OPINIóN
israel y el mundo Árabe

Dos versiones para un mismo Medio Oriente

El acuerdo entre Emiratos Árabes Unidos e Israel refuerza la tesis de que la paz sólo llegará con un estado judío fuerte y seguro, y no a través de considerar que la cuestión palestina es central.

20200822_ben_zayed_trump_netanyahu_cedoc_g
Protagonistas. El príncipe Ben Zayed de Emiratos, Donald Trump, el presidente de Estados Unidos y Benyamin Netanyahu, el primer ministro israelí. Impulsores de un entendimiento que puede transformar una región convulsionada del mundo. | cedoc

El año 1993 presenció la publicación de dos libros filosóficamente antagónicos escritos por dos prominentes políticos israelíes enfrentados ideológicamente: El Nuevo Medio Oriente, por Shimon Peres (en coautoría con Arye Naor) y Un lugar entre las naciones: Israel y el mundo, por Benyamin Netanyahu

Peres. Peres ponía al conflicto entre israelíes y palestinos en el corazón de la problemática mesoriental y le atribuía a su irresolución la inexistencia de una más abarcadora paz árabe-israelí. A lo largo de sus 224 páginas, ofrecía una visión de integración regional interconectada económica, política y culturalmente, cuya realización dependía inexorablemente de la previa resolución de la disputa con los palestinos. “Debemos estudiar la historia para aprender sus lecciones críticas, pero también debemos saber cuándo ignorar la historia”, señaló. “No podemos dejar que el pasado dé forma a conceptos inmutables que nieguen nuestra capacidad para construir nuevos caminos”. Este manifiesto idealista se cristalizó gloriosamente con la firma de los Acuerdos de Oslo en septiembre de aquél año, la concreción de un pacto de paz con el reino hashemita de Jordania al año siguiente, y la obtención tripartita del Premio Nobel de la Paz de Yitzjak Rabin, Yasser Arafat y el propio Shimon Peres. 

“El viaje hacia adelante será largo, pero el camino está abierto. Necesitamos viajeros valientes” anotó Peres. Pero su visión no sobrevivió al mediano plazo. El proceso de paz inaugurado en 1993 estaba hecho trizas antes de que concluyera el año 2000. Manchado desde su inicio por los sangrientos ataques terroristas del movimiento islamista Hamas, colapsó definitivamente con el repudio de Arafat en las tratativas de Camp David y el siguiente lanzamiento de una intifada violenta de un lustro de duración. Veintisiete años después de Oslo, la paz todavía elude a israelíes y palestinos.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Netanyahu. En su obra de 467 páginas, Netanyahu hacía una sólida defensa ética y política de la posición de Israel en la región y ante el mundo, presentaba a la Organización para la Liberación de Palestina como un ente irremediablemente dedicado a la destrucción de Israel, veía a su país insertado en un Medio Oriente árabe amenazante y argumentaba que un estado-nación judío fuerte era un prerrequisito esencial para una paz eventual. Creía que la paz árabe-israelí era posible, sólo que está debía basarse en la aceptación de las realidades inclementes de la política regional y no en peligrosas utopías, entre las que incluía la teoría de la centralidad palestina.

Israel-Emiratos: un acuerdo que revela el pragmatismo que domina Medio Oriente

En un capítulo titulado Una paz duradera, escribió: “Una paz real debe tener en cuenta la verdadera naturaleza de esta región con sus antipatías endémicas, y ofrecer remedios realistas al problema fundamental entre el mundo árabe y el estado judío”.

Cuando Netanyahu escribió su libro, no podía imaginar que se terminaría convirtiendo en el premier que más tiempo gobernaría a Israel en su historia ni que sería él, justamente, quien alcanzaría el tercer acuerdo de paz con un país árabe, tras Egipto y Jordania. Hoy siente que la historia lo ha vindicado. 

“Esta paz no se logró porque Israel se debilitó retirándose a las líneas de 1967”, declaró tras el bombástico anuncio de la normalización de relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos. “Se logró porque Israel se fortaleció cultivando una economía libre y una fuerza militar y tecnológica, y combinando estas dos fortalezas para lograr una influencia internacional sin precedentes”.

El camino hacia el acuerdo. En 2009, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) negaron por razones políticas una visa de ingreso al tenista israelí Shahar Peer, quien estaba por competir en el Campeonato de Tenis de Dubai. Al año siguiente, en un desarrollo no relacionado, agentes israelíes mataron en un hotel de Dubai a Mahmoud al-Mabhouh, un alto cuadro de Hamas. La tensión entre ambos países estaba en un punto álgido. Era difícil anticipar entonces que una década más tarde los EAU e Israel anunciarían el establecimiento de plenas relaciones diplomáticas.

¿Qué sucedió? Fundamentalmente, tres cosas. Las revueltas árabes del 2011; el Plan de Acción Integral Conjunto (conocido en inglés por sus siglas JCPOA) firmado en 2015 por Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania con la República Islámica de Irán; y la transformación de Israel en una potencia tecnológica, así como su política militar asertiva frente a Irán. 

Las revueltas árabes sacudieron a la región profundamente. Originalmente nacidas de manera espontánea en Túnez, rápidamente se propagaron a Egipto, Libia, Yemen, Siria, Bahréin y otras partes, precipitando escenarios dispares, pero todos ellos muy complejos e inauditos. La caída de regímenes históricos en Egipto, Libia, Túnez y Yemen, una guerra civil con intervención internacional en Siria, una frágil democracia de fuerzas laicas e islamistas moderadas en Túnez, el retorno a un statu-quo-ante en Egipto, confrontaciones armadas en Yemen y represiones en Bahréin, fueron algunas de sus consecuencias. 

Por sobre todo, las revueltas cristalizaron el debilitamiento de la estatidad árabe sunita y el surgimiento de un Irán chiita imperial con una cada más activa participación de sus milicias leales en los focos de conflicto del mundo árabe. El JCPOA, comúnmente conocido como el Pacto Nuclear, no intencionalmente potenció las ambiciones geopolíticas del régimen ayatolá, al legitimar sus vinculaciones globales y al dotarlo de recursos materiales que rápidamente puso al servicio de su programa nuclear y agenda revolucionaria regional. 

En paralelo, Israel se convirtió en lo que el analista Robert Satloff describió como “un innovador cibernético, visionario en ciencias de la salud, líder en nanotecnología, pionero en desalinización e irrigación y proveedor de productos militares de alta tecnología”, con una elevada capacidad de brindar asistencia a las naciones árabes.

Histórico acuerdo de paz entre Israel y Emiratos Árabes

Si a ello agregamos su sostenida política militar y de inteligencia en relación a Irán, puede entenderse que las naciones árabes sunitas hayan comenzado a ver a Israel más como un aliado potencial que como un enemigo legendario.

De enemigo a aliado. Esto acercó como nunca antes a los países árabes del Golfo Pérsico y a los israelíes bajo una preocupación compartida por las crecientes capacidades militares, el programa nuclear y el empuje desestabilizador de Irán. La cooperación secreta en el campo de la inteligencia dio lugar a otras asociaciones en otras áreas. Israel fue invitado a la Exposición Universal de Dubai 2021. La pandemia del Covid-19 abrió otra rendija, al estimular la cooperación científica entre emiratíes e israelíes; además el primer vuelo comercial de EAU aterrizó en mayo pasado en Tel-Aviv con 16 toneladas de asistencia médica para los palestinos, cuyas autoridades la rechazaron. La Casa Blanca supo capitalizar el momento. La Administración Trump hizo un giro de 180 grados respecto de la política hacia el Medio Oriente de su predecesor. Sacó a su país del JCPOA, impuso severas sanciones contra Teherán, reforzó las alianzas de Washington con  los países árabes, especialmente con los del Golfo Pérsico, castigó al liderazgo palestino por su indisposición prolongada a negociar un acuerdo, y afianzó apreciablemente los lazos con el Estado de Israel. 

De manera muy pública, el año pasado Washington organizó una Conferencia de Seguridad del Medio Oriente que reunió a líderes israelíes y árabes en Varsovia, y este año presentó una propuesta de paz integral. Esto creó el marco diplomático adecuado para el preexistente y cada vez más creciente acercamiento árabe-israelí.

El horizonte político. Aunque Irán, Turquía, la Autoridad Palestina, Hamas y Hezbollah se expresaron con virulencia contra el acuerdo EAU-Israel (así como Qatar, enemistado con sus vecinos del Golfo y ambivalente hacia Israel), este desarrollo ha despertado un gran entusiasmo en rincones diplomáticos de Jerusalem, Washington y varias capitales árabes. 

Es cada vez más audible el rumor de una pronta sucesión de próximos acercamientos a Israel por parte de Omán, Bahréin, Marruecos, Sudán y Arabia Saudita. Incluso el presidente del Líbano no descartó la posibilidad durante una entrevista reciente. 

Más allá de conjeturar sobre esas posibilidades, es claro que este acuerdo histórico -pendiente de formalización en una ceremonia protocolar inminente- ha expresado diplomáticamente una dinámica geopolítica regional extraordinaria que se venía manifestando de manera encubierta. 

El comité Nobel de la Paz quizás ya esté barajando los nombres de Mohamed bin Zayed Al-Nahyan, Benyamin Netanyahu y Donald Trump para este año. Podría agregar los de Barack Obama y Alí Khamenei. Al fin de cuentas, fue la diplomacia nuclear del primero y el expansionismo revolucionario del segundo -más la respuesta de Jerusalem a ambos- lo que empujó a los emiratíes a los brazos de los israelíes.

                

*Profesor de Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo.