OPINIóN
Alerta mundial

Coronavirus: ¿un tema de salud o de defensa?

Por el momento, las mejores armas para afrontar este flagelo global son el seguimiento de la información epidemiológica brindada por la OMS.

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El lugar donde se registraron más muertes por coronavirus fue en China. | AFP

En su obra Ensayo sobre el principio de la población, del año 1798, Thomas Malthus – considerado por algunos, uno de los pesimistas de la historia– planteó que la población crece en base a una progresión geométrica, mientras que los recursos para su supervivencia, crecen a un ritmo aritmético. La consecuencia directa de esta tendencia, según el mencionado autor, sería que los recursos serían insuficientes para satisfacer las necesidades de la población mundial. Ante este escenario, el economista inglés sostenía que las guerras, las catástrofes naturales, las pestes y las epidemias constituían frenos útiles para evitar un caos mayor. Muchos años después de que su idea comenzara a circular, la comunidad internacional tomó cartas en el asunto mediante la Convención sobre las Armas Biológicas –el primer tratado multilateral sobre desarme en prohibir el desarrollo, la producción y el almacenamiento de toda una categoría de armas de destrucción en masa. La Convención entró en vigencia en 1975. Desde entonces se han llevado a cabo una serie de encuentros multilaterales con el fin de reducir las posibilidades de presencia de estas armas en el mundo. La Sexta Conferencia de Examen (2006), logró realizar un análisis exhaustivo de la Convención, adoptando un documento final por consenso. Los Estados partes adoptaron un plan detallado para promover la adhesión universal, y decidieron simplificar los procedimientos para la presentación y distribución de las medidas de fomento de la confianza.

En un importante avance, la Conferencia acordó establecer una Dependencia de Apoyo a la Aplicación (DAA) para asistir a los Estados partes en la aplicación de la Convención. La ONU afirma que la DAA ha presentado informes anuales sobre la temática. No obstante, los miedos por las armas biológicas, persisten. Quizás por recuerdos como la guerra de Irak de 2003 (llamada “Operación Libertad Iraquí” en EE.UU.). Este acontecimiento tuvo lugar cuando Washington y sus aliados esbozaron con énfasis el argumento de la presencia de armas químicas, biológicas y nucleares en Irak, para justificar el accionar militar. Es bueno ejercitar la memoria y recordar la sesión pública del día 5 de febrero de 2003, cuando Colin Powell –entonces secretario de Estado de EE.UU.– compartía con los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, supuestas pruebas (reunidas por servicios de inteligencia de varios Estados) sobre la existencia de esas armas. Tiempo después, la comunidad internacional quedó atónita cuando el organismo de desarme de la ONU (UNMOVIC) informó que no demolió armas de destrucción masiva en Irak después de 1994 y que en los diez años posteriores los inspectores no encontraron pruebas contundentes –salvo algunos rastros del antiguo programa armamentístico de Sadam Husein–. En español: el informe negó la existencia del arsenal iraquí.  O quizás, el horror se asocie con lo sucedido en Siria, cuando Donald Trump, el viernes 7 de abril de 2017, dio la orden de bombardear a Siria, en respuesta –según el Pentágono– a las imágenes de niños luchando para respirar y sobrevivir después de haber sido gaseados y envenenados “supuestamente” por las fuerzas de Bashar al-Ásad (presidente de la República Árabe Siria). El delegado sirio ante la ONU, Mounzer Mounzer, acusó a EE.UU. de utilizar “argumentos fabricados” para lanzar el bombardeo, e insistió en que el régimen de Assad “no tiene armas químicas y nunca las ha usado”. Estos y otros hechos internacionales relacionados con armas químicas y biológicas –inventadas o reales– instalaron el tema en la opinión pública mundial y son fuente de las más variadas conjeturas, toda vez que alguna enfermedad produce muertes en varios países.

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Dos siglos después de las profecías espeluznantes de Malthus, el coronavirus aterrizó en el planeta Tierra y ya les puso fin a aproximadamente 3 mil vidas, en 47 países diferentes. Esto hizo que las alarmas por el temor a las armas biológicas, volvieron a sonar.

Según la Organización Mundial de la Salud, un brote es la aparición de casos de enfermedades que exceden lo que normalmente se espera. En enero, esta organización internacional, declaró que el coronavirus era una emergencia de salud pública de interés internacional. La velocidad con la que el virus avanza provocó que varios Estados decidieran cerrar sus fronteras con China y también con Irán (donde ha crecido el número de víctimas mortales). La definición sobre si trata de una pandemia o no, despierta discusiones científicas –y tiene en vilo a la población mundial–. Las fakenews también planean por el ciberespacio y la aldea global, fomentando el desconcierto. La Organización Mundial (OMS) reconoce que existe un brote global que podría tratarse de una pandemia. También salió a derribar mitos que confunden a la población y que convierten a este virus en una nueva amenaza para la humanidad. Se trata, según los expertos, de un virus respiratorio que se propaga principalmente por contacto con una persona infectada a través de las gotas respiratorias que se generan cuando esta persona tose o estornuda, o a través de gotas de saliva o secreciones de la nariz.

La OMS determinó la imposibilidad de que el coronavirus se transmita a través de picaduras de mosquitos y también derrumbó a mitos como el que sostiene que la orina infantil, el frío y la nieve protegen frente al nuevo coronavirus. Israel asegura que desarrolló una vacuna contra el nuevo virus que estaría disponible para los humanos en tres meses.

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También se sabe, merced a estudios realizados, que el virus no sobrevive mucho tiempo en objetos como cartas y paquetes. No hay evidencias de que el virus infecte a mascotas, pero hay pruebas contundentes de que afecta a personas de todas las edades y que no respeta fronteras ni nacionalidades. La mejor defensa individual contra esta nueva amenaza global, pareciera ser la puesta en práctica de buena higiene de manos y cuidados respiratorios.

En lo que respecta a pandemias, la más grave en la historia reciente fue la “gripe española”, en 1918. Se calcula que ocasionó la muerte de 50 millones de personas en todo el mundo. Luego, en 1957, un nuevo virus de influenza A H2N2 en el este de Asia, desencadenó una pandemia que puso fin a la vida de 1.100.000 seres humanos en el planeta Tierra. En 1968, una pandemia que se originó en China provocó alrededor de un millón de bajas, y en 2009 un nuevo virus (de origen porcino) que fue detectado en Estados Unidos, se globalizó y causó la muerte de entre 152 mil y 575 mil personas, durante el primer año que circuló.

A principios de 2020, la gente siente que puede volver a vivir el pasado que creía pisado. Concretamente, los seres humanos de todas las latitudes temen que el coronavirus se convierta en una nueva pandemia.

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Los casos reportados en España e Italia evidencian efectos de la internacionalización en materia de salud en el viejo continente. Brasil es el país que confirmó el primer caso en América Latina. Luego México hizo lo mismo, razón por la cual, los gobiernos de esta región del globo, deben prepararse para afrontar situaciones difíciles en el campo de la salud. Es probable que los hospitales se vean desbordados, si la expansión continúa.

Si bien hay cifras que aseveran que en China el número de fallecimientos por este virus ha disminuido, también hay voces que ponen en duda las estadísticas esgrimidas por los gobiernos de distintos países.

El flagelo del coronavirus, pone de relieve también el poder de los medios para instalar ciertos temas en la opinión pública mundial en desmedro de otros que son igualmente dolorosos. Las muertes por hambre y desnutrición, por ejemplo, reportan muchos más casos a nivel global que el coronavirus; sin embargo, estos temas no tienen la misma cobertura mediática.

Retomando el objetivo central de esta nota. ¿Se trata de un virus diseminado por los efectos colaterales de la globalización? ¿O se trata de un producto nocivo elaborado en laboratorios adrede?  Proliferan hipótesis que sitúan el problema en la esfera de la salud y otras que lo encasillan en el campo de la Defensa, enfatizando en el surgimiento de un nuevo tipo de armas, para infringir daños (muertes y sacudones económicos premeditados).

En una reunión en El Cairo, Richard Brennan –director regional de emergencias de la OMS–  resaltó que “no hay evidencia de que este virus se haya producido en un laboratorio, y ciertamente no hay evidencia de que se haya producido como un arma biológica”.

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Por el momento, las mejores armas para afrontar este flagelo global son el seguimiento de la información epidemiológica brindada por la OMS (y por los países afectados por el coronavirus), las investigaciones de brotes para identificar relaciones; y la difusión de medidas de higiene para evitar una mayor expansión.

En la Argentina, desde el Ministerio de Salud expresaron que, según la información actual, el riesgo inmediato para la población argentina es bajo. No obstante, los protocolos sanitarios se activaron por razones preventivas. Esto implicó que las Fuerzas Armadas recibieran una “directiva interna” elaborada por el Ministerio de Salud, comandado por Ginés González García. El Ministro de Salud, en una conferencia de prensa brindada ayer, manifestó que aún no se detectó ningún caso en el territorio nacional y advirtió que está más preocupado por la influenza que por el coronavirus, ya que –según sus estadísticas– casi 32 mil personas murieron en 2018 por neumonía e influenza –virus de la gripe que para combatirlo se emplean medidas de prevención análogas a las que se aplican para el coronavirus–.

La información oficial que circula, sugiere que se trata de una problemática de salud global, pero los ojos de los militares y de los civiles expertos de Defensa observan el desenlace de este enmarañado fenómeno, con suma atención.

 

*Analista internacional especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington; Director y Profesor de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano.