OPINIóN
Salud mental

La medicalización de las emociones y el mal uso de psicofármacos

Durante la pandemia se detectó un importante aumento en el consumo de antidepresivos y ansiolíticos de la familia de las benzodiazepinas como el clonazepam, alprazolam, bromacepam.

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Consumo de psicofármacos | SHUTTERSTOCK

Si bien el mal uso de la medicación es una preocupación de salud a nivel global, la problemática se acentúa en tiempos de pandemia. Con especial foco en el uso de psicofármacos, hemos detectado una importante subida en el consumo de antidepresivos y ansiolíticos de la familia de las benzodiazepinas como el clonazepam, alprazolam, bromacepam.

En particular los últimos meses del año se incrementaron las consultas médicas por síntomas concomitantes a la angustia, incluidas las consultas a psiquiatría. Frente a este panorama, es importante que los médicos eviten responder con medicación psiquiátrica sin tener en cuenta la estructura psíquica del paciente porque ello obturando la posibilidad de que se tramite la angustia o el síntoma por la vía de la palabra.

Detectamos que hubo un incremento de consultas que incluye pedidos de medicación, también interconsultas de otras especialidades y también notamos que hay muchos pacientes medicados incorrectamente, auto medicados o con indicación de psicofármacos de médicos no psiquiatras.

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El imaginario social de los psicofármacos

Cada sujeto enfrenta la pandemia desde su propia estructura y por lo tanto desde sus fantasías. Uno de los efectos que observamos es el incremento de consultas con pacientes con pánico (miedo exagerado al contagio), trastornos obsesivo compulsivos (excesos en la limpieza, intoxicación con lavandina), brotes (ideas delirantes respecto al origen de la pandemia), fobia social (se agudiza en pacientes que ya la padecen porque el ASPO confirma los miedos de un paciente fóbico), agorafobia (miedo a salir por posibles contagios), dudas obsesivas (¿contagiaré o no a mi familia?).

En este marco, durante el ASPO se recibieron más cantidad de pedidos de tratamiento psiquiátrico para tratar trastornos del sueño y crisis de ansiedad o angustia. Pero es importante el espacio terapéutico y la práctica de actividad física de manera regular, de modo de evitar sobremedicación.

Es que hay una diferencia clínica ligada a la historia de cada uno. Hubo quienes, en el contexto de aislamiento encontraron una posibilidad de descomprimir cierta conflictividad o sobrecarga laboral, y eso intervino favorablemente en su salud. Seguramente, en estos sectores hubo un descenso de consumo de ansiolíticos.

Psicofármacos: ficciones que ocultan

Además, hubo personas que este año han perdido su ingreso, entonces el aislamiento combinado con aspectos propios de cada subjetividad, impactan sobre su estado anímico y emocional provocando insomnio, ansiedad o episodios de angustia, que impulsaron una mayor demanda de psicofármacos. Una problemática extra es que parte de esa demanda busca una respuesta "rápida". Los ansiolíticos son una herramienta "eficaz" para esa demanda aunque es fundamental aclarar que la ingesta de ansiolíticos sin controles no sólo potencia el riesgo de abuso, sino que además reduce la eficacia de los tratamientos en el paciente.

La sobremedicación encubre síntomas y dificulta el diagnóstico porque quedan obstruidas las preguntas necesarias para el trabajo psicoterapéutico sin el cual, al sacar la medicación, el cuadro recrudece.

El peligro radica en que, por ejemplo, se detectaron pacientes que se descompensaron por ser medicados sin tomar en cuenta su estructura psíquica. También hay efectos adversos no calculados y que afectan la calidad de vida del paciente como el incremento de peso y falta de deseo sexual, o problemas físicos derivados del exceso de medicamentos (gastro intestinales, hepáticos o hematológicos).

Vigilar y castigar en las prácticas de salud mental

Es imprescindible analizar las preocupaciones extra que genera la incertidumbre sobre la duración y el final de la pandemia, la sensación de estar en peligro inminente y permanente frente a un enemigo que no se ve, la duda sobre las consecuencias particulares que podría tener la enfermedad en cada uno, los sentimientos de culpa anticipados de poder contagiar a un ser querido y ser responsable de su enfermedad y eventualmente su muerte.

En ese sentido, la psicoterapia -y la medicación, cuando es necesaria- permiten cierto alivio sintomático. Es importante no abusar del recurso a la medicación y permitir que los miedos circulen a través de la palabra y no obturar, tapando los síntomas, lo cual posterga la tramitación del conflicto.

La angustia es un emergente a partir de las situaciones sociales críticas, como las que nos tocó este año, combinado con problemáticas previas y la complejidad subjetiva. Es sumamente necesario el control y el trabajo sobre esta complejidad para evitar que el consumo de un ansiolítico se transforme en abuso. Esto implica que además de ocuparnos de bajar la angustia, la tristeza o el desgano debemos considerar esos síntomas como un indicador que, al modo de alerta, invita a ocuparnos de aspectos más profundos de nuestra vida.

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En esta línea, la formulación de un plan integral de tratamiento incluye recomendaciones y pautas en la alimentación, aspectos socio familiares, pautas de actividad física y el trabajo conjunto con el psicoterapeuta, y cuando no lo hay es nuestra responsabilidad evaluar y hacer la derivación. Con los controles, promovemos la utilización de menores dosis de psicofármacos; reducimos la potencialidad del abuso y favorecemos que las situaciones angustiantes se transiten no solo como algo que provoca malestar, sino como una instancia para trabajar sobre nuestra salud e identificar por qué estamos experimentando este malestar. 

En este modo de pensar la clínica se abre una posibilidad para que la angustia no se reduzca a un síntoma que debe ser eliminado, sino un llamado a escuchar lo que quiere decir acerca de nuestra propia vida.

 

*Psicóloga. Coordinadora nacional de salud mental de Medifé.