En Argentina, en el 2023 celebramos los cuarenta años de democracia. Y cuando salga esta columna, el 24 de marzo habremos evocado “Memoria, Verdad y Justicia” al conmemorar cuarenta y siete años del último golpe cívico militar en 1976. Tras este régimen autoritario, de terrorismo de Estado y crímenes de lesa humanidad, la democracia inaugurada en 1983 se relacionó a la recuperación de los derechos y las garantías de un Estado de Derecho. Pensar la democratización y evitar reversiones autoritarias fue una preocupación que signó aquel regreso.
La democracia no es un camino fácil ni promete serlo, y es en parte porque no es un punto de llegada o un estado adquirido e incuestionable. La construcción de un régimen democrático presenció el paso de la liberalización a la transición, a la consolidación, para interrogarse por la calidad y advertir recientemente sobre el carácter abierto de la democracia, imperfecta y perfectible, diría Guillermo O’Donnell en sus últimos textos. Lejos de un carácter etapista, progresivo o gradual, la democratización argentina entre 1983 y 2023 ilustra un proceso dinámico, de caras variadas, multiformes, de avances y retrocesos en direcciones disímiles. El derrotero de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, el Juicio a las Juntas Militares, la Semana Santa de 1987, el debate por el Divorcio y el levantamiento carapintada durante el gobierno de Alfonsín pueden darnos una idea de sus desafíos iniciales. Al tiempo que denotan la complejidad implicada en este proceso incierto e indeterminado, propiamente democrático.
En este juego de conflictos y consensos posibles que la democracia habilita, con actores y discursos diversos que disputan sentidos, en Argentina que sea “el único juego” llevó tiempo y aprendizajes. El activismo de los organismos de Derechos Humanos marcó una inflexión en los modos de lucha, de relacionamiento con el Estado y la demanda por derechos. Experiencia y sensibilidad que posibilitó una agenda de género impulsada por los feminismos y disidencias. Con múltiples pujas en torno al sentido de lo común, el espacio público político incorporó voces, cuerpxs y repertorios variados en su gramática. Al tornarse visibles y audibles, lxs actores se hicieron presentes y representativos. La democratización procuró un proceso de acceso, participación e inclusión bajo ese horizonte compartido, un paraguas para debatir quiénes, y de qué manera cuentan, cómo y dónde, a través del procesamiento de las diferencias, de las diversidades y adversidades.
Claro, la democracia lleva tiempos y urgencias. Mientras las desigualdades se remozan, aparecen actores negacionistas de la última dictadura militar y se radicalizan discursos que cuestionan los derechos de las mujeres y disidencias. En un contexto en el que los perfiles reaccionarios y antiderechos crecen en la política argentina, persisten las violencias y restricciones de derechos nodales. Los delitos complejos y el crimen organizado acucian frente a funcionarios, representantes políticos de diversas fuerzas políticas y poderes estatales –ejecutivos, legislativos y judiciales– que no logran articular políticas públicas que resguarden la vida en común. Por su parte, los niveles de pobreza e indigencia de amplias capas de nuestra población no dejan de empeorar. De acuerdo a la última Encuesta Permanente de Hogares, casi el 40% de la población estaba bajo la línea de pobreza y el 50,9% de las personas de 0 a 14 años estaban en esa situación.
Frente a un panorama de desencanto ciudadano como de hiato representativo de oficialismos y oposiciones, donde el escenario de la crisis de 2001-2002 puede hacernos de espejo como inflexión, ¿cómo reinventar un universo compartido que recuerde que no da lo mismo si es en y con democracia? Reinscribir ilusiones, malestares, logros e incertidumbres de la democratización ante estos cuarenta años, con nuevxs y viejxs actores que aprenden las reglas, juegan, disputan, demandan y cuestionan derechos y libertades en este proceso abierto, cambiante y multidimensional, implica renovados desafíos. Y aunque no es un momento alentador para la democracia, no da lo mismo.
*Docente Investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Red de Politólogas-
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