OPINIóN
meritocracia

MercadoLibre es La Salada del ciberespacio

Desconocen nuestro trabajo cotidiano y los miles de emprendimientos populares que creamos, el esfuerzo laboral de nuestros compañeros y el valor social de los proyectos productivos comunitarios. Sólo repiten la palabra clásica para justificar la injusticia social: vagos.

Archivo. Juan Grabois, dirigente social.
Archivo. Juan Grabois, dirigente social. | Juan Obregón

Una yegua flaca, sarnosa, revuelve los restos de los restos en un micro basural sobre el camino de la Rivera. Me recuerda que los unicornios no existen, son seres mitológicos. Allá se extiende la realidad que las cifras racionalizan, la materialidad absoluta que unos kilómetros más adelante explota en un crisol de olores, sabores, sonidos y sensaciones demasiado humanas. Es la fiesta policromática que estalla en el subsuelo del Estado Plurinacional argentino cada día de feria. La Salada, Mercado Libre de los pobres, sigue operando a pesar de la crisis económica y la desgracia judicial de sus administradores. Los puestos brotan como hierba salvaje en el campo fértil de la creatividad popular, dónde el trigo y la cizaña crecen juntos, sin maquillaje.

MercadoLibre es La Salada del ciberespacio. Punta Mogote digital, Urcupiña desodorizada, Ocean después de un blanqueamiento dental. Un flaco administra la feria virtual, un gordo administraba la feria barrial. El gordo masculla bronca en un penal federal. El flaco es el respetado portavoz de la clase empresarial argentina. Obviando cuestiones circunstanciales como ésta, las semejanzas son evidentes: su modelo de negocios es similar, piensan muy parecido, tienen amigos en el poder político y no les gusta pagar impuestos.

"Marcos Galperin el hombre más rico del país pero la empresa que administra goza de beneficios impositivos absolutamente injustificados. Casi no paga el impuesto a las ganancias y el estado subsidia gran parte de las cargas patronales. El unicornio, como muchos otros magnates argentinos, tiene su patrimonio en un paraíso fiscal y recurre a la figura del fideicomiso para eludir impuestos".

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Al igual que Punta Mogote (La Salada), Mercado Libre es una feria muy concurrida que se originó hacia fines de los noventa. Su servicio consiste en ofrecerles a los usuarios un lugar dónde exponer sus mercancías y realizar operaciones de compra-venta. Ofrecen ventajas diversas y gran flujo de clientes a quienes concurren. En algunos casos, la mercadería ofertada es el fruto del esfuerzo de una familia trabajadora o la creatividad de un emprendedor. En otros, procede de un sórdido taller clandestino, un container contrabandeado o el turbio depósito de autopartes ensangrentadas. Ninguna de las dos empresas se hace cargo de la procedencia de los productos. 

Las semejanzas no terminan ahí. Tanto MercadoLibre como La Salada desarrollaron un market-place atractivo, un medio de pago versátil, un negocio financiero floreciente y un esquema logístico adaptado a las necesidades de su core business. Ambas empresas definen de manera unilateral y un tanto arbitraria las condiciones de permanencia en la feria y los términos de contratación para los vendedores. Si no les gusta ¡a llorar a la iglesia! Nada de organismos de control y defensa del usuario. Al comprador le garantizan seguridad y confidencialidad, aunque se reservan el manejo de su información privada de un modo perturbador y potencialmente extorsivo. 

El gordo y el flaco consideran que edificaron su fortuna a partir de su propio talento, esfuerzo e inteligencia. Medido en dólares y prestigio sociales, el flaco tiene un mérito considerablemente superior. El gordo podría alegar que a él le toco inhalar los efluentes que Sadesa, la curtiembre de la familia Galperín, produce en toda la cuenca Matanza-Riachuelo mientras el unicornio pastaba en Stanford. No pretendo negar las habilidades de estos ejemplares del emprendedurismo nacional ni que sus empresas brinden algunos beneficios a la sociedad, pero tiendo a descreer de los relatos meritocráticos de los desheredados como el gordo y sobre todo de los herederos como el flaco.  

El buen capitalista

La entrevista de Jorge Fontevecchia con Marcos Galperin no tiene desperdicio. Hay que leerla entre líneas. Es simpático cómo el unicornio se aleja despacito del gato y se acerca trotando a la yegua, esbozando una pose antigrieta que contrasta con su apasionado macrismo revanchista de los buenos viejos tiempos. En ese contexto, agradece la ley “k” de software a la que se acogió ilegalmente durante varios años para evadir impuestos. Se autodefine como un rebelde constructivo, se jacta de los múltiples beneficios que brindó a la población excluida y cuestiona la desigualdad. Incluso, reconoce que los ricos deberían pagar más impuestos… en Chile y Estados Unidos. 

En determinado momento de la entrevista, Fontevecchia le pregunta sobre el antagonismo entre quien escribe estas líneas y Mercado Libre. La pregunta, cómo está formulada, tiene dos implicancias posibles: (a) resaltar mi crítica a la baja proporción de empleo que MercadoLibre genera en relación a las ganancias que obtiene (b) sugerir que nosotros pretendemos obstruir el desarrollo capitalista que reduce la exclusión porque nos beneficia la pobreza. No me quiero quedar con la duda. Le pregunto a Jorge cual era el verdadero sentido.

"Al igual que Mercado Libre, los bancos, los conglomerados del agronegocio, los monopolios alimentarios, las mineras, las energéticas, los grupos inmobiliarios, los popes de las telecomunicaciones y ciertas empresas de medios obtienen rentas extraordinarias que alimentan fortunas injustificadas en perjuicio de las grandes mayorías".

“Yo estoy seguro que vos que querés que los excluidos puedan progresar. Recordá el primer reportaje que te hice que profundizamos sobre que tu éxito sería que algún día tu tarea no sea necesaria”, responde. Respiro aliviado.  La verdad estoy un poco sensible con el tema. Antes cuestionaban nuestras ideas y métodos para defender a los pobres. Ahora nuestros detractores invierten el argumento y nos acusan de vivir de ellos. Es el nuevo relato de los ricos para deslegitimar la protesta social y la lucha por la redistribución de la riqueza. El propio Galperin, sentado en sus millones y con el caballo del comisario comiendo de su palma, reprodujo este prejuicio insidioso, aunque ahora prefiera evadir la pregunta. 

Para el unicornio amarillo, al igual que el resto de la plutocracia de este país y los políticos que le responden, los movimientos sociales somos parte del problema. Desconocen nuestro trabajo cotidiano y los miles de emprendimientos populares que creamos, el esfuerzo laboral de nuestros compañeros y el valor social de los proyectos productivos comunitarios. Sólo repiten la palabra clásica para justificar la injusticia social: vagos. 

Me he preguntado porque los prejuicios interesados y proyectivos de las élites han calado hondo en la clase media aspiracional y otros sectores de la sociedad que también se ven perjudicados por una matriz distributiva tan desigual. Tal vez sea crean que algún día por arte de magia se convertirán en unicornios y podrán remontar vuelo por encima del resto de los mortales. Tal vez sea más tolerable para la psique humana echarle la culpa los “vagos” que a los unicornios, aunque objetivamente estén más cerca de aquellos que de éstos. Tal vez es más fácil echarles la culpa a las víctimas de sus propios padecimientos que reconocer la naturaleza injusta de la sociedad que todos conformamos.

Podría alegarse, en sentido inverso, que culpar a quienes detentan el poder económico de los padecimientos sociales es también una simplificación y un prejuicio que alimenta la grieta. Qué lindo sería que la grieta pudiera superarse reconociendo que solamente nos separan estas armas discursivas de la lucha política. La solución a los problemas del país llegaría entonces de la mano de un político con buenos modales y bellas intenciones que edifique la unidad nacional como en un cuento de unicornios. El problema es que aún si anulamos los prejuicios y deconstruimos los malos modales, las contradicciones materiales no desaparecen. 

"Los movimientos populares defienden los intereses de la clase social que se amontona debajo de la línea de pobreza. Cuestionan los privilegios de quienes viven holgadamente arriba de la línea de riqueza. No creo que sea posible un esquema en el que ganen todos. Para mejorar la vida de los que están en la base de la pirámide, los de que están en la cima tienen que perder algo".

Afortunadamente, en nuestro país estas contradicciones se manifiestan de manera pacífica, pero la desigualdad creciente va agregándole presión a una olla que amenaza todo el tiempo con explotar. La creciente asimetría entre una inmensa mayoría padece sufrimientos intolerables y ese 1% que acumula fortunas faraónicas es la verdadera grieta, nacional, continental y global. Los movimientos populares defienden los intereses de la clase social que se amontona debajo de la línea de pobreza. Cuestionan los privilegios de quienes viven holgadamente arriba de la línea de riqueza. No creo que sea posible un esquema en el que ganen todos. Para mejorar la vida de los que están en la base de la pirámide, los de que están en la cima tienen que perder algo. Nosotros tenemos una receta infalible para terminar con la pobreza: redistribuir la riqueza. 

El caso de Galperin es paradigmático. Es el hombre más rico del país pero la empresa que administra goza de beneficios impositivos absolutamente injustificados. Casi no paga el impuesto a las ganancias y el estado subsidia gran parte de las cargas patronales. El unicornio, como muchos otros magnates argentinos, tiene su patrimonio en un paraíso fiscal y recurre a la figura del fideicomiso para eludir impuestos. Estos privilegios le han costado al fisco miles de millones de dólares. Sin embargo, siguen creyendo ser los benefactores de la patria, agentes del desarrollo inclusivo y un ejemplo de ciudadano comprometido. 

Al igual que Mercado Libre, los bancos, los conglomerados del agronegocio, los monopolios alimentarios, las mineras, las energéticas, los grupos inmobiliarios, los popes de las telecomunicaciones y ciertas empresas de medios obtienen rentas extraordinarias que alimentan fortunas injustificadas en perjuicio de las grandes mayorías. Su ambición sistémica, cultural e institucionalmente legitimada, es disfuncional para una sociedad que pretenda niveles razonables de paz social, igualdad y desarrollo humano. Nadie les pide que dejen de ganar plata o se despojen de la mitad de su fortuna (como Zaqueo en el Evangelio de ayer) ¡Solo que paguen impuestos más razonables! 

Espero que el nuevo gobierno reduzca los privilegios del 1% y tenga mano firme para promover la redistribución de la riqueza gravando las rentas extraordinarias y las grandes fortunas. Eso es democratizar la economía en beneficio de las grandes mayorías. En la coyuntura actual, es una necesidad ineludible para enfrentar la dramática situación social que atravesamos. En general, las minorías privilegiadas no simpatizan con estas ideas y las resisten tenazmente. Es lógico. Defienden sus intereses. Nosotros, defendamos los nuestros.