Viernes Santo en Madrid. Desde esta madrugada cae una lluvia fina que se deja oír en los charcos en medio del total silencio. Se anuncian muchos Via Crucis virtuales en las redes desde primera hora: imágenes bíblicas y voces que repiten oraciones. Las iglesias, como la calle, están vacías. Lo constató Francisco, hace casi dos semanas, dando su bendición al mundo desde la plaza de San Pedro, también bajo la lluvia y en la más absoluta soledad.
Pocas oportunidades como esta para la Iglesia, en España al menos, para cumplir con su función cristiana de fraternidad y solidaridad. Faltan camas, personal sanitario, sitio en donde depositar provisionalmente los cuerpos de las víctimas fallecidas, en fin, manos que ayuden. Nada se ha sabido, al respecto de la Iglesia en estos días. Los propietarios de los hoteles han puesto a disposición del Estado sus establecimientos para habilitar camas; se han improvisado hospitales en predios feriales; se depositan cuerpos en centros de ocio e, incluso, en Madrid, hay una morgue improvisada en la futura Ciudad de la Justicia. La Iglesia tiene en España, registradas, más de treinta mil propiedades, exentas de impuestos, que incluyen lugares de culto, colegios, casas parroquiales, plazas, fuentes, frontones y todo tipo de parcelas, entre otros bienes inmuebles. Nada de esto ha sido puesto al servicio de la comunidad. Suena a reproche y lo es. La Iglesia ha estado en la calle, en este país, durante la Transición, para impedir derechos civiles (divorcio, aborto, matrimonio igualitario) pero nunca para defender derechos humanos.
Qué buena oportunidad para tender una mano al prójimo están dejando pasar.
Aunque, como dicen aquí, Dios aprieta, pero no ahoga: al fin ha salido el acuerdo del Eurogrupo y se liberan ayudas de medio billón (con b) de euros para financiar la crisis de los países europeos. La ministra española de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, eufórica, ha declarado que esta decisión nos garantiza una salida del foso en forma de V y no ya de U. Es decir, tocamos fondo y salimos disparados hacia arriba en lugar de tener que arrastrarnos antes de despegar. La ministra adelante, en pleno vía crucis, la resurrección.
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Quien también parece acercarse a los caminos de la fe es el presidente Emmanuel Macron, quien ayer fue a Marsella para encontrarse con el controvertido doctor Didier Raoult. Este científico, de larga cabellera y barba descuidada, a quien es más fácil imaginar montado en una Harley Davison que encerrado en el laboratorio, realiza pruebas con hidroxicloroquina, un fármaco usado contra la malaria, en la búsqueda de una cura contra la Covid-19. El campo científico considera que falta experimentación aún para asumir los resultados y, prueba de ello, es que está apartado del comité de científicos que asesoran al Elíseo. Pero ayer, según cuenta hoy Liberation, un asesor de Macron asegura que «el Presidente ha tomado nota de un cierto número de elementos en este encuentro y los examinará cuidadosamente». Por cierto, Donald Trumpo fue uno de los primeros creyentes en el uso de la hidroxicloroquina frente a la cautela de su asesor científico Anthony Fauci, quien, una y otra vez, además de atender su función, contradice al presidente en sus intervenciones.
Mientras tanto, al borde del mediodía, sigue la lluvia y en cualquier radio se sintonice aquí, al igual que en Londres (como es obvio) o París, a través de la tableta, emiten en todas, prácticamente, lo mismo: canciones de los Beatles. Hoy hace cincuenta años que se han separado.
Si pudiera elegir donde escucharlos esta noche, con una copa en la mano, no se me ocurre mejor lugar que Beatmemo, un pub de Rosario, en el que suena su música todo el tiempo y que solo se interrumpe para la actuación de un buen grupo indie o de jazz. Será porque soy un moderno. Me agarro en esto a Woody Allen: "Moderna es toda persona nacida después del edicto de Nietzsche ‘Dios ha muerto' y antes del éxito de I Wanna Hold Your Hand" (Perfiles, Tusquets, 1980, Barcelona).
Aunque hoy no pueda agarrar su mano. Tampoco ir a Rosario.
B.D.N./FF