Cada 1° de mayo se celebra en el mundo El Día del Trabajador, en homenaje a los Mártires de Chicago, aquel grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886 en Estados Unidos por realizar un reclamo laboral. Pero este año, la fecha queda enmarcada y teñida por la pandemia de coronavirus que azota al planeta y el miedo al contagio.
Y, más allá de la crisis laboral y la debacle económica que esta emergencia sanitaria internacional trae aparejadas para todas las capas sociales, hoy más que nunca vale rendirle tributo a esos trabajadores que en este contexto arriesgan minuto a minuto su propia salud para colaborar, desde la primera línea, en la lucha contra el covid-19, que llegó para quedarse, al menos, por un tiempo más...
Cómo será la actividad en el Día del Trabajador en plena pandemia y hasta el 10 de mayo
En esta nota especial, tres de ellos nos cuentan en primera persona el antes y el después de la llegada del coronavirus y cómo se vieron modificadas sus rutinas laborales, pero también sus miedos y sentimientos ante la incertidumbre de una peste que ya dejó un saldo de más de 3,1 millones de personas contagiadas y al menos 230 mil muertos en todo el mundo. En la Argentina, a la fecha, hay 4.428 infectados y 218 fallecidos.
Pero si hablamos de homenajes, antes, vale un párrafo introductorio para la iniciativa del Ministerio Público Tutelar de CABA (MPT) que presentó el video de la campaña #GraciasPorCuidarnos, en agradecimiento a los profesionales de la salud por su labor.
Este hermoso video que los chicos hicieron posible nos sirve para presentar en él también a los tres protagonistas de esta nota, cuyas historias leerán más abajo: El doctor Ignacio de la Llosa, la doctora Lucrecia Bustamante y la agente Soledad García
La campaña fue convocada por varias personalidades en redes sociales para que niñas y niños envíen sus dibujos etiquetando al @mptutelar con el hashtag #GraciasPorCuidarnos, y el video collage se presentó en los hospitales Dr. Juan A. Fernández, Cosme Argerich y el Sanatorio Finochietto con la presencia de la Asesora General Tutelar, Yael Bendel.
Y por supuesto, estuvieron presentes directivos y personal de los centros de salud, como la jefa de Internación Pediátrica del Hospital Fernández, Dra. Graciela Suárez; el director del hospital Fernández, Dr. Ignacio Previgliano; el director del Sanatorio Finochietto, Dr. Guillermo Capuya, y el Dr. Néstor Hernández, director médico del Hospital Argerich.
De la campaña participaron el presidente de la Nación, Alberto Fernández; el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta; y personalidades del espectáculo, del periodismo, del deporte, de la medicina, con un video publicado en sus redes sociales invitando a las chicas y chicos a participar.
Se sumaron a la iniciativa Marcelo Tinelli, Julián Weich, el doctor Guillermo Capuya, Patricia Sosa, Leo Montero, José María Muscari, Gustavo Garzón, Georgina Barbarossa, Carla Peterson, Pablo Echarri, Eleonora Wexler, Diego Reinhold, Rubén Mattos, Gabriela Torres, Gino Renni, Evangelina Anderson, Martín Demichelis, Chiche Ferro, Fernando "Bocha" Batista y Sergio "Checho" Batista, entre otros.
Invitan a los chicos a subir dibujos para agradecer a los médicos por cuidarnos
Ahora sí, vayamos a los héroes nuestros de cada día...
El doctor Ignacio (Por Nadia Galán)
La primera historia le pertenece al médico Ignacio de la Llosa, de 41 años, quien asegura: “El riesgo para mi familia soy yo".
Fuerte, contundente y sincera es la frase que pronuncia este cardiólogo que trabaja en el hospital de San Vicente y que fue designado para conformar la primera línea de atención de pacientes críticos que puedan llegar infectados con coronavirus en esa ciudad del sur del conurbano bonaerense.
Desde la aparición del covid-19 en la Argentina, no solo cambió su día a día en su profesión sino que también alteró las costumbres en su casa, extremando los cuidados para resguardar a una de sus hijas que es asmática. "No nos damos más besos ni abrazos. Ahora me saludan de lejos y es lo que más me cuesta de todo esto", cuenta a Perfil.
De la Llosa vive en San Vicente con su esposa y sus dos hijas, de 8 y 5 años. Desde que el coronavirus se convirtió en una realidad, la cotidianidad cambió en la casa de este cardiólogo.
La UNCUYO creó un manual sobre cuidados del personal sanitario y su entorno
"Mis nenas son chicas y les expliqué que como yo tengo que trabajar en el hospital por un tiempo no nos vamos a poder abrazar, ni dar besos. Nos saludamos con la mano, de lejos", cuenta.
Para Helena (8) y Maitena (5), todo se convirtió en un juego que durará mientras el covid-19 sea una realidad.
"Los nenes no tendrían riesgo de padecer el virus, pero como mi hija mayor es asmática no quiero exponerla ni arriesgarnos. El riesgo para mi familia soy yo, por eso tomo todos los recaudos necesarios", sentencia.
Cuando Ignacio llega a su casa, se saca la ropa que usa en el Hospital Rural de San Vicente Dr. Ramon Carrillo o en la clínica privada San Vicente, los dos lugares en donde trabaja, y se ducha. Ahora duerme en una habitación en la que solo entra él, usa cubiertos diferentes a los de su familia y no comparte la mesa con los suyos a la hora de comer.
Estas últimas semanas se sumó otra preocupación: los dos profesionales de la salud fallecidos en la provincia de Buenos Aires eran de San Vicente. Uno de ellos, el doctor Héctor Bornes, que era su amigo.
También falleció un personal de seguridad del hospital en donde trabaja De la Llosa. “Lo primero que sentí fue dolor por la pérdida de un amigo, después impotencia por no saber qué hacer y cómo frenar el virus”, relata.
Y continúa: “Sentí incertidumbre de no saber a cuántos más nos va a tocar, y miedo. Empezás a repasar las veces que estuviste trabajando con tu amigo que se contagió y se murió, contando los días a ver si te pudiste haber contagiado o no. Lo que más siento es dolor y miedo por no saber cómo sigue esto y cómo vamos a hacer para solucionarlo”.
Por haber estado en contacto con un positivo, el cardiólogo tuvo que estar aislado unos días hasta que le dieron el resultado del análisis por coronavirus. Le dio negativo. Volvió a respirar con tranquilidad...
"Mi mujer está asustada, para las nenas es todo un juego y yo tengo momentos... Pero cuando mis hijas me preguntan cuánto falta para que nos volvamos a abrazar, me matan...", destaca. "Tengo mis días en que se me infla el pecho porque tengo una tarea importante para la salud del pueblo, pero en otros momentos lo único que quiero es quedarme en mi casa".
Hoy, Ignacio es uno de los pocos cardiólogos que podrán actuar en este contexto de cuarentena obligatoria porque dos de sus colegas conforman la población de riesgo y deben quedarse en sus casas: una está embarazada y el otro supera los 60 años.
"El recurso humano es limitado y es muy importante la concentración y extremar las medidas de higiene para no contagiarme y convertirme en un paciente más. Se nos van a complicar más las cosas cuando se nos caiga un soldado", grafica.
"Al principio, cuando se empezó a hablar del coronavirus pensé que era demasiada alarma y no creí que iba a llegar a tanto. Lo que me asusta es saber si vamos a tener todo lo necesario para atender a todos los que se terminen contagiando. Con las medidas que ya se tomaron, lo lógico sería que no pase nada tan grave. No quiero llegar al punto de tener que elegir a quién salvar y a quién no. Creo que con la cuarentena y si la gente es consciente y respeta la distancia y el lavado de manos, lo podemos evitar".
Con el fin de afrontar el pico de contagios, en el hospital armaron tres equipos de trabajo para atender pacientes divididos por categorías identificados con colores. El verde identifica a los enfermos que tienen síntomas leves y los que no tienen recursos para realizar el aislamiento en sus casas. El amarillo, con síntomas que requieran mayor cuidado, pero no críticos. Y el rojo es el área crítica y donde se necesitan los respiradores.
"Estamos capacitando a algunos profesionales para que puedan intubar. Yo voy a estar en la zona roja", describe sobre el trabajo en el Ramón Carrillo, que al momento de esta charla estaba cerrado por desinfección ya que en San Vicente hay 31 casos confirmados con coronavirus.
"Nuestro trabajo se tiene que valorar y deberíamos cobrar acorde a eso. No es momento para reclamos económicos, pero el tema de nuestros bajos sueldos es una realidad. No pretendo cobrar como un futbolista, pero quisiera que sea lo suficiente para que mi familia esté cubierta si a mí me pasa algo", reclama.
Siempre alerta y tomando los recaudos para cuidar a su familia, para distraerse un poco Ignacio toca el piano, lee y mira la televisión. "Espero que todo esto termine lo mejor posible y cuando vuelva de trabajar mis hijas vengan corriendo a abrazarme como hacían siempre", concluye, esperanzado.
La agente Soledad (Por Claudio Corsalini)
Se llama Soledad García y es coordinadora en la base Piedras del Cuerpo de Agentes de Tránsito y Seguridad Vial de la Ciudad de Buenos Aires, equipo conformado por más de 2.600 agentes y al que ingresó hace once años.
Soledad es otra de las trabajadoras que está en la línea de fuego desde el primer minuto, cuando el gobierno nacional decretó el aislamiento social obligatorio el pasado 19 de marzo.
“Nuestras función hoy es hacer que cada persona que transita por la ciudad lo haga con el permiso correspondiente. Y también, concientizar en los accesos, en los centros de trasbordo, en el metrobus, el subte, en todos los transportes públicos para que se entienda que hay que mantener la distancia personal y taparse boca, nariz y mentón”, comienza a contarle a Perfil.
Y agrega: “La gente nos agradece a diario por el trabajo y nosotros celebramos que comenzaron a entender que deben prevenir un posible contagio”.
Cuando la jornada laboral termina, llegar a casa tampoco es lo mismo que antes... “En mi casa tomo todos los recaudos. Antes de entrar me descalzo, me aseo, hay que cambiarse toda la ropa y hay que seguir manteniendo la distancia personal aunque nos cueste, pero tenemos que entender que debemos cuidarnos entre todos”.
El proceso ya lo tiene muy incorporado. “Me saco las zapatillas, después toda la ropa, que va directo a lavar, me baño y comienza una vida no tan normal. La distancia, tener cosas que uso solo yo, como el vaso, los cubiertos, pero bueno, mi marido y mis hijas entienden que así debe ser hasta que todo esto se termine”, explica Soledad.
Tapabocas para hacer en casa, con video y molde
A toda esa rutina se sumó hace poco el barbijo. “Hasta hace algunas semanas no utilizaba barbijo para ir en transporte público o para ir a comprar cuando volvía a casa”, dice antes de aclarar que, obviamente, cuando se hizo obligatorio, el tapabocas es su compañero permanente, en las calles de su barrio y en el trabajo.
No solo cuando hablamos con un conductor lo usamos, sino que en cada puesto de control, el barbijo y el alcohol en gel son vitales”, agrega.
Sobre el humor de la gente, los reclamos y los enojos, Soledad no tiene demasiadas quejas. “La verdad es que con los vecinos no estamos teniendo problemas, todo lo contrario. Nos ayudan muchísimo, entienden cuál es nuestra función”.
Y agrega: “Quizás tenemos al que está muy apurado y no tiene la paciencia que necesitamos, y nos pide que seamos más rápidos al controlar, pero no pasa en todos los accesos, sino en los de mayor congestión. Eso es básicamente lo que reclaman, pero en el balance, lo cierto es que gana la buena predisposición de la gente”, concluye Soledad, allí, siempre al borde del posible contagio y desde el minuto cero.
La doctora Lucrecia (Por Agustín Gallardo)
Ahora la que habla es Lucrecia Bustamante, médica del Hospital Italiano. “Tengo el bicho, ¿no?, ¿me voy a morir?”. La vez que le hicieron esa pregunta, ella no solo no tuvo una respuesta inmediata, sino que tampoco supo bien cómo expresarla.
La médica, vestida como si fuera un especie de astronauta (con las limitaciones para mantener una conversación que su traje protector presenta), fue una de las últimas fotos que ese paciente con sospecha de coronavirus tuvo en la retina de sus ojos antes de ser sedado e intubado por ella.
Ahora, Lucrecia masculla bronca y seguridad en la respuesta a esa pregunta: “¿Qué les vas a decir?, ¡que no! Nosotros trabajamos para que eso no suceda”.
Lucrecia es médica, tiene 42 años y trabaja en la Central de Emergencias del Hospital Italiano. Y ya sea en el área de adultos y pacientes críticos, el lugar de la guardia donde recibe todo tipo de emergencias, en su casa cuando cocina, o cuando apaga, cansada, la luz antes de irse a dormir luego de una jornada interminable, siempre sobrevuela esa respuesta que quizás define un poco su trabajo: salvar la vida de una persona en medio de la emergencia.
Así se llama, justamente, la especialización que hizo: Emergentología.
Atender emergencias en tiempos de covid-19 es para Lucrecia una tarea tan dura como satisfactoria.
La pandemia puso a los médicos contra las cuerdas
“Desde que tenía seis años sabía que quería ser médica”, dice en un alto del trabajo aclarando que ahora no está vestida como “un pitufo espacial”, según define ella misma a este traje de pandemia.
La imagen que se llevó aquel paciente es dantesca: antiparras, barbijo, camisolín y una escafandra algo incómoda, sobre todo para aquellos que llegan con una dosis de angustia importante.
“Ellos no ven bien mi rostro ni escuchan con total claridad mi voz. Con este traje, no se puede estar más de una hora, hora y media, por el nivel de transpiración y el aire caliente que se respira”, cuenta.
Al momento, ya estuvo con dos pacientes con sospecha de coronavirus. “Ahora es difícil. No es como antes. El paciente entra y no tiene el familiar ahí. Uno trata que ellos estén lo menos posible en contacto con sus familiares. Es duro, pero es así. Les decimos que es para que no se contagien, pero a veces no entienden”.
Las reglas cambiaron: “Antes, en esta y otras áreas, se hacía lo que se llama la ventilación no invasiva, pero ahora no la usamos, se intuba directo por seguridad”, explica la doctora.
“Nuestra tarea es salvarlos –insiste–, en medio de este escenario. Los tratamos bien aunque, claro, no es lo mismo que te lo diga una persona a que te lo diga un disfraz. Debe ser difícil entender todo esto para el que está del otro lado”, agrega.
¿Y ella? ¿Cómo le afecta todo esto? ¿Le afecta? Lucrecia hace uso de la sintaxis con la profesión a flor de piel: “Es para lo que me preparé toda la vida. No es hora, o tal vez no hay tiempo para saber cómo está uno. Creés que estás preparada para todo y luego te das cuenta de que no. Nos pasó con la gripe A y la porcina. Este virus sobrepasa mucho a las dos epidemias anteriores. Es mucho más contagioso y hay más medios reproduciendo la información. Por ende, hay gente más asustada que antes. Si uno no tiene la info correcta, te genera pánico”.
Sin embargo, Lucrecia tiene dónde apoyarse. Se trata de Rodrigo, su pareja. Con él, que es anestesista y trabaja en el mismo lugar, sale todas las mañanas en el auto rumbo al hospital porteño.
Para regresar, toman todos los recaudos: al trabajo llegan de civil; allí, se ponen el ambo que luego se quitarán en un lugar seguro. A la salida, se vuelven a poner su ropa y al llegar a su hogar se la sacan. Antes de bañarse, meten la ropa directo en el lavarropa. En el fin de la jornada, el alcohol en gel será testigo preferencial de la cena y el café de sobremesa...
Lucrecia mantiene la mente positiva, aún cuando sabe –y ve– que la gente no respeta la cuarentena. Eso le causa indignación. “Uno se pone en riesgo para que la gente haga lo que quiera”, dice.
Con cada aplauso ella se emociona, aunque es de las que le tocó recibir alguna amenaza en la calle por su condición de médica. Pero Lucrecia sigue yendo a hacer su trabajo y está ahí, como tantos otros, en la línea de fuego.
En los momentos más complejos, casi como un mantra visual, le da “play” a imágenes retro: es ella estudiando en esas incontables horas antes de recibirse o en las noches que pasó de guardia sin poder estar con su familia en algún evento o cumpleaños.
Lucrecia es feliz con lo que hace, aun en medio del desastre. “Por fin vale la pena no haber estado todas esas veces con mi familia. Nadie sin vocación puede hacer esto. Creo que en momentos como este, es cuando realmente vale la pena ser médico”, finaliza.
MT / DS