En un breve relato, “El principio”, Jorge Luis Borges habla de dos griegos de nombre desconocido que deciden dialogar entre sí. El tema del diálogo no es lo importante, y tal vez tampoco los argumentos ensayados. Cuenta Borges que estos dos ignotos duelistas verbales abundan en falacias y no concuerdan en nada. Pero en ese diálogo radica un hecho decisivo de la Historia: los Hombres han abandonado el mito y la magia para dar comienzo a la discusión como “el no imposible camino para llegar a una verdad”.
Algo parecido podemos decir del diálogo iniciado por el gobierno. El carácter restringido de la convocatoria inicial, que omitía llamar a empresarios, trabajadores, iglesias, gobernadores y dirigentes opositores varios, fue finalmente subsanado. La perplejidad sobre las verdaderas posibilidades comunicativas del WhatsApp también fue corregida. La convocatoria no fue a una gran mesa en la que se sentaran juntos todos los sectores convocados. Esa imagen que tenemos de lo que significa un diálogo multipartidario y multisectorial fue sustituida por el mecanismo más aséptico del correo electrónico, que elude el cara a cara y suplanta el argumento verbal por la palabra escrita, siempre más árida y solemne.
Pero el diálogo, aún con estas curiosidades, se produjo. Un poco borgeanamente podemos celebrar el hecho esencial del diálogo, que permite escucharnos recíprocamente oficialismo y oposición.
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Al correo del presidente, le siguieron otros correos a modo de respuesta. Roberto Lavagna señaló las inconsistencias de los diez puntos inciales, concebidos desde una mirada sesgada que olvida la cuestión social y no hace mención a la pobreza, al trabajo ni al desarrollo. La Argentina necesita enhebrar un verdadero consenso sobre políticas de estado que nos permitan salir del estancamiento y transitar un camino virtuoso de crecimiento. El consenso que propone el gobierno, en cambio, es alrededor de una plataforma que consolide el ajuste permanente como único reflejo de política pública en materia económica. Diálogo sí, consenso también, pero no para cualquier desvarío.
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La crítica al espíritu de la convocatoria no impidió a Lavagna formular sus propios argumentos sobre lo que debe ser un consenso orientado al crecimiento y al desarrollo, y no al ajuste y la recesión permanente. El equilibrio fiscal, dijo, sólo será posible con una economía en marcha que movilice los recursos hoy ociosos. De la seguridad jurídica a los inversores señaló que no hay promesa que valga cuando la rentabilidad real no existe porque no hay demanda. Del régimen previsional, que no hay sistema que aguante si la economía pierde empleo y se deteriora la relación entre aportantes y pasivos. Finalmente, me quedo con la propuesta de que sea este gobierno, con tan buenos vínculos en el FMI, quien proponga un esquema de sostenibilidad de la deuda, justamente para construir inequívocamente el mensaje de un país que no va a defaultear. En definitiva, queremos un consenso orientado al crecimiento y no para la legitimación de nuevos ajustes.
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Estamos ávidos de seguir adelante con el diálogo, que sea un proceso y un camino a transitar y no un mero anuncio que se agote en el mismo momento de su enunciación. Las fintas electorales, las especulaciones y posicionamientos forman parte del paisaje de la política. No vamos a escandalizarnos por eso. Pero si queremos ser claros en cuanto a no confinar esta iniciativa a una mera escenificación producto del marketing.
Ojalá los argentinos pongamos en valor al diálogo y al consenso como mecanismos de construcción de políticas públicas. Y ojalá entendamos que ese diálogo y ese consenso no deben ser cáscaras vacías de sentido sino la oportunidad de discutir objetivos estratégicos para el desarrollo de la Nación.
PM CP