El fin de semana se registró un hecho que enfadó a la Casa Rosada. Se trata de la Carta Abierta firmada por intelectuales e investigadores del CONICET, donde se introdujo al debate el concepto de “infectadura”. Nuevamente la crítica cayó mal y el gobierno junto a sus intelectuales orgánicos se plantaron firme con un argumento paradójicamente preocupante: la “defensa de la vida” contra los “anticuarentena” que según ellos priorizan la economía sobre la vida.
En primer lugar adhiero a las palabras de la reconocida periodista María O´Donnell, quien sin tomar postura específica en el debate, hizo una correcta y paradójica comparación con el debate sobre la legitimación del aborto, donde también a modo despectivo se utilizan conceptos de pro vida versus pro muerte.
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Quizá sea hora de empezar a debatir proyectos claves dejando el agravio de lado y aceptando que la diversidad de pensamiento fortalece a la democracia. Pensar en medidas económicas post cuarentena, con el cumplimiento estricto de medidas sanitarias como el uso del barbijo o la distancia de metro y medio entre personas, no me hace pro muerte. De la misma manera que pensar la legalización del aborto, porque estoy convencido de respetar la voluntad de la mujer y debido a que en la clandestinidad mueren muchas chicas, mayormente pobres, por mala praxis tampoco me hace pro muerte, como pretenden los sectores fanáticos.
En ambos casos se llega a la conclusión de que el fanatismo no conduce a nada, en política se necesitan debates y acuerdos, siempre guiados por la razón y la templanza.
En segundo lugar, y claramente en apoyo a los firmantes –que insisto fueron injustamente agraviados–, la carta pone sobre la mesa la necesidad de escuchar las demandas de un sector de la sociedad. Cualquier gobierno tiene la obligación de escuchar las demandas sociales, guste o no de dónde provienen. Luego responderá con políticas públicas, que serán evaluadas por la ciudadanía.
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Tengamos en cuenta que Argentina tiene democracia ininterrumpida, con altibajos, desde 1983. Forma parte de un sistema político de baja institucionalización pero aún con una importante aceptación de la ciudadanía en que la democracia es el mejor sistema de gobierno. Y por útlimo, tiene una pata chueca que es el hiperpresidencialismo, el cual en contextos de crisis se empodera.
Este combo obliga al desafío atemperar los ánimos y fortalecer las instituciones, más aún en un país con estado grande e ineficiente; lo que obliga a otro debate demandado correctamente por pensadores como Andrés Malamud y Luis Tonelli, esto es, la necesidad de un Estado inteligente. O sea, una discusión que pase por la calidad y no por la cantidad, lo que puede también traducidos en cuadros políticos y técnicos formados y no un botín político.
Recientemente el presidente se abrazó fraternalmente con Gildo Isfrán, gobernador de Formosa desde el año 1995, provincia donde el empleo público supera el 80%, la incentivación a la inversión privada es prácticamente inexistente y donde la pauta publicitaria es monopolizada por el ejecutivo provincial. Lo que Carlos Gervasoni denomina provincias rentísticas (reciben más dinero federal que lo que podrían generar con sus propios impuestos) les da margen a estos líderes a ofrecer bajos impuestos, más empleo y así, mayor dependencia.
Esto es real y es imprescindible su discusión si es que queremos tener una mejor democracia. Insisto en la necesidad de debatir con seriedad, sin agravios. No es un camino ni corto ni sencillo, pero es lo mejor que podemos hacer como sociedad. De todos siempre aprendemos algo.