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La nueva paz que Israel construye con sus vecinos

Impulsados por Donald Trump, varios países árabes se abren a un acuerdo con Jerusalén, a cambio de acceso a tecnología y mejor vínculo con Estados Unidos. Soledad de los palestinos.

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Washington. Las sonrisas del premier israelí, el presidente norteamericano, y los cancilleres de Bahrein y Emiratos Arabes Unidos (EAU) tras la firma de los acuerdos. | afp

Habiendo tenido una formación judía, digamos, progresista (el shule, el centro juvenil, las marchas del Movimiento Judío por los Derechos Humanos, los grupos cercanos a la organización israelí Paz Ahora), siempre pensé que las negociaciones con los palestinos debían pasar por concesiones territoriales.

En los actos de la colectividad en Buenos Aires de los 80 cantábamos consignas en favor de la paz y los chicos y chicas de los grupos más “a la derecha” nos mandaban a callar al grito de “¡amigos de (Yasser) Arafat!”.

Pese a todo, esa convicción me acompañó durante mucho tiempo, y de hecho sigue firme ahí, en alguna parte de mi formación política y profesional.

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Hace unos diez años, esa idea salió a relucir mientras tomaba un café con un alto funcionario de la embajada israelí en Washington en épocas en las que trabajaba allí como corresponsal de la agencia italiana ANSA.

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La charla era informal y sincera, en el agradable lobby de algún hotel coqueto, por lo que creí que podía hablarle a mi amigo no como periodista sino como un argentino judío con ideas de emigrar a Israel.

Hablamos del asunto de la concesión de territorios ocupados a los palestinos como prenda de canje para la paz con los países vecinos, una idea antigua y que en esos años ponía en la mesa la propia Liga Árabe.

Le señalé la convicción casi universal de que ese era el camino para terminar de reinstalarse en el vecindario árabe después de cientos de años de exilio. Hasta los países amigos le decían al gobierno de Jerusalén que era “tierra por paz”.

“Hay que escuchar a los amigos”, le dije. “Es como que te empeñes en llevar una corbata roja horrible y todo el mundo te pida que  no la uses, que la cambies por otra”.

“A mí me gusta la corbata roja”, dio por terminado el tema el diplomático israelí, y pasamos a hablar de hummus y de las chicas de Tel Aviv.

Netanyahu. Al actual primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, es común verlo usando traje y una corbata, muchas veces roja. Nunca estuvo convencido de que la fórmula era “tierra por paz” e ignoró las insinuaciones o reclamos de países amigos, desde Alemania a Estados Unidos.

Netanyahu nunca tuvo intención de dejar de usar la ropa que más le gusta y lo mismo es en la política. Y, finalmente, el tiempo le dio la razón, parece ser que es posible acercarse a –por lo menos algunos– países árabes con la idea de “paz por paz”.

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En sus mensajes oficiales después de alcanzado el acuerdo para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos, anunciado a mediados de agosto, y antes de que se sumara en estos días Bahrein, Netanyahu habló explícitamente de “paz por paz” con tono victorioso, despertando la ira de los palestinos, que están viendo pasar periódicamente un “último tren”.

Pero, a pesar de ser un blanco fácil para las críticas, por las denuncias de corrupción en su contra y por su estilo arrogante y pendenciero, Netanyahu no es el único que en el nuevo Medio Oriente piensa que se puede hablar de paz sin tener que involucrar el tema palestino o que quiere mayores relaciones comerciales y armar un muro de contención alrededor de las ambiciones nucleares de Irán.

Jeques, reyes, príncipes. Los ricos jeques del golfo Pérsico vienen descubriendo con entusiasmo las ventajas de ciertas nuevas ideas, como la apuesta a la tecnología de avanzada y ciertos cambios sociales, como mejorar la posición de las mujeres.

Al igual que Netanyahu, los jeques están mostrando que –si bien los acuerdos con los Emiratos y Bahrein fueron fogoneados por Washington– la región no es un bloque de salvajes semitas que solo piensan en la guerra.

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Cuando se habla del “mundo árabe” siempre me acuerdo de la una de las últimas escenas de la película Lawrence de Arabia, en la que los ejércitos tribales arrebatan a los turcos y entran a Damasco durante la Primera Guerra Mundial.

El director David Lean muestra a los jeques peleando a los gritos e insultándose para finalmente no poder ponerse de acuerdo sobre cómo controlar la ciudad. Aunque el film sigue siendo una maravilla, también concentra la mirada del colonialismo inglés: los árabes no estaban en condiciones de controlarse a sí mismos, menos todavía a una ciudad o un país.

Los jeques del Golfo muestran que Lawrence de Arabia es una historia del pasado, que sí pueden manejar sus países y, en algunos casos, convertirlos en potencias regionales.

Trump. La tendencia venía desde hace tiempo, pero en los últimos años encontró un socio inesperado: Donald Trump.

Aun con todas sus barbaridades domésticas, en el caso del Medio Oriente Trump entendió que, allí también, se trata de dinero y negocios, no de ideología. Que los países tienen intereses propios, no siempre alineados con los de Londres o París.

La tradicional presión para lograr una paz entre israelíes y palestinos la personificó el ex presidente Barack Obama, cuyas gestiones resultaron un gran fracaso. Su estilo paternalista, clásicamente norteamericano, enfureció siempre a Netanyahu, quien lo criticó en voz alta, pero también a muchos líderes árabes, que esperaban a cambio de cualquier gesto una mayor entrada al mundo occidental (en particular a la tecnología y las armas), y no una postulación al premio Nobel de la Paz.

Con Trump de casamentero  los jeques llegaron a Washington para finalmente firmar la paz con los judíos de Israel, al fin y al cabo, primos semitas.

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No es casual que en estos días muchos países árabes estén “redescubriendo” sus propias comunidades judías, para sorpresa de observadores internacionales que siguen viendo a la región en blanco y negro.

Por ejemplo, el diario en inglés Arab News, publicado en Arabia Saudita y en línea con el gobierno de Riad, comenzó su serie de notas especiales para celebrar su aniversario 45 con una larga y muy investigada historia sobre los judíos del Líbano. Y, hace algunos meses, una teleserie también saudita, difundida en horario estelar, contaba entre sus principales personajes “positivos” a una matriarca judía en una típica aldea de la zona del Golfo en los años 40.

Beneficios. Tras décadas de enemistad con los primos “yahudis”, muchos líderes árabes se sienten liberados de la presión de la opinión pública y se ponen en la lista para firmar acuerdos con Jerusalén. Las apuestas dicen que los próximos pueden ser Arabia Saudita o Marruecos.

Un acercamiento a Israel puede dar a esos países acceso a tecnología de última generación en terrenos que hasta hace poco tiempo parecían de ciencia ficción, como la inteligencia artificial y la realidad aumentada. 

Dos versiones para un mismo Medio Oriente

Y también ayudaría a que Washington diera luz verde para adquirir armamentos y sistemas militares inaccesibles, como los aviones estadounidenses F-35, que los Emiratos estarían encantados de comprar y que por ahora solo los vuelan los pilotos israelíes en la región.

La historia de los F-35 está por verse, porque Estados Unidos se viene asegurando desde hace tiempo de que Israel mantenga la ventaja tecnológica militar en Medio Oriente. Pero otros equipos ya están siendo conversados, como el sistema láser desarrollado por la Universidad Ben Gurion del Negev para interceptar drones y globos incendiarios como los que regularmente se lanzan desde Gaza, y el sistema de espionaje como los que los que empresas israelíes ya vendían a los Emiratos en los últimos años, cuando el romance era un secreto a voces.

Cómo sigue. Ahora, tras la firma de los acuerdos en Washington, será interesante observar cómo se comportan los actores principales de esta novela.

Como condición para el establecimiento de relaciones diplomáticas, Abu Dhabi pidió que Netanyahu suspenda el plan de anexión de porciones de Cisjordania (o Judea y Samaria, como llaman en Israel a esa zona).

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Israel cumplió con el pedido, pero tampoco le costó mucho: a pesar de la alarma en el “campo de la paz” internacional, el plan nunca estuvo firme y es demasiado complicado en términos de reparto de territorios para que avance de manera decidida.

¿Seguirá Israel adelante con la “anexión”? ¿Llegará de parte de Netanyahu un guiño a los palestinos para retomar negociaciones más allá de las que nunca dejaron de concretarse en materia de seguridad?

¿Tendrán estos acuerdos algún impacto en la democratización de Bahrein, los EAU y otros países del Golfo, donde prácticamente no existe oposición y las cosas son manejadas por jeques, reyes y príncipes?

¿Y tendrán los palestinos un ataque de realismo y buscarán la manera de crear algo lo más parecido a un Estado independiente en las zonas que ya tienen bajo control y que se evaporan todo el tiempo frente al avance de los asentamientos judíos en los territorios ocupados?

Un cierto tipo de paz parece estar llegando al vecindario semita de Medio Oriente, una paz del color de la corbata de Netanyahu y de los dólares del Washington de Trump.