Las relaciones de pareja se encuentran a menudo con una dificultad que ha sido denominada “discrepancia del deseo sexual”. Terminología que indicaría ese fatal desacuerdo entre aquellos que desean y los que no, o aquellos que desean de cierta manera y los que buscan otras formas de satisfacción.
Problema que ha tendido a ser ubicado en las diferencias de género, ya sea por el muy enigmático deseo femenino (según nuestro querido Sigmund), a las diferencias hormonales entre varones y mujeres (aunque estudios más actuales lo pongan en duda). Y para refutar cualquier diferencia entre géneros, esta discrepancia también aparece en parejas LGBT. Lo que nos indicaría un tema no solo asociado al deseo, sino a su encuentro.
Entonces, ¿de qué estamos hablando? Para muchos el aburrimiento sexual suele suceder mucho más temprano de lo deseado, y esto no parece asociarse con el envejecimiento, sino con cierta cualidad del deseo sexual, ya que no busca tanto la continuidad, sino más bien la novedad. Es cierto que el encuentro erótico puede encontrar aprendizajes y reducir los temores cuando se vuelve más frecuente. Sin embargo, aquello que genera “ganas” tiende a disminuir, luego de encuentros repetidos con la misma persona y el interés por otros objetos suele aumentar.
Vincular al amor con el erotismo de un modo definitivo resulta problemático ya que dicha unión encuentra mecanismos particularmente contradictorios, el amor se ilusiona con querer todo y para siempre, mientras que el deseo pretende una parte y por un tiempo. Aun cuando haya momentos de romance en el que la parte parece ser el todo.
Peor aún, cuando busca ser regulado con un claro sentido de propiedad (económica, familiar u otras) que trata de organizar al erotismo más allá de los intereses de ambos. Tenemos un problema que pareciera responder a tres amos, el deseo que busca insaciablemente, el apego que intenta amar y ser amado por el otro y la propiedad que intenta retener con garantías la pérdida o descontrol del objeto.
Por lo cual, la discrepancia es tan antigua como el mundo, ya que difícilmente encontremos alguien con quién podamos tener un deseo erótico para siempre. Lo que no implica que no sacrifiquemos ese botín en pos de sentirnos acompañados, amados o seguros. En medio de esta compleja situación nos cuesta relajar las exigencias y pensar que lo imposible de resolver al menos puede tener atajos. Seguramente pensarán en la infidelidad, término que en principio lo evito, ya que responde a la lógica del apego amoroso o a que nos quiten la propiedad en cuestión.
Pero hemos llegado a evitar de tal modo este asunto que, hasta la masturbación, ver una buena porno o jugar con las fantasías, parecen formas peligrosas de desviar ese indisciplinado deseo sexual. Mucho más las experiencias swingers que permiten un goce conjunto y consentido con un tercero.
Entre otros desafíos, aparece el poliamoroso, tan a la moda, pero poco practicado, no es una solución estrictamente sexual porque apela al amor y a nuevas formas de construcción de redes familiares.
Menos comentadas y mucho más habituales son las “relaciones no monógamas consensuadas”, que se diferencian de las anteriores ya que por lo general parten del acuerdo, explícito o implícito, de que se hacen sin tener que dar explicaciones a la pareja. El psicólogo LaBier sostiene que en EE.UU. existe un fuerte consenso en aceptarlo como una posibilidad cierta (40% de los hombres y el 25% de las mujeres), sin que estos encuentros, por fuera de la pareja, impliquen estar enamorados.
Difícilmente se puedan motorizar deseos en sincronía durante mucho tiempo. Lo curioso es que la lectura monogámica suele seguir requiriendo al otro para cumplir el ritual sexual o para tranquilizar las furias de quien teme perder el amor de su objeto, o simplemente no quiere compartir la propiedad.
Probablemente el tema se reduzca a saber que la sexualidad en parte se comparte, en parte se disfruta con otros (virtual o presencialmente) o simplemente se goza con uno mismo. Saber que el deseo es huidizo de pautas formales nos anima a buscar alternativas, pero también a tolerar ciertas discrepancias.
*Psicólogo y Profesor de la UBA.