Domingo 15 de marzo, un día que seguramente hará historia en la Educación de nuestro país. Ese día se nos comunica que, a partir del día siguiente, quedan suspendidas las clases en todos los establecimientos educativos. Pero me remonto a la semana anterior a estos sucesos, cuando ya se empezaba a hablar de la probabilidad de tener que “dar clases a distancia”. Desde esos días, junto a la tarea de llevar adelante el inicio del ciclo lectivo, los equipos directivos se pusieron a pensar opciones y posibilidades, -evaluando recursos con los que se contaba institucionalmente tanto los equipos docentes como los estudiantes y sus familias-, y se esbozaron hipótesis de propuestas por si “aquello que rondaba en el aire” de que se suspenderían las clases sucedía.
Y sucedió, pero solo a medias. Se suspendieron las clases presenciales, los estudiantes dejaron de concurrir a los establecimientos educativos, pero no dejaron de “ir a clases”. A partir del día uno, las escuelas ESTÁN ENSEÑANDO. En todas las escuelas, con multiplicidad y diversidad de recursos, propuestas didácticas y estrategias, se están produciendo actos de enseñanza, y los niños, adolescentes y jóvenes, ESTÁN APRENDIENDO.
Cómo evaluar a los alumnos en tiempo de aislamiento
Podríamos definir de diversas maneras al aprendizaje. Vamos a elegir una, y decir que es un proceso, que está mediado socialmente, y que implica un cambio o modificación en la comprensión de quien aprende. Las escuelas desarrollan hoy su enseñanza en torno a contenidos centrales, eligiendo aquello que es primordial de entre aquello de lo que se puede prescindir, al menos por el momento (para nosotros, en la jerga docente, elegimos los saberes nodales esenciales para cada ciclo y nivel), entendiendo, finalmente y después de mucho escucharlo por parte de los pedagogos, que la enseñanza no se trata solo de transmitir contenidos, sino fundamentalmente de desarrollar capacidades y competencias esperables para cada etapa de la vida.
El desafío de innovar a la distancia
La tarea de la enseñanza se va perfeccionando cada vez más, en apenas 48 o 72 horas se montaron estructuras que mantienen a las escuelas funcionando sin que directivos y docentes estén en los colegios. Dependiendo de los recursos, se han propuesto aulas virtuales, clases sincrónicas o formatos asincrónicos, grabaciones por parte de los docentes, de voz o de imagen, intercambio de mails o de Whatsapp para quienes no poseen otros recursos informáticos o de conexión y hasta apuntes y cuadernillos que se entregan en mano junto con las viandas alimenticias en las escuelas con menos recursos; un ejemplo de esto último es la ardua labor que llevan adelante las escuelas parroquiales del Arzobispado que se encuentran en la Ciudad de Buenos Aires, que con más de 45.000 alumnos les brindan asistencia ante la crisis sanitaria y socioeconómica, al tiempo que les garantizan la continuidad del aprendizaje, siendo acompañadas cercanamente por la Vicaria Pastoral de Educación de Buenos Aires y Vicaría para la Pastoral en Villas de Emergencia.
Este nuevo escenario de escolaridad a distancia implica por parte de los estudiantes, la apropiación de contenidos (tal vez no tantos en cantidad como en la presencialidad, es cierto), pero también de capacidades de comprensión, de comunicación, habilidades para resolución de conflictos, creatividad, y aprendizaje autónomo entre otras. Y por parte de los docentes, un salto en su capacitación.
Cuando los “popes” de la innovación nos hablaban de procesos de transformación, nos decían que se necesitaba un tiempo de reflexión, de procesamiento del proceso creativo, algo que en condiciones normales era cierto. Sin embargo, vemos a nuestros docentes llevando adelante prácticas de evaluación continua y retroalimentación, trabajo con aulas heterogéneas, porque la virtualidad les permite palpar con mucha más dureza esto de que no todos aprenden igual, que cada uno necesita de un tiempo, una instrucción, una devolución diferente, incluso no todos poseen las mismas herramientas, a algunos los vemos en los zoom, meet u otros, nos ven u oyen en videos o audios que se les envían, se producen intercambios en aulas virtuales con muchos, a la vez que algunos mandan con su celular una foto tomada al papel en donde pudieron hacer una tarea. Otros docentes trabajan partiendo de preguntas, problemas, recursos, textos que abordan desde diferentes áreas o disciplinas, dando una muestra clara de trabajo por proyectos. Éstas son solamente algunas de las varias acciones e iniciativas desarrolladas, que coinciden y también exceden a las presentadas como pilares de la innovación.
Domingo 15 de marzo, un día que seguramente hará historia en la Educación de nuestro país. Ese día se nos comunica que, a partir del día siguiente, quedan suspendidas las clases en todos los establecimientos educativos.
Hoy los docentes también aprenden todos los días, y la innovación en la escuela y en el aula ya no es patrimonio de unos pocos, todos innovamos, porque todos debemos transformar la escuela. Todo esto se da con formatos diversos, y con la característica propia de cada nivel:
- El Nivel Inicial en donde los saberes a transmitir son menos complejos, pero la necesidad del niño y su familia del vínculo con ese tercer actor se vuelve fundamental en el desarrollo de la posibilidad de aceptar reglas de otros entornos, abordar la cultura desde un lugar distinto al del núcleo pequeño, vincularse (aunque sea en forma remota) con otros niños y adultos.
- Los Niveles Primario y Medio, donde el saber ocupa un lugar más central, pero la escuela cumple además la función de “ordenadora” de tiempos y rutinas, transmite la sensación de que “algo en nuestra vida permanece parecido a como era antes”, y en muchos casos acompaña y contiene emocionalmente a chicos y familias.
- El Nivel Superior, en donde los estudiantes pueden aprender, ser evaluados, acreditar saberes vinculados a su profesión futura.
Coronavirus y sistema educativo: la necesidad de acelerar un cambio cultural
Hay en todo el sistema una clara e intencional tarea pedagógica en pleno desarrollo, superándose día a día y dando frutos que son comprobables. Aún no sabemos cómo continúa esto, cuándo retornaremos a la presencialidad, y de qué modo se llevarán a cabo “oficialmente” las acreditaciones de los saberes. Pero lo que sí sabemos, es que estamos muy alejados de la idea de “cuatrimestre perdido” que solemos escuchar por parte de algunas voces en los medios de comunicación.
Sin dudas, la falta de un cuatrimestre de presencialidad, hará que “algo se pierda”, y lo tenemos que aceptar como parte de las reglas del juego que esta pandemia nos ha impuesto a todos. Pero por favor, cuando hagamos el recuento final de nuestro sistema educativo, no olvidemos de poner en el haber todo aquello ganado, ya que, seguramente, a partir de aquí tendremos docentes, estudiantes, y un sistema todo radicalmente transformados, habiendo “ganado” en un cuatrimestre algo que, de forma natural y en las lógicas de los procesos educativos, podría haber tardado hasta décadas en alcanzarse.