El profesor Arie Kacowicz vive hace cuarenta años en Israel pero nació en Buenos Aires.Quizás por eso no puede evitar un modismo porteño cuando se le pregunta sobre los resultados de las elecciones israelíes del lunes, cuando el primer ministro, Benjamin Netanyahu, quedó a solamente tres bancas del congreso para retener su puesto. Netanyahu, dice Kacowicz, “está pegado a la silla” del poder.
Es cierto que el primer ministro y sus aliados en el bloque de la derecha están logrando reunir solamente 58 bancas de apoyo en la Knesset, el parlamento unicameral israelí de 120 miembros, y que le faltan tres para alcanzar el número mágico de 61 para formar gobierno sin problemas.
Pero los resultados de esta tercera ronda de elecciones van más allá de esos números y ponen en evidencia el inoxidable carisma de este “animal político” medioriental que se aferra al poder a pesar de ser vilipendiado constantemente en casa y en el extranjero.
Y también a pesar -un dato para nada menor- de las causas de corrupción que avanzan en su contra.
Números
Cuando se había contado ya el 99 por ciento de los votos, el Likud de Netanyahu permanecía firme en 36 bancas. A esos escaños se suman nueve del partido “haredí” (religioso) Shas, siete de Yahadut Hatorah (Judaísmo Unido de la Torá, ultraortodoxo) y de Iamina (literalmente, en hebreo, derecha), una alianza orgullosamente derechista, y hasta un poco ultra, como su nombre lo indica.
La coalición de centroizquierda, el Cajol Laván (Azul y Blanco) del ex comandante militar Benny Gantz, quedaba en solamente 32 escaños, muy lejos de la posibilidad de sumar gobierno, incluso sumando las siete bancas de la izquierda tradicional.
A dos semanas del juicio a Netanyahu, Israel elige premier
En el medio quedó el partido Israel Beiteinu (Israel, Nuestra Casa), de Avigdor Lieberman, líder del “partido de los rusos” (en referencia a los inmigrantes de los países ex soviéticos), con siete escaños y chances recortadas de volver a ser el "kingmaker", el dirigente en condiciones de inclinar la balanza y coronar a algún candidato.
Cuando se terminaban de contar los votos de los soldados y de los diplomáticos en el exterior, una tarea que toma más tiempo, las urnas dejaron claras muestras de las transformaciones de Israel.
Por ejemplo, el histórico Laborismo de Golda Meir y Shimon Peres, ya hace rato es apenas una gloria del pasado, un fantasma del partido que gobernó al país en sus primeras décadas míticas. El lunes, el Avodá del actual líder laborista, Meir Peretz, solamente pudo rescatar tres escaños. Y entró a la Knesset porque arañó el mínimo de seis bancas en alianza con otros partidos de izquierda.
Por otro lado, una sorpresa que ya no es “sorpresa”: la Lista Árabe Unida, una coalición de partidos que representa a esa minoría étnica, quedó en el tercer lugar, con quince escaños, solamente detrás del Likud y de Azul y Blanco. Estos dirigentes árabes son en general antisionistas, algunos comunistas, mantienen excelentes relaciones con los líderes palestinos y ansían un Israel que no sea el “estado judío”sino una entidad plurinacional.
Alianzas
Con estos resultados, comienza en Israel una nueva danza de partidos políticos y coaliciones para sumar apoyos o formar alianzas. En los próximos días, después de que se hayan anunciado formalmente los números de las elecciones, el presidente de Israel, Reuven Rivlin, no tendrá más remedio que darle a Netanyahu el mandato para tratar de formar gobierno. Es sabido que Netanyahu no es del agrado de Rivlin, también del Likud, pero ni el presidente ni el país tienen otra primera alternativa a mano.
Gantz ya está intentando pegarle a Bibi adonde más le duele, los procesos judiciales por corrupción. El líder de Azul y Blanco promueve una ley que impida que un premier acusado formalmente ante la Justicia pueda seguir en el cargo, lo que removería efectivamente a Netanyahu de su silla.
Sin embargo, no está claro cuánto apoyo puede sumar Gantz para esta propuesta de ley entre los partidos de la oposición (que, en teoría, cuentan con mayoría en la Knesset), ni si una norma semejante podría aplicarse a un gobierno de transición, como es el que actualmente encabeza Bibi.
Netanyahu respondió acusando a Gantz de querer "robar las elecciones" y de buscar el apoyo de "terroristas", en referencia a los diputados de la Lista Árabe Unida, alianza que ya anunció su apoyo a la propuesta de ley lanzada por el líder de Azul y Blanco.
Sobre Netanyahu y su esposa, Sara, pesan varias denuncias de corrupción. A primera vista, los casos son bastante frívolos y empalidecen en contraste a similares que ocurren en América Latina, por ejemplo. Pero ser condenado por corrupción no es chiste en Israel, si no que lo diga el ex primer ministro Ehud Olmert, quien pasó dieciséis meses en prisión por un caso de negocios turbios de unas pocas decenas de miles de dólares.
Entre los casos que salpican a Netanyahu figuran un caso de presuntos regalos lujosos recibidos de parte de empresarios millonarios de Estados Unidos y Australia, incluyendo cigarros y botellas de champagne por 265.000 dólares.
También presuntas negociaciones con el dueño de uno de los principales diarios del país, Yediot Ahronot, para moderar las críticas a su gobierno, y también supuestas conversaciones para que un importante portal local de internet bajara el tono de sus comentarios políticos a cambio de negocios en el sector de las telecomunicaciones.
Saltar la cerca
Con estas batallas políticas y judiciales de fondo, el baile de la formación de gobierno está incluyendo la posibilidad de que algunos candidatos que fueron con Azul y Blanco se pasen al bloque de derecha.Las leyes prevén que saltos semejantes se castiguen con la imposibilidad de presentarse nuevamente a elecciones por un periodo o por el mismo partido, pero más de un dirigente político pagaría ese precio a cambio de, por ejemplo, un puesto de ministro.
Una de las candidatas a saltar de centroizquierda a centroderecha es Orly Levy Abecassis, quien se quedó con las ganas de ser ministra de Salud mientras todavía formaba parte de Israel Beiteinu y ahora podría darse el gusto. Y otro es nada menos que Amir Peretz, el líder de Avoda, a quien algunas alocadas versiones ven como posible ministro de Defensa.
También se puede llamar a una cuarta elección, si las negociaciones no llegan a ningún lado. ¿Y quién es el candidato mejor perfilado para mantener su base de votos y tener la primera posibilidad de formar gobierno en nuevos comicios? Pocos dudan que -proceso judicial aparte- ese hombre es Netanyahu.
En el poder desde el 2009 y el primer ministro con más tiempo en el cargo en la historia de Israel, Netanyahu es considerado como el político que impulsó la transformación del país en una potencia tecnológica. Muchos también lo ven como el hombre que mantiene a raya las ambiciones de Teherán. Es además buen amigo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y mantiene relaciones de igual a igual con los líderes de Europa.
Pero, Bibi es también un líder que puede mirar a los ojos a colegas como el indio Narendra Modi, al presidente de Rusia, Vladimir Putin, o al de Turquía, Recep Erdogan.
Un país medioriental
Es que Israel ya no es el país “blanquito” de los inmigrantes pioneros que llegaban desde la Europa de los pogroms o de los años del nazismo. Aquellos ashkenazíes de piel blanca y ojos claros crearon en 1948 un país de tonos socialistas, austero y moral, que se distinguía mucho de sus vecinos árabes de piel aceitunada.
Hoy, en cambio, después de las inmigraciones masivas desde los países árabes -de donde llegaron cientos de miles de judíos que escapaban de la violencia que estalló tras la creación del estado judío-, desde la Rusia post-soviética y hasta de Etiopía, cuna de los judíos africanos de piel negra, el país es cada vez menos demográficamente “occidental”.
Los judíos mizrahim, los que llegaron desde Marruecos, Yemen, Irak o Egipto, y sus descendientes, forman la columna vertebral del Likud. Son los judíos que no se avergüenzan de escuchar música árabe y de comer falafel en la calle. Los que hablan a los gritos, incluyendo muchas palabras del idioma de los vecinos.
Los medios y analistas occidentales muchas veces olvidan poner este elemento en la balanza cuando se trata de comprender la realidad israelí. Una realidad hecha de israelíes cada vez más “mediorientalizados”, que no le escapan a la guerra, pero que también sueñan con la buena vida.
Para muchos, Netanyahu es su líder y hay poco interés en criticarlo demasiado. Bibi no es todavía un Putin o un Erdogan -quienes se imponen también a través de la represión o el miedo-, pero un toque de demagogia, otro poco de sincero amor por el país, y mucho de extraordinaria habilidad política lo mantienen al timón del experimento israelí.
Netanyahu “es un mago en términos políticos, sabe hacer sus campañas electorales”, dice a PERFIL Kacowicz, el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén nacido en Argentina. Kacowicz piensa, como muchos israelíes de izquierda o liberales, que Netanyahu corre el peligro de convertirse en un Erdogan. “¿Por qué nuestro modelo tiene que ser Turquía o el Brasil de Bolsonaro y no Finlandia o Francia?”, se lamenta.
Una posible respuesta, dice, es que “Israel está muy polarizado” políticamente, de una manera similar “a lo que ocurre en muchas partes del mundo”.
Esa polarización sería no tanto ideológica como partidaria, dice por su lado el profesor Yonatan Freeman, también de la Universidad Hebrea, entrevistado por PERFIL. Freeman dice que la mayoría de los israelíes está más o menos de acuerdo en las cuestiones económicas o de seguridad. Y que las últimas tres elecciones fueron “una batalla entre Netanyahu y Gantz”, una disputa “realmente sobre la personalidad más que sobre la ideología, ya que ambos están de acuerdo en el 90 por ciento de los temas”.
“Los israelíes son iguales”, afirma.
Freeman no cree que Israel esté yendo de la mano de Netanyahu hacia un modelo turco. El país, aseguró, “demostró una y otra vez que ante las guerras, los problemas económicos y otros desafíos, siempre ha salvaguardó su poder e identidad democráticos”. Israel “es la única democracia fuerte de Medio Oriente y todos los ciudadanos reciben plenos derechos”, continúa el profesor de Ciencias Políticas. Por eso, concluye, “no va, y nunca irá, en dirección a países como Turquía o Rusia, porque, la democracia forma parte de la identidad” del país.
¿Quizás sea entonces Netanyahu un modelo nuevo de “hombre fuerte democrático”?.
En este pequeño país desde siempre reina un realismo brutal, la convicción de que la fuerza -sea militar, económica o tecnológica- es la única herramienta que evitará la destrucción a mano de los vecinos.
Si en Israel se inventan todo el tiempo nuevas vacunas, equipos para combatir el cáncer y sistemas para sacar agua del aire, no sería raro que descubran también que acaban de diseñar al demagogo del futuro, manipulador al fin, pero macanudo.