Convive con nosotros. El ser humano tiene en su esencia un curioso afán por la universalización, una cualidad que es más argentina que el mate, el asado o el dulce de leche. Y, aunque no se haya dado cuenta querido/a lector/a, también estoy generalizando desde estas palabras.
Es de público conocimiento el violento hecho que ocurrió en Villa Gesell que derivó en la muerte de Fernando Báez Sosa por parte de un puñado de chicos que jugaban al rugby en un club de la localidad de Zárate. Que quede claro: los asesinos de Fernando deberán ser juzgados por la Justicia y les debe caer todo el peso de la ley por el aberrante episodio del que fueron partícipes. Pero no debemos ser nosotros quienes los juzguen, más allá de no poder comprender como jóvenes de 19 y 20 años pudieron cometer tan abominable hecho. En ese sentido, todos debemos replantearnos porqué existe esta escalada de violencia en la sociedad argentina. Porque hoy fueron chicos que practican rugby, pero ayer fueron jóvenes que jugaban al fútbol, al básquet o mismo personas que concurren a un gimnasio. No es algo propio de un solo deporte sino de una crisis que es transversal a toda la sociedad y que tiene como génesis la ausencia de la educación y los valores, tanto en el hogar como en las escuelas.
Fernando Báez Sosa: la tragedia anunciada
En redes sociales y medios de comunicación, algunos oportunistas de turno no dudaron en cargar las tintas contra los jóvenes por ser “rugbiers”, como si esa palabra llevara implícito el mote estigmatizante de golpeadores y asesinos, entre otros atributos que pudieron escucharse. Errónea concepción, propia de estos tiempos de facilistas y rápidas condenas sociales y poca profundización. El rugby, como cualquier deporte, dota a los individuos de muchos beneficios como el cuidado de la salud y el respeto por el otro, ya sea árbitro o rival. No obstante, claro que deben existir rugbiers golpeadores como también existen violentos que practican otros deportes (o no lo hacen), pero no podemos caer constantemente en la universalización. Por algunos casos no podemos meter a todos en la misma bolsa.
La barbarie del verano: la barvariedad de los civilizados
Naufragamos en aguas donde la sintetización está a la orden del día y tenemos que dictaminar verdades absolutas para un hecho o una situación. Bajo este paradigma, solo estamos condenados al error. La generalización es alérgica al pensamiento y solo nos lleva a lugares comunes que parten de la ignorancia o falta de conocimiento y donde solo prima el prejuicio. En tiempos de liquidez informativa, esta manera de simplificar la realidad encuentra su espacio ideal para generar impacto.
En esta ocasión fueron los rugbiers pero convivimos diariamente con las generalizaciones. Que “los políticos son corruptos”, “los curas son abusadores”, “los periodistas no son honestos”, “los empleados públicos son unos vagos” y “los empresarios son cagadores” son solo algunas frases que constantemente se escuchan en charlas de café y que lo único que hacen es dar un enfoque global a las cosas fomentando el divorcio de la reflexión lógica y apuntalando el odio y las rupturas sociales. No tengo duda de que existen políticos corruptos, curas abusadores, periodistas deshonestos, empleados públicos vagos y empresarios cagadores pero no se puede estigmatizar porque también existen quienes no lo son.
“Cuando todo se generaliza y se simplifica pierde categoría, desde luego que el país es mucho más diverso que eso” reflexionó el inolvidable periodista Pepe Eliaschev en una presentación de su libro “Me lo tenía merecido”, allá por el año 2009. Sus palabras invitan a la reflexión y la acción. La sociedad argentina en su totalidad debe sortear estos lugares comunes, alejándose del simplismo y asumiendo una mayor responsabilidad en sus análisis. Solamente la rigurosidad en la opinión nos erradicará de la generalización y así, tal vez, no fracasaremos en la tolerancia.