En tiempos donde la felicidad se escabulle entre violencias, injusticias socio-económicas, pestes y guerras, el Mundial se vislumbra como un espejismo de agua en este desierto superpoblado de gente rota y sedienta de alegrías, y crea un motivo para ilusionarnos. Si bien hay con qué armar el castillo de la ilusión: un equipo consistente, campeón de la Copa América y de la Finalíssima, de buenas individualidades, pero también de solidaridad afectuosa y colectiva, el triunfo no está garantizado, pero ese es, justamente, el mejor motivo para juntarnos a alentar y que se encienda así la pasión que derrita la rutina y la desidia que tan mal le hace a la salud emocional.
No hay nada más urgente que dejar de sufrir, alcanzar un estado de bienestar, una felicidad lo más duradera posible. La vida, a pesar de lo oscura que resulte en varios tramos, tiene chispazos de felicidad, unos voluntarios, otros azarosos. Pero siempre será determinante cómo nos preparemos para el andar, si con pasos apesadumbrados, construyendo una existencia neurótica y miserable, o alegres y con pensamientos positivos, tomando todo lo que surja, o se nos ofrezca, para diseñar una vida feliz.
El fútbol tiene una condición fundamental, la de funcionar en equipo más allá del eventual milagro de un Messi o un Maradona. Del mismo modo, quienes estemos frente al televisor, o en las tribunas, tenemos que juntarnos para alentar a nuestra selección, porque esa es la ley primera, aprender que en el fútbol, como en la vida, el aislamiento no tiene un buen pronóstico.
El sufrimiento es nuestro rival más difícil, nos amenaza desde diversos lugares: Algunas veces está oculto en el mismo cuerpo o en la mente, y sale de pronto a cortarnos la felicidad fauleandonos con alevosía; otras, en el mundo exterior y sus eventualidades; y sin lugar a dudas está presente en las complicadas relaciones humanas. ¿Cómo gambetear el dolor? ¿Cómo ser felices en un mundo lleno de malas intenciones? Fortaleciendo nuestro ser y uniéndonos a gente que quiera jugar en equipo, para que de este modo los dolores duelan menos, el mundo sea un lugar menos dramático, y podamos superar a los emisarios del odio y la tarjeta roja.
El Mundial puede ser un buen pretexto para hacer una pausa en nuestras vidas, levantar la cabeza y ver dónde estamos ubicados en la cancha del presente, con quiénes estamos jugando. Necesitamos darnos espacios para expresar nuestras emociones, para vibrar y sentir. Necesitamos armar fixtures donde haya más fiestas, encuentros y risas. Urge armar equipos para defender la alegría de vivir frente a un mundo que prepara rivales perversos y violentos.
Somos seres de luces y de sombras, que oscilamos entre la esperanza y la desilusión, que creemos y perdemos la fe. Pero es así, somos seres humanos, por lo tanto vulnerables y finitos aunque algunas veces nos creamos dioses omnipotentes, y cada tanto necesitemos de una falta, de un penal en contra, de algún suceso, de alguna contingencia que nos recuerde que la vida es sagrada, como el amor y la amistad. Y el fútbol resulta una buena metáfora para aprender, para pensarnos, porque genera un montón de sensaciones y nos recuerda que merecemos "Qatar" la felicidad, beber alegrías, disfrutar del simple hecho de estar vivos y seguir jugando.