OPINIóN
Fallo Milani

No hay pastel de manzanas sin manzanas

El ex abogado del jefe del Estado Mayor General del Ejército, acusado de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura, escribe sobre el fallo que lo absuelve.

César Milani.
César Milani. | cedoc

El reciente fallo del Tribunal Oral Federal de La Rioja que absolvió de culpa y cargo a César Milani, tardiamente, demuestra varias cosas. 

Primero que, aunque sean los menos, sigue habiendo en la Justicia Federal jueces sapientes y valientes; y que no todos son banales y venales.

Lo segundo, no menos importante, es que se es inocente aunque la parafernalia mediática propugne lo contrario, hasta que no se demuestre terminante y judicialmente que se es culpable. Aunque el delito imputado sea un delito de lesa humanidad y aunque la condena social se haya anticipado a la absolución judicial.

La actuación de los acusadores públicos, incluyo aquí a los fiscales y a los abogados de la Secretaría de Derechos Humanos cuyos jugosos sueldos todos pagamos, fue calamitosa; connivente de la abyección del juez federal de primera instancia riojano, Herrera Piedrabuena, que dispuso e impuso una pena por anticipado.

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Lo existente y divulgado en el juicio oral y público siempre estuvo ahí, no hubo nada esclarecedor más que la puesta de “blanco sobre negro” ya no en lo recóndito de los despachos sino a la luz de todas las personas interesadas por el tema.

Tampoco puede ni debe soslayarse el papel entre indecoroso y deleznable de ciertos operadores mediáticos -me resisto a llamarles periodistas- que blindaron el lenguaje hablando de genocidio o inventando hechos que nunca existieron. Y, por otro lado, están aquellos que supuestamente escriben la página progresista del periodismo argentino, que se rasgaban las vestiduras por la detención de Zanini -con justa razón-; pero que no dijeron ni una palabra cuando Milani fue detenido y procesado; cuando fue castigado sin elemento alguno y por anticipado.

Lo que signó el fallo -lo digo sin conocerse aún los fundamentos- fue la falta absoluta de pruebas; que afortunadamente todavía en la República Argentina no puede suplirse con un relato ficcional y algunos mercachifles con micrófono. Pero también la postura siempre mantenida de Milani, no sólo de su ajenidad a los hechos imputados, sino su explicación diáfana y la de sus defensores. Milani debió probar su inocencia para no ser condenado.

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En paralelo, las versiones de la acusación iban cambiando con el devenir del juicio y con la incontrastable evidencia de que no había ocurrido lo que se dijo que sí había ocurrido, hace más de cuarenta años. Los testimonios iban mutando en cantidad y calidad, con un dato curioso -para decirlo de alguna manera-: cuanto más pasó el tiempo, más de 40 años, la memoria de los testigos fue mejorando, se fue perfeccionando para “encajar” en el relato alucinado y alucinante de los acusadores, públicos y privados.

No puede haber condena sin pruebas, ni castigo sin crimen. Cuando uno quiere hacer un pastel de manzanas sin manzanas termina embadurnándose las manos con  un engrudo.

PM CP