CORONAVIRUS
Pandemia

Morir para vivir

La historia de Luis Antonio Pérez Suárez, el primer médico de la Comunidad de Madrid fallecido por el coronavirus, contada por su hija Marta.

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Luis Antonio Pérez Suárez, el primer médico de la Comunidad de Madrid fallecido por el coronavirus. | Cedoc

Los números son escalofriantes. A día de hoy los muertos comprobados en España por coronavirus suman 15.843. Y no serán los únicos. Personas que se fueron en soledad y en silencio. Pero también están aquellos que se fueron luchando contra este maldito virus. Los sanitarios, que explican el 14% de los contagios, y que hoy lloran, junto a la sociedad española, a los 26 médicos fallecidos. Ellos ya no podrán escuchar los aplausos de apoyo que cada día, cuando el reloj marca las 20 horas, arrancan desde los balcones de todas las ciudades y pueblos del país. 26 médicos que ya no se pondrán sus batas blancas. 26 médicos que dieron su vida y su voz.

Marta Pérez, hija de Luis Antonio Pérez Suárez, el primer médico fallecido en la Comunidad de Madrid el pasado 5 de abril, confiesa a PERFIL que su padre jamás hubiera pensando que ella iba a ser su voz. Justo él, de carácter introvertido, que jamás quería ser el centro de nada.

El hombre detrás del número. Luis nació en Madrid pero se sentía gallego. Su lugar favorito era Cariño, un pueblo de A Coruña. “Comparto el mismo sentimiento. Yo siempre le decía que era nuestro sitio para encontrarnos cuando estábamos perdidos”. Aunque no es lo único que comparte Marta con su padre. También los une el amor por la medicina y el baloncesto.

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"Amaba su trabajo. Sé que volvería a ir ese 14-15 de marzo a trabajar. Pero te mentiría si te digo que la medicina lo era todo para él, lo éramos nosotros, sus cuatro hijos y su mujer.

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Trabajaba mucho, sólo para darnos lo que él no tuvo de pequeño. Siempre me decía que quien trabajaba de noche parece que no trabaja porque no se le ve”, cuenta Marta, y agrega con orgullo que ella siempre le decía que quería ser como él, que sabía de todo.

Marta recuerda que cada vez que tenía una duda en medicina él se la estudiaba y le dejaba diez libros en su mesa para luego hablar sobre ello. “No me lo ponía fácil, tenía que buscar todo y luego compartirlo con él”. En sus guardias, sigue, me ponía a prueba, me ponía casos clínicos sobre lo que había visto. Y yo lo único que pensaba era “sé que en mis primeras guardias no estaré sola, podremos seguir aprendiendo juntos".

En el deporte, y más en la cancha, se dice que es dónde se ve la personalidad de las personas. Luis era un excelente jugador de baloncesto que daba pases sin mirar, fiel a una forma arriesgada de jugar. Pero quizás lo que mejor lo describía era su frase favorita: "Una canasta hace feliz a uno pero una asistencia a dos". Cuenta Marta que este año en un partido Barakaldo- Celta, dio la asistencia a la canasta ganadora y lo primero que su padre le dijo fue "estoy muy orgulloso de ti, has compartido tu felicidad, has hecho feliz a tu compañera, esto le ayudará a tener más confianza y jugar mejor".

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Al hablar de su padre, puede intuirse en Marta una enorme nostalgia de aquellas hermosas nostalgias de los momentos cotidianos compartidos con él. Recuerda su inteligencia y su humor tan gallego que le reflejaba. Recuerda también que le encantaban los memes. “Si tenías 10-15 avisos seguidos al móvil ya sabias quien era. 

Veía la vida con su humor gallego, creo que sólo los gallegos lo sabrán: "se chove, que chova…pero tampouco tanto” (Si llueve, que llueva…pero tampoco tanto). Yo me reía muchísimo con él, ¡madre mía, qué bonito, de verdad!".

A Luis y a Marta siempre les quedará Cariño para reencontrarse.