Hace apenas algunos días presencié en el Galpón de Catalinas la obra Carpa quemada; una crónica que reclama desde la mirada de los “ninguneados y desvalidos” del desarrollo y de la historia una lectura crítica sobre el primer centenario de la Patria, ejecutada impecablemente por un fabuloso grupo de teatro comunitario, de esos que solo inspiran sana envidia, admiración y ganas de salir corriendo a dar apoyo. Casi al final de la puesta, un coro populoso, potente y afinado espeta en la cara del espectador e increpa de frente con el dedo índice en señalética: ¿y ahora qué?, ¿quién se hace responsable?
Horas después, resonaban en las pantallas domésticas las afirmaciones de un político cordobés con aspiraciones a gobernador, que sin frenos ni peros soltaba al aire que “el regreso a la democracia en 1983 no le cambió la vida a ningún argentino” para luego enredarse en una serie de construcciones –convengamos, de limitada prosa o escuela– que oscurecían aún más lo que buscaba aclarar.
¿Pero qué piensan los y las argentinas sobre la democracia realmente existente o la que supimos/pudimos/quisimos construir? Para ensayar algunas respuestas, podemos echar mano de la última encuesta LaPop, coordinada por la Universidad de Vanderbilt y relevada en la región durante los años de pandemia. Como se sabe y se ha dicho hasta el hartazgo, habiendo sido un año dominado por una crisis global con múltiples impactos en múltiples ámbitos que demandó ingentes capacidades estatales ambidiestras, sin embargo, a nivel regional, el apoyo a la democracia aumentó respecto de las dos rondas anteriores (2016 y 2018). Y no solo eso, sino que la satisfacción con el sistema se incrementó marginalmente durante 2021, aunque –todo sea dicho– ambos guarismos son aun menores que los obtenidos hace una década. Argentina ostenta el 4º lugar, con casi un 70% de apoyo democrático, y es uno de los países con menor tolerancia a los golpes militares aun en circunstancias “especiales” preestablecidas por los encuestadores, tales como gobiernos corruptos (30% de tolerancia), crisis sanitarias (24%) y poderes ejecutivos autócratas (16%). Es decir, ni el miedo ni la sinrazón o la ceguera pueden llevarnos a golpear la puerta de los cuarteles.
¿Significa esto que todo marcha sobre rieles? Pues no. Los niveles de satisfacción de la muestra argentina ubican al país en la mitad de la tabla de la distribución de veinte países, y revela que el 43% manifiesta su satisfacción con el desempeño democrático. Ni tanto ni tan poco. Pero llegados a este punto, no podemos evitar mencionar las promesas incumplidas de la democracia, tal como las mencionaba el filósofo italiano Norberto Bobbio. Por solo distinguir una y de peso gravitante en la cuestión nacional: la igualdad.
Una encuesta, ya se sabe, tiene sus límites metodológicos. Sobre todo me interesa resaltar uno en particular, no permite sondear en profundidad los significados y sentidos que nutren las prácticas y los valores democráticos. En 2023 se cumplirán cuarenta años de una democracia que, aun con falencias, limitaciones y enormes desafíos por delante, es la que supimos y pudimos construir. Como forma de homenajear tantos años de estabilidad y lucha democrática –no es poco para cualquiera que dibuje una línea de tiempo de la historia argentina–, no sería mala idea dar lugar a un gran proceso de participación popular y de gobernanza multinivel que profundice y revele la democracia que queremos construir. El interés de una parte de la juventud demostrado en las colas de los cines para ver Argentina, 1985 o la alta preocupación que también manifiesta por un desarrollo más inclusivo al amparo del cuidado medioambiental o por la igualdad de género ameritan esfuerzos extras.
Porque de esto se trata la democracia, de derechos, de libertades, de solidaridades pero también de responsabilidades. ¿Cuáles? La de una ciudadanía activa que se reconoce parte de una comunidad política. Por tanto, quizá va siendo hora de menos PASO sí, PASO no, y más participación dentro y fuera de los canales establecidos.
Será la hora, por fin, de entender que las políticas condicionan a la política, le dan espesor y generan oportunidades de transformación. Y como decía Bobbio, la transformación es el estado natural de la democracia.
*Investigadora Undav/UNQ/Unpaz.