La salida electoral forzada y tan preanunciada por propios y extraños de la principal candidata de la oposición inaugura un cambio rotundo en el tablero político de esta Argentina cada vez más convulsa y alejada de la paz social.
La pronunciada polarización política e ideológica no deja ver que la justicia hace tiempo que perdió la venda de los ojos y su mirada es demasiado a menudo parcial y sesgada. Justicia para idiotas. No ha tratado de la misma manera casos y denuncias judiciales que tienen como protagonistas a diversos personajes de los partidos del poder o en connivencia escandalosa con el círculo rojo. Justicia tuerta. En este punto viene a mi memoria una pregunta muy estimulante que realiza Innerarity, el filósofo político vasco, al describir el amenazante estado de indignación política de la ciudadanía de muchas democracias contemporáneas y la acción de rodear el Parlamento como signo de descontento y desagrado; se cuestiona: ¿no deberíamos rodear a los poderes económicos y mediáticos para liberar de presiones a los que hacen política?, y agrego, o valga, la suplantación, a los que hacen justicia?
Para bien y para mal, el tablero de posiciones ya no será el mismo. Para empezar, el partido oficialista en su versión LLA apuesta a debilitar el sistema político en los principales nodos institucionales: Congreso, voto libre no obligatorio (¿quizá?), participación, también la Justicia a través de los consabidos intentos de nombramientos por decreto e incluso del rechazo a nombrar mujeres en cumplimiento de la ley. Pero LLA ha sabido capitalizar muy bien la comunicación pública, a fuerza de garrote en más de una ocasión, pero también de creatividad, de foco y claridad en el objetivo. El partido oficialista en su versión PRO, o lo que queda de él, está apostando nuevamente a no perder las mieles del poder, e inmediatamente después de la derrota en campo porteño se entregó sin condiciones… ¿O quizá sí las hubo y estamos viendo una parte de ese acuerdo?
Pero este juego político nacional nunca ha podido ser jugado con el peronismo o una parte significativa de él fuera de la cancha y, cuando se pudo, no se trató de democracia. La gran lideresa peronista se ofrece como prenda de unión con una fortaleza e inteligencia que no hacen más que erizar el cuero de sus enemigos. Pareciera de este modo resolverse la disputa interna por el poder aunque no así la disputa intelectual por el qué hacer para salir de este dolor país, tal como lo supo llamar Silvia Bleichmar en 2002. Tampoco dirime cómo resolver los problemas evidentes del pasado y que aún persisten. Los temas sustanciales que marcan nuestro eterno derrotero siguen estando ahí. La ciencia política sabe que el modo en el que se resuelva esta cuestión, es decir el quiénes pueden/deben hacer política, determinará los temas y las condiciones de la política.
Mientras tanto, pareciera ser que una parte de la ciudadanía ejerce una ceguera selectiva y no advierte o es indiferente al festival de deuda y bonos que el Gobierno impulsa con insensata algarabía. Bien cierto es que el electorado obtiene a cambio de esa ceguera una baja real en la inflación, pese a que la canasta de servicios varios (transporte, prepaga, colegios, etc.) está muy por encima del promedio total y se hace insostenible para alguna porción de la clase media, ya ni hablar de los sectores populares que no acceden a ninguno de esos servicios. Hace pocos días, durante un focus de trabajadores precarizados en servicios de taxi a demanda, uno de ellos me expresaba: “Yo los pondría a ellos durante un año a vivir con 300 mil pesos, como un jubilado”.
Esta falta de responsabilidad intergeneracional pone en cuestión una vez más el futuro y la esperanza en la democracia como sistema –el más apto– para dirimir conflictos reconociendo los derechos fundamentales y la división de poderes, el corazón del constitucionalismo. Ambos componentes de este constitucionalismo es lo que se ve hoy fuertemente violentado por el nuevo clima de época.
*Dra. en Teoría Social y Política.