El gobierno de Lula da Silva se ocupa, y mucho, del segmento social más pobre. Pero demora en dar soluciones a un vasto sector de clase media, cruelmente endeudado y con imposibilidad de enfrentar los compromisos de pago. Los datos son elocuentes: casi 79% de las familias brasileñas tienen dificultades para saldar las tarjetas de crédito o se ven obligadas a atrasar los desembolsos. Eso tiene un impacto directo en el consumo y explica, en gran medida, como se llegó, en junio, a la inflación cero.
El Banco Central reveló que para refinanciar las tarjetas, la principal fuente de insolvencia, los usuarios llegan a pagar intereses anuales de 455%, lo que representa 15,35% al mes. Fue la Confederación Nacional de Comercio de Bienes y Servicios la que divulgó el último martes estos números. Informó también que un quinto de los deudores está “muy endeudado”. Y advirtieron que la cantidad de morosos es la mayor de la serie histórica, iniciada en 2010.
Un corresponsal extranjero, que pidió no dar su nombre, comentó en un grupo de WhatsApp que había pedido en febrero un crédito de 1.200 dólares; pretendía así impedir la acumulación de las deudas de su tarjeta, perteneciente a uno de los grandes bancos brasileños. El préstamo fue pagado en tres cuotas y el total le dio nada menos que 2.000 dólares (10.020 reales). O sea, debió desembolsar el valor inicial más otros dos tercios. Ese elevado costo crediticio justifica la baja demanda de préstamos en los bancos: cayó 18%.
La inflación de Brasil se desaceleró por debajo del objetivo en junio
En la ciudad de San Pablo, con 11,5 millones de habitantes, la mitad de la población pertenece a las clases E y D, integradas por familias que reciben los salarios más bajos (entre 260 y 900 dólares). Esos ingresos les alcanza, básicamente, para comprar comida y pagar alquiler. Las clases medias (C y B) son mayoría en la mitad restante (en general los ingresos oscilan entre 2.100 y 4.500 dólares mensuales).
Lo notable de esta porción poblacional es el impacto feroz que tuvo la pandemia de Covid 19. La sexta parte sufrió una caída de más de la mitad de sus beneficios, comparados con los existentes en 2019, y se han visto obligados a realizar trabajos temporarios para subsistir. La peluquera Solange Ferreira que vino del Nordeste para tentar la vida en la capital paulista, montó su propio salón y con su trabajo consiguió comprar casa para ella y para sus padres. Al mismo tiempo, comenzaba la facultad de medicina. Covid de por medio, debió vender la peluquería. Ella concluye: “La dignidad es pagar las cuentas al día y poder comer”.
Estos millones de brasileños de las clases C y B tuvieron que deshacerse, por ejemplo, de las prepagas; y eso ocurrió en un período –el de Jair Bolsonaro—donde el sistema de salud pública fue literalmente destruido.
Fue en el período del gobierno de ultra derecha que prosperó la autonomía del Banco Central, un antiguo procedimiento ultra liberal que permitía poner estos bancos al servicio de la banca privada. A partir de esa instancia, en dos años la tasa de interés básica pasó de 2% a 13,75%.
Las consecuencias se hacen sentir ahora: con intereses que suben por el ascensor, y salarios que quedan en el piso cero. En consecuencia, las clases medias brasileñas (¿y por qué no del mundo?) no logran entrar en el paraíso que alguna vez les destinó el desaparecido “Estado de Bienestar”.
Hoy el presidente Lula anunció que, a partir del lunes próximo, entra en vigencia el plan bautizado “Desenrola Brasil”; cuya obvia traducción es “Desenrolla Brasil”. Está destinado a los deudores que tengan ingresos de hasta 4.200 dólares; en adelante podrán reestructurar sus pasivos con los bancos, en 12 cuotas; un alivio largamente esperado.
GI