En términos mitológicos, hemos pasado de Sísifo en tiempos de la cuarentena, subiendo, una y otra vez la piedra cuesta arriba, a Prometo, en un intento de robarle el fuego a los dioses para terminar con el virus. Pero no es así, de ningún modo, aunque en Madrid vayamos de terraza en terraza, alegremente, y solo nos angustiemos porque al anochecer la brisa fresca anuncia el otoño.
Cualquiera que se dé un paseo por la ciudad ve cierta armonía en contraste con las cifras que suben sin parar e intimidan al presagiar lo peor. Ayer Madrid cobró cierto brío porque se empieza a notar no solo el regreso de las vacaciones sino el comienzo de la actividad después del verano: septiembre es el marzo austral, la rentrée, el comienzo de las clases, el regreso al trabajo, los estrenos y las novedades literarias.
Poco a poco se irá va viendo que todo viene suministrado en nuevos formatos, complejos, precarios e, incluso, algunos con vocación de perpetuarse.
La vuelta al cole es complicada e incierta. El problema no es solo para España, donde pareciera que la incapacidad de prever y organizar el ciclo lectivo en la pandemia es una tarea homérica –para seguir con los griegos–: en todos los países europeos, con mayor o menor medida, es difícil de resolver la cuestión. Alemania que se suele poner como el paradigma de la eficacia, no tiene menos problemas que Francia o España con este tema y, al igual que aquí, al ser un Estado en el que conviven legislaciones y criterios de diferentes länder, todo es más difícil. Allí también se discute el número de alumnos ideal por clase, el protocolo ante uno o más positivos en un colegio y la distancia de los niños en el autobús escolar. Eso sí, tienen una ventaja y no menor: en el caso de que un niño deba realizar cuarentena uno de los progenitores tiene cobertura laboral para quedarse con él en casa; aquí la hay, pero provisional y el tema no termina de aclararse.
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El regreso al trabajo también es complicado, pero no tanto hoy como mañana. El fantasma reside en el teletrabajo, el cual silencioso avanza hacia una nueva relación laboral que se mueve con sigilo y va colonizando las formas actuales de trabajar. Sin que se note y sin generar mayores desavenencias. Hasta ahora la digitalización había cercenado puestos de trabajos en la banca y los servicios; el teletrabajo era una tendencia que crecía de manera lenta, buscando una fórmula de desarrollo e implantación eficaz, pero la pandemia ha explosionado esta modalidad laboral llevando su práctica a sectores que jamás se habían planteado su uso. Con ello, se deslocaliza al personal de la empresa, ya que comienza a trabajar desde su casa, pero ese desplazamiento puede variar de ciudad y de país. Al cambiar de geografía, cambian las relaciones contractuales y la revolución de los call centers que en el ámbito anglosajón operan desde la India y en el horizonte español, por ejemplo, desde Lima o Buenos Aires, presagian un cambio a mediano plazo con efectos poco alentadores. El trabajo, entonces, como hoy lo conocemos, no tiene mucho vuelo: de Prometeo a Ícaro.
Ayer el presidente Pedro Sánchez reunió a los líderes empresariales y sindicales para hablar de "recuperación, transformación y resiliencia" bajo el eslogan "España puede". Esta semana empieza la ronda de contactos con los partidos políticos de la oposición en busca de apoyos para la votación en el Congreso de los Presupuestos Generales del Estado, herramienta básica y necesaria para recibir y destinar los fondos europeos que financiarán la crisis. El presidente también necesita el fuego de los dioses para que no se le derritan las alas en el vuelo de esta legislatura (y con él volamos todos).
Siempre ha sido todo precario y provisional, el problema, ahora, es que hay pocos relatos en los que distraerse para evitar la tensión existencial. Una fuga hacia adelante a mano es la serie inglesa Endeavour que se puede ver en la plataforma Filmin, la cual, junto con la biblioteca conforman un frente sólido contra todos los ataques externos.
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Endeavour es la adaptación de las novelas que el escritor inglés Colin Dexter escribiera con este personaje como protagonista. Endevour Morse es un exalumno de Oxford, melómano, el cual, de algún modo extraviado en su vida y sin saber muy bien qué hacer, se suma al cuerpo de policía británico y aterriza como investigador en Oxford nuevamente para resolver un caso, luego del cual se quedará allí. Morse va por la vida sin saber bien que hacer con ella, tratando de encajar con una vocación desnaturalizada, un entorno afectivo difuso y una realidad que, como a todos, no le da tregua. Morse es posmoderno: se adapta, muta y avanza. Pero Morse es patológicamente inteligente, usa sus amplios conocimientos culturales para sobrevivir y resolver sus problemas y está atravesado por Keats: "La belleza es verdad y la verdad belleza".
Viendo la serie, en lugar de conseguir fugarme de este infierno no hago otra cosa que internarme en él, pero, a veces, como pasa en los laberintos me ayuda a salir por arriba. En un capítulo, luego de sortear un caso que consigue tambalearlo anímica y moralmente, antes de despedirse, su jefe le dice: "Morse, piensa en la belleza; hay algo que la oscuridad no podrá quitarte". Eso es todo.
MR/FF