, Bolsonaro coincidió con los Fernández, cuando anuló la casi totalidad de la protección laboral en Brasil, incluidas rebajas salariales, con el pretexto de incentivar la inversión privada, mientras sus rivales políticos vecinos llevaban el salario mínimo a 29 mil pesos, en cuotas. La suma equivale al 20% de una canasta familiar y al 40% de la canasta de pobreza corriente, que serán más caras cuando se pague la última cuota.
La disputa acerca de la presencialidad vs el confinamiento se reduce, en función de eso, a lo siguiente: cómo acondicionar el tratamiento de la salud y la vida al mecanismo ininterrumpible de la acumulación de capital. Los Fernández, por caso, han habilitado un blanqueo de capitales para la construcción, que no contempla en absoluto la cuestión del déficit habitacional de los trabajadores ni el hacinamiento, necesidades básicas en todo tiempo, pero decisivas en un período de pandemia, que luce, por otra parte, relativamente indefinido en su duración. La consigna de la “apertura” choca, sin embargo, con un límite absoluto, como lo demuestran los reportes de ausentismo laboral debido a contagios, que alcanza al 30% del personal de las empresas.
El antagonismo entre la salud y la vida, de un lado, y el capitalismo, del otro, se manifiesta con violencia en el sistema de salud y en las grandes farmacéuticas. De un lado, la desfinanciación de la salud pública y el crecimiento de la privada, ha convertido a la atención sanitaria en un asunto de mercado, por demás lucrativo. El resultado es que no ha resistido las necesidades de atención en ningún país del mundo. El monopolio farmacéutico ha impuesto un sistema medicamento-dependiente, en perjuicio de la prevención, y de otro lado el sistema de patentes le asegura precios de monopolio, incluso cuando las investigaciones son financiadas por el Estado. Más de la mitad de la población no tiene acceso a medicamentos complejos. La crisis mundial de vacunas de emergencia, ha puesto al desnudo la prioridad de una lucha comercial y geopolítica sobre los intereses de la humanidad; ¡los gastos armamentistas han crecido en forma abultada en todo este período!
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El movimiento obrero oficial se ha colocado, frente a esta crisis humanitaria, del lado del capital y de los estados, en todos los países; la crisis de organización y dirección de los trabajadores ha quedado expuesta como nunca antes. La denuncia del capitalismo y la necesidad de una agenda política socialista, ha sido archivada incluso por la mayoría de la llamada izquierda revolucionaria. Todo este espectro insiste en que la maquinaria capitalista siga en funciones, con la ‘presencialidad’ que sea necesaria. Este dique de contención ha sido desafiado por rebeliones populares crecientes, al margen de las direcciones sindicales y sin protagonismo dirigente de la Izquierda. Aunque los slogans de estas rebeliones destaquen las reivindicaciones más inmediatas, su impulso interno responde al impasse humano creado por esta crisis histórica del capitalismo.
El Primero de Mayo es uno de los más desafiantes que ha tenido la clase obrera.
* Jorge Altamira. Partido Obrero (Tendencia).