OPINIóN
Heidegger, la filosofía y el nazismo

La incomprensible indulgencia filosófica hacia Heidegger

A 45 años de su muerte, resurgen debates sobre el aporte al pensamiento de Martin Heidegger. Más allá de las polémicas, no se puede soslayar un dato central en su vida: fue parte del nazismo en los inicios del Tercer Reich. ¿Por qué sus seguidores le perdonan ese “detalle”, y qué relación tiene con su filosofía?

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Adhesión. Heidegger en un acto nazi y en un desfile como rector de la Universidad de Friburgo. | cedoc

En estos días se cumplieron 45 años de la muerte de Martin Heidegger, y por esa razón se vuelve sobre este pensador alemán del siglo pasado. Para algunas corrientes de la filosofía, Heidegger es el más importante filósofo del siglo XX, y hay quienes dicen que lo sigue siendo hasta hoy. En esa línea se inscriben divulgadores como José Pablo Feinmann o Darío Sztanjrazjber. Para otras corrientes de la filosofía actual, Heidegger no aportó más que oscuridad a la actividad filosófica. “Excéntrica y oscura”, su filosofía es “irrelevante, y leyéndola uno sospecha que en ella el lenguaje se ha desbocado”, opinó el célebre Bertrand Russell. Para Mario Bunge, el reconocido pensador fallecido el año pasado, Heidegger no era más que “un charlatán”. En ocasiones usó términos peores.

Sin embargo, ambas afirmaciones –“el mayor de los pensadores”, y “su filosofía es irrelevante”– son verdaderas: por un lado, es innegable el gran impacto de la filosofía de Heidegger en ciertas corrientes contemporáneas, como la “filosofía continental”. Su influencia es visible en Sartre (pese a que el propio Heidegger rechazaba la relación entre sus filosofías), en Derrida, en Habermas, en Foucault, y en el pensamiento posmoderno en general. El coreano Byungh Chul Han, un pensador “de moda”, también reconoce la influencia de Heidegger en sus ideas.

La afirmación antagónica es verdadera para quienes rechazan la filosofía posmoderna o se dedican a campos específicos de la filosofía actual. Por ejemplo ¿qué influencia tuvo Heidegger en la filosofía de la ciencia, o en la filosofía de la mente? ¿Y en la filosofía política, en la ética aplicada, en el feminismo filosófico, en el materialismo o en las filosofías naturalistas? Ninguna. Pensadores dispares, pero de tanta relevancia como Bunge, Daniel Dennet, John Rawls, Gustavo Bueno, Peter Singer, John Searle, Judith Butler, Martha Nussbaum, Jesús Mosterín, Adela Cortina, por mencionar algunos, no registran la labor de Heidegger como de relevancia para su filosofía.

El olvido del ser. ¿Por qué es tan importante Heidegger según sus seguidores? En general hay una coincidencia en su énfasis en la reflexión sobre la existencia, en su crítica a una sociedad tecnificada que, según Heidegger, produce “un olvido del Ser” en beneficio de un Saber mecanicista o técnico que carece de valor profundo.

Para José Pablo Feinmann, Heidegger es el filósofo más importante del siglo XX e incluso hasta hoy “su filosofía viene a romper con las filosofías basadas en una teoría del conocimiento. Ser y tiempo es un libro existencial. Lo que Heidegger llama el Da-Sein, el ente humano, el ‘ser-ahí’ está arrojado-ahí, eyectado en el mundo, con lo cual Heidegger evita por completo el esquema de la teoría del conocimiento, la separación entre sujeto de conocimiento y objeto de conocimiento. Lo original de Heidegger es que vuelve a poner la temática de la filosofía en la pregunta del Ser. Es decir: por qué hay algo y no más bien nada (...) Lo importante que aporta es que hace que el ente humano se pregunte otra vez por el Ser”.

Entonces, según Feinmann, Heidegger no expresaría otra cosa que una reacción ante la filosofía contemporánea, una oposición al conocimiento producido por la ciencia, que quiere volver a discutir sobre el Ser, como si entre Parménides y el descubrimiento del átomo no hubiera pasado nada. Esa reacción conservadora resulta un poco perturbadora: es atractiva para algunas tendencias ecologistas, que creen encontrar en Heidegger una referencia conceptual y pretenden vincularla con la “ecología profunda” de pensadores como Arne Naess. E incluso, quienes recuperan a Heidegger anclan allí la explicación (o parte de ella) de su adhesión al nazismo: al alejarse la humanidad del suelo, del campesino, de la tierra, de lo “natural” (como si la agricultura no fuera artificial, creación humana y también, a su modo una tecnología), se produce una anulación de los valores, del sentido de lo humano.

Pasaron cosas. Durante mucho tiempo se soslayaba, al hablar de Heidegger, el hecho de que el pensador alemán fue miembro del nazismo en los inicios del gobierno de Hitler. Nicolás Mavrakis explica que en el contexto de época “la tecnificación de la existencia era disputada por dos grandes poderes antagónicos en lo ideológico pero idénticos en lo modernizador: el comunismo y el capitalismo”, con lo cual parecía inevitable que las “promesas de recuperación de los valores del suelo y la tradición, del nazismo de Adolf Hitler sedujeran al filósofo como una opción superadora...” 

Pero ¿puede haber un extravío más grande para un filósofo: hablar del “olvido del ser”, y encontrar como “opción superadora” un régimen que niega el ser a otros seres, de carne y hueso, quienes según esa ideología, no merecen ser? Parece difícil encontrar contradicción más grande. Sin embargo, los defensores de Heidegger sostienen dos respuestas al respecto: por un lado, 1) que su adhesión y participación en el nazismo no fue más que un error en la vida del pensador, un episodio menor (algunos aluden a que no habría sido “por convicción” sino por “oportunismo”); y por el otro, 2) que ese “error” no tiene mucho que ver con su pensamiento filosófico, es decir que no existe una conexión necesaria entre su filosofía y el nazismo.

Algunos, como Darío Sztajnszrajber, argumentan que Heidegger estaba más allá de la política, ensimismado en sus cavilaciones sobre el ser y sobre los griegos y -como señala Juan Carlos Faraone- “llega a referirse al nazismo de Heidegger diciendo que biográficamente le pasó eso, como si la culpa del hecho la tuvieran los biógrafos, y como si el hecho en sí pudiera ser rebajado a la categoría de cosas que pasan”.

Pero en filosofía se discute todo, y se debe dar razones sobre lo que se afirma. Por eso es importante marcar que hay numerosos estudios que refutan ambas respuestas apologéticas de Heidegger. Por ejemplo, Tom Rockmore, quien le reconoce a Heidegger un lugar de gran influencia en la filosofía contemporánea, asegura que si la relación de su pensamiento con el nazismo no ha sido más señalada es por una suerte de “control de daños por parte de sus más fervientes admiradores” (Arendt, Sartre, Marcuse, etc.) y, sobre todo, por “una falta de percepción de su significación filosófica”.

No es el único: hay varios autores y autoras que muestran cómo su nazismo, o su silencio, son consistentes con su filosofía: Hassan Givsan, Peter Trawny, Donatella di Cesare, Víctor Farías y Nicolás González Varela son algunos.

La indulgencia hacia Heidegger. Resulta difícil entender la indulgencia hacia Heidegger de una parte importante de la comunidad filosófica. Quienes lo defienden dicen “bueno, pero él no echó a nadie y además estuvo poco tiempo en ese cargo”. Es cierto... a medias: tampoco defendió a quienes eran perseguidos, no dijo una sola palabra contra el nazismo –al contrario, en correspondencia con algunos de sus seguidores que le pedían que se expresara sobre el tema, justificó su silencio con falacias– y siguió en Alemania, trabajando y afiliado al partido nazi hasta el fin de esa experiencia atroz.

Una refutación al postulado de que no hay relación entre su filosofía y el pensamiento nazi es el discurso que pronunció cuando asumió como rector de la universidad de Friburgo, tres meses después de la llegada de Adolf Hitler al poder. Heidegger era ya un filósofo maduro, de casi 50 años, cuando asumió ese cargo, mientras perseguían a científicos, filósofos y docentes de esa misma universidad.

En ese discurso, además de las expresiones oscuras o francamente incomprensibles –las mismas que caracterizan el resto de su obra, que llevó a Sartre, a no leer más que cincuenta páginas en su primer intento de abordar Ser y tiempo, en 1934– lo que queda claro son los deberes (“los vínculos con la esencia del pueblo alemán”) que les marca a los estudiantes, tras anunciarles que se acabó la libertad académica, “falsa libertad que será reemplazada por la esencia del pueblo alemán, que es superior a todos y deviene de los griegos”. Los deberes son “el vínculo con el honor y el destino de la Nación, que exige estar presto para el sacrificio extremo”, “bajo el servicio de las armas”; y “el vínculo con la misión espiritual del pueblo alemán, que forja su destino en lo manifiesto de la fuerza superior de todos los poderes formadores del mundo”, en “la sujeción y obediencia al Reich”.

Es decir: adiós a la libertad académica, y ustedes, los jóvenes, a las armas y a disposición del Estado Nazi. Quienes arguyen que su filosofía no tiene una conexión profunda con el nazismo, no conocen o no quieren leer ese discurso.

Con defensores así. Alberto Buela es un filósofo argentino que tuvo un momento de gloria –no tanta como Feinmann o el rockstar Darío Z– cuando en 2010 le reclamó a Google que eliminara la asociación de su nombre y apellido con la palabra “nazi”, primera propuesta de ese buscador. Pero más allá de cómo prefiera definirse, Buela es consumido por la extrema derecha de la Argentina y es cercano (al punto de compartir ponencias) al filósofo ruso Aleksandr Duguin y al francés Alain de Benoist, ambos reconocidos pensadores de la nueva derecha.

En una nota en La nueva Provincia en 2014, Buela defiende a Heidegger de una manera tan singular que termina ratificando cada una de las acusaciones. Veamos:

1. Niega que antes de 1975 alguien lo haya acusado de nazi o de que su filosofía llevara al nazismo (veremos más adelante que eso es falso).

2. Niega el nazismo de Heidegger, pero, ya que está, niega el Holocausto: “Este tema está vinculado a otro mayor, la invención de la ‘industria del holocausto’”.

3. Revela la causa de la acusación: “La subordinación de la filosofía a los intereses de raza, religión y política después de la guerra del Yon Kipur (sic) 1973, al consolidarse el poder de Israel en Oriente Medio y el poder judío en Estados Unidos”. La acusación de nazi a Heidegger ¡es una conspiración judía!

4. Cita una “crítica” al nazismo de 1935: “Lo que hoy se ofrece en el mercado como filosofía del nacional socialismo, no tiene nada que ver con la verdad interna y la grandeza de este movimiento”. Es decir: Heidegger, según su defensor Buela, le critica al nazismo que se alejó del nazismo, de su “verdad interna”, de “su grandeza”. ¡Vaya crítica!

Con defensores como Buela, Heidegger no necesita detractores. Y de paso, deja bastante mal parados a los defensores progres del autor de Ser y tiempo.

Arquetipo irracionalista. Entre quienes lo defienden abundan impugnadores del eurocentrismo, nacionalistas y hasta indigenistas, lo cual es bastante incomprensible: ¿no detectan que no hay nada más eurocéntrico que la idea del “ser” como una fuerza que atraviesa los tiempos para llegar a un lugar, el “ser ahí” que no es otro que el Ser alemán, conectado directamente al Ser griego, superior a todas las demás “razas”, “en lo manifiesto de la fuerza superior de los poderes formadores del mundo”, signifique eso lo que signifique?

La aversión de Heidegger por la modernidad y por la tecnología –que hoy repiten distintos filósofos, de moda o no tanto– era vista ya en su época como una expresión del conservadurismo que caracterizó a los pensadores reaccionarios de todas las épocas.

Por ejemplo, cuenta Pablo Jacovkis que en la revista Minerva –que fundó y dirigió Mario Bunge– se publicaron ya en 1944, notas la conexión del pensamiento de Heidegger con el nazismo. Isidoro Flaumbaum, en el primer número de esa publicación, lo definía como el enemigo intelectual a combatir, “el arquetipo irracionalista símbolo del intelectual nazi”.

Jacovkis agrega: “Después de la Segunda Guerra Mundial hubo un manto de silencio bastante efectivo sobre el pasado de Heidegger”, que comenzó a romper el libro de Víctor Farías, de 1987. Pero recién con la publicación de los Cuadernos negros del propio Heidegger, en 2015, y sus abundantes pasajes nazis, racistas y antijudíos, se disipó cualquier duda. Aun así, no es fácil entender cómo seguidores de Heidegger, empezando por Hannah Arendt, su alumna y amante, encubrieron esa faceta del pensador alemán.

Antes, en 1935, Alejandro Korn denunciaba el nazismo de Heidegger y lo “cancelaba”, a su modo y con ironía: “Heidegger no hace más que revivir las visiones de los místicos que equiparaban el ser con la nada (...) e insinúa como principio absoluto y metafísico el tiempo. (Pero) ese tiempo eterno es difícil de captar así que el señor Heidegger ha resuelto conformarse con el tiempo que está viviendo y se ha incorporado al régimen que rige en Alemania. Y si éste es el resultado de su esfuerzo metafísico, podemos declarar que es bien pobre”, dice en sus Estudios de filosofía contemporánea, editado por Claridad al año siguiente de que Heidegger deja el rectorado.

¿Hace falta decir más? Algún heideggeriano dirá que es poco ese párrafo para despachar a un filósofo. A mí en cambio me parece suficiente para despachar a un nazi. Por más que se haya ocultado detrás de su filosofía.

*Licenciado en Filosofía y periodista. Integra la cooperativa periodístico-cultural El Miércoles, en Entre Ríos.