OPINIóN

Antes y después del médico

Adelantarse está bien, pero copiar y pegar las medidas que hoy toma Europa no es razonable porque están en otro estadio de la enfermedad. El toque de queda es la última decisión, no la primera. Pero, como suele decirse, “lo primero que muere en una pandemia es la verdad”.

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DESIERTA. La avenida 9 de Julio y la zona de la Casa Rosada amanecieron con escaso tránsito y muy pocos transeúntes. El ritmo que se vivió en la Ciudad fue algo menor a un feriado. | Juan Obregón.

La forma adecuada de enfrentar una pandemia es con un diagnóstico y un tratamiento correctos. El primero se obtiene analizando una muestra de la mucosa nasal faríngea, trabajo realizado por un bioquímico, cuyo resultado positivo certifica la presencia del virus Covid19.

La centralización de estudios en el Laboratorio Malbrán ha sobrecargado a los bioquímicos y subdiagnosticado el problema, ya que los casos positivos y muertos son muchos más y se van a multiplicar por mil solo en un mes.

Según la cantidad de habitantes, necesitamos diez laboratorios más y controlar proactivamente a la gente en la calle o en su casa. La tecnología lo permite. Tenemos que conocer los casos propios e importados, indistintamente, ya que todos requieren igual atención.

Luego de un auténtico diagnóstico se inicia el aislamiento y control de la fiebre, tos, respiración y debilidad de los enfermos. Las medidas universales no son racionales, incluso pueden ser perjudiciales, ya que es sabido que airearse, caminar, asolearse y hacer ejercicio, manteniendo la debida distancia, son necesarios para defenderse del virus.

No es científico cerrar todo y prohibir salir, ya que la gente aislada pierde la posibilidad de inmunizarse por contacto con el virus, y al volver a salir se enfermará. El hacinamiento en las propiedades horizontales es contrario al necesario distanciamiento social.

Adelantarse está bien, pero copiar y pegar las medidas que hoy toma Europa no es razonable porque están en otro estadio de la enfermedad. El toque de queda es la última decisión, no la primera. Pero, como suele decirse, “lo primero que muere en una pandemia es la verdad”.

El tratamiento farmacológico del Covid19 se inicia con Paracetamol para bajar la fiebre (no Ibuprofeno, porque impide que el cuerpo se defienda y empeora la infección). Aunque Wyeth y otras farmacéuticas productoras de Ibuprofeno se resisten, la evidencia en contra es contundente.

Luego se indican 400 mg de Hidroxicloroquina oral cada 12 horas para subir las defensas y se recetan dos alternativas principales para eliminar el virus: pastillas de 400 mg/100 mg de Lopinavir/Ritonavir, patentada por el laboratorio estadounidense Abbott, e inyecciones de 200 mg de Remdesavir, de la biofarmacéutica Gilead Sciences (sus acciones subieron 70% el último mes), cuya patente solicitó China. Aunque ninguna de estas opciones tiene aún aprobación de la OMS, se avizora un escenario de guerra comercial entre Trump y Xi Jinping.

A pesar de que las sociedades de hipertensión –muy cercanas a las farmacéuticas– lo niegan, los antihipertensivos como Enalapril y Losartan reducen la capacidad respiratoria y agravan el cuadro de los pacientes con coronavirus. Nótese que el 80% de los italianos fallecidos eran hipertensos.

El papel del farmacéutico no se reduce a dispensar estos fármacos. También se ocupa de proveer el barbijo (que sí debe usarse ya que es una barrera que impide la transmisión del virus contenido en la tos, el estornudo y las microgotas expulsadas al hablar) y es el profesional que prepara y dispensa alcohol en gel, aplica las vacunas antigripales y neumocócicas necesarias y controla la temperatura de los pacientes con dificultad para autocontrolarse.

A pesar de que solo se habla de “médicos” para atender la pandemia, antes existe un riguroso trabajo de bioquímicos y después una destacada labor de farmacéuticos, que poseen una sólida formación universitaria.

 

(*) Doctor en Farmacia y Bioquímica UBA.Secretario general del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos Safyb.