OPINIóN
Análisis

¿Hay un plan económico?

Cuando nos referirnos a la existencia (o no) de un plan económico, nos colocamos en las antípodas de aquellos para los que la existencia de dicho plan implica, indefectiblemente, ciertos “equilibrios macroeconómicos” que sólo se alcanzan con ajustes y sacrificios a costa del pueblo trabajador.

Alberto Fernández y Martín Guzmán 20210616
El presidente Alberto Fernández y el ministro de economía Martín Guzmán | Cedoc Perfil

La pregunta de a dónde va el gobierno de Alberto Fernández se formula desde posiciones muy distintas del espectro político, económico e ideológico. Cuando nos referirnos a la existencia (o no) de un plan económico, nos colocamos en las antípodas de aquellos para los que la existencia de dicho plan implica, indefectiblemente, ciertos “equilibrios macroeconómicos” que sólo se alcanzan con ajustes y sacrificios a costa del pueblo trabajador.

Nos referimos en cambio, a si existen posibilidades reales de reactivación económica, mejora de los ingresos populares (salarios, jubilaciones), creación de empleo y un estado que pueda financiar de verdad salud, educación y viviendas dignas para todos. Si hay un horizonte de crecimiento económico que pueda ir en esa dirección en el corto y mediano plazo.

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Más allá de la retórica, no vemos en el programa del Gobierno actual nada que vaya en esa dirección. Sus políticas económicas se dividen en cortísimo plazo (hasta noviembre, después de las elecciones); mediano (el año post-electoral) y un nebuloso futuro “de acá a cuatro o cinco años”. En todos los casos, el límite es lo que se conoce como “la restricción externa”.

Hablemos de corto plazo. Ahí todo se patea para adelante. El acuerdo con el FMI, el pago de capital al Club de París, el sendero de equilibrio del tipo de cambio, la resolución de que pasa con las tarifas y un largo etcétera. Contradictoriamente, no se toma ninguna decisión de fondo: no se repudia el endeudamiento del macrismo, ni se rompe el acuerdo con el Fondo, ni se avanza contra las privatizaciones, ni se centraliza de verdad el sistema de salud, ni, mucho menos, se rompe las tramas de bicicleta financiera. Solo se “congela” todo. Claro que no es gratis: el Gobierno sigue pagando intereses de deuda, vencimientos parciales, y despilfarrando fondos. Del otro lado, mientras se evita una inflación mayor por el descalabro de todas estas variables, la ya existente basta para ganarle a salarios, jubilaciones y planes sociales, creando un ajuste de hecho e impidiendo cualquier tipo de reactivación. Sumémosle a ello que la exasperante lentitud de la vacunación continúa alargando al infinito el segundo pico de la pandemia.

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Luego vendrá el mediano plazo. Cuando, posterior a las elecciones, se “liberen” todas las variables. A nadie se le escapa que esto generará una aceleración inflacionaria y un mayor deterioro de los ingresos reales de los sectores populares. El centro de este segundo momento, en algún momento de 2022, será el acuerdo con el FMI. Un “facilidades extendidas” que, como en todos los acuerdos con el Fondo, vendrá preñado de mayores exigencias de ajuste y reclamos de reformas estructurales (fiscales, previsionales y laborales). Podemos resumir ese mediano plazo como el tiempo de un ajuste mayor y más cualitativo que el actual. La vuelta a la “ortodoxia” económica. Obviamente, el que pagará las consecuencias será, de nuevo, el pueblo trabajador.

Luego tendremos el horizonte mayor. ¿A dónde nos lleva todo esto? Al momento, dentro de cuatro o cinco años, en que caerán todos los vencimientos por los acuerdos con el FMI y los bonistas privados. Por montos anuales impagables muy superiores a los 10.000 millones de dólares. El plan del Gobierno es que si “hicimos buena letra en el período previo”, léase ajustamos la economía, redujimos el gasto (con sus consecuencias en salud, educación, jubilaciones), y la economía se “equilibró”, estaremos en mejores condiciones para… que nos vuelvan a prestar y así volver a renegociar con los acreedores, claro que desde una base de endeudamiento más alta aún. O sea, hacer buena letra a costa del consumo popular y la reactivación.

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Es evidente que así no existe ninguna posibilidad de pensar en un proyecto de desarrollo de mediano plazo. No lo hay, a menos que desandemos esta forma de funcionamiento perverso del capitalismo argentino, dependiente, semicolonial, subdesarrollado, totalmente sumido a la lógica de la valorización financiera y a los negocios de unos pocos grupos monopólicos. El centro de todo es la continuidad en el reconocimiento de una deuda externa impagable, además de ilegítima e inmoral y el ordenar la política a partir de la negociación con organismos financieros internacionales como el FMI. Si no rompemos esta cadena no existe presente, ni mediano plazo, ni futuro para ningún proyecto de desarrollo que resuelva las necesidades populares.

 

* José Castillo. Economista. Docente e Investigador de la UBA. Dirigente de Izquierda Socialista.