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Milei y sus siete días de conmoción

El Presidente cerró en Córdoba una semana electrizante. De la rabia de Madrid y el frenesí del Luna Park, al tono componedor. Y la intención de rescatar el fallido Pacto de Mayo con una, cuándo no, nueva Moncloa.

20240525 Javier Milei durante el acto por el 25 de mayo en Córdoba
Javier Milei durante el acto por el 25 de mayo en Córdoba | NA

Acaso fueron las dosis extremas de adrenalina que produjo en el Luna, pero el presidente Milei moderó su discurso en el tramo final de una semana electrizante que arrancó el domingo pasado en Madrid, con fuego, luces y show, la más agitada desde que llegó al poder. 

Desde la inusual tribuna en Córdoba, donde celebró el aniversario de la Revolución porteña de Mayo, el Presidente se rodeó de un discreto número de seguidores -las crónicas hablan de un fuerte operativo de control en los accesos a la Plaza San Martín- para, al mejor estilo de Kirchner proponer “un nuevo sueño”, así dijo, una nueva ilusión en la saga de la utopía libertaria.

Milei ya ha demostrado que sus ambiciones no conocen límites. Lo domina una marcada megalomanía y una innegable vocación escénica, de impronta entre gótica y hardcore. Una pena que quiera desfinanciar a la industria del cine argentino, porque su personaje lo merece. 

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Frente al Cabildo mediterráneo el Presidente insistió en que no habrá “quien sea capaz de desalentar” el destino manifiesto al que dice conducir a la Argentina, una vuelta a las épocas del esplendor de la mano de las ideas de la generación del 37 y la impronta fundacional de la del 80. Los últimos, quienes construyeron el Estado (el Estado!) y la Nación. A sus ya conocidas hipérboles sobre el lugar que aquella Argentina alcanzó en el mundo antes de que ese mundo se le diera vuelta y la obligara a sustituir importaciones, Milei sumó la promesa de una entrega hasta ahora desconocida, “derramar nuestra sangre”, dijo, si fuera menester para hacer el sueño realidad. Pasamos del rock a la ópera. La televisión oficial debió haber ponchado las caras de sus ministros para que supiéramos si ese “nuestro” era un plural mayestático o los incluía a ellos.

El presidente ya ha demostrado que sus ambiciones no conocen límites.

Se han visto casos de presidentes celosos de su lugar, decididos a esmerilar a ministros que disputaban protagonismo. Menem-Cavallo y Kirchner-Lavagna son los más recordados. Con la cabeza del inexpresivo Nicolás Posse exhibida en una bandeja, Milei ha pasado a disponibilidad a todo el gabinete a la espera de un desenlace para su único programa de gobierno conocido: la ley Bases y su capítulo fiscal, encalladas en el Senado. A ese cuerpo dirigió este sábado su tono componedor.

Es diferente y curiosa la situación de su ministro de Economía Luis “Toto” Caputo, elevado a la condición de “rockstar”, como lo ha llamado Milei: después de haber logrado desacelerar el ritmo de la inflación, hizo su primera intervención en los mercados y detuvo el despertar de los dólares financieros, inquietos, entre otras razones, por la parálisis del Gobierno. Intervenir es lo suyo: Caputo lo demostró durante el gobierno de Mauricio Macri, aún contra la encendida oposición del Fondo Monetario Internacional, que benefició a la Argentina con el crédito más importante de la historia de la humanidad, podría decir el Presidente. Mientras la economía real se derrumba, el ministro vive una gloria insospechada, que será efímera. Bien mirado, no hay misterios en torno a la suerte de Caputo: para Milei celebrar a su ministro de Economía es celebrarse a sí mismo. Pasará a su turno también con Federico Sturzenegger.

El rescate del Pacto de Mayo casi no tuvo repercusiones en un sábado helado. Milei sumó a ese compromiso fallido con los gobernadores una invitación a la casta ampliada: la convocatoria a un diálogo social con la participación de los jefes del Congreso, los empresarios y sindicalistas, para delinear el futuro de las reformas, que prometen seguir llegando de a miles. Cuando no, una Moncloa como dios manda. Para que esto ocurra debe ser aprobado el paquete de leyes y refrendado el pacto político-federal. Hoy nadie sabe sobre el destino de ambos: en la semana se habló de un dictamen con enmiendas que jamás llegó al plenario de comisiones. Ese pacto sigue siendo un albur.

De la ensoñación a la realidad, el arzobispo de Buenos Aires Jorge García Cuerva no se ahorró en el Tedeum en la Catedral porteña un mensaje cuyo destinatario principal es el poder político. A horas de que el Presidente frivolizara el drama del hambre en la Argentina, reclamó “acompañar con hechos y no solo con palabras el enorme esfuerzo de la gente”.       

Tiene una sonoridad diferente de la de Alfonsín, pero Milei recurre en sus discursos al preámbulo y eso está bien. Volvió a hacerlo en Córdoba. Con el preámbulo empieza la Constitución, por si fuera necesario recordársela alguna vez.