OPINIóN
Columna

Federico y su extraña visión del mundo

Federico Manuel Peralta Ramos hubiese cumplido 81 años que seguramente habría celebrado con un asado o con una exhibición de su fe "Gánica".

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- | gentileza del autor

Federico Manuel Peralta Ramos hubiese cumplido 81 años que seguramente habría celebrado con un asado de gran campeón o con una exhibición de su fe “Gánica”, la religión que creó para justificar sus ansias de libertad.

Nació el 29 de enero de 1939 en Mar del Plata, la ciudad que había fundado su tatarabuelo. Por designio paterno estudió arquitectura, carrera que no concluyó para dedicarse a “trabajar de hijo”, ya que su presencia en el estudio familiar convulsionaba a toda la concurrencia.

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Convertido en una estrella “porque salgo de noche” frecuentó a la bohemia porteña que mostraba  las nuevas tendencias en el Di Tella, donde Federico exhibía su “torpeza repetida” transformada en un estilo tan personal como alocado..

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Ganó el Premio Nacional del Instituto Di Tella en 1965 con un huevo gigante de yeso y madera titulado “Nosotros afuera”, al que paradójicamente destruyó con un hacha ante los ojos del jurado que lo había consagrado.

Su humor e ironía solo podrían compararse con la de su amigo Jorge de la Vega, de quien solía interpretar “El Gusanito” y “La hora de los magos”.

A él le gustaba acá

Con el tiempo y siguiendo la consigna de “pintar sin saber pintar, escribir sin saber escribir, cantar sin saber cantar”, grabó un disco (que se vendía en farmacias y disquerías) del que se hicieron 1333 copias con los temas “Soy un pedazo de atmósfera” y “Tengo un algo adentro que se llama coso”, que interpretó en el show de Tato Bores, donde sus incursiones televisivas difundieron su imagen de “loco lindo”.

A la vez continuaba sus exposiciones, como el buzón que exhibió en la Galería Álvaro Castagnino (ufanándose cuando lo vendió de ser uno de los pocos en lograr tal proeza). En 1964, cuando se percató que los cuadros que iba a exponer en la Galeria Witcomb no entraban por la puerta, no tuvo problema de cortarlos con un serrucho y exhibirlos separados.

Se compró un toro campeón de La Rural con la intención de exponerlo, como él mismo se había expuesto. Su padre, para no doblar el valor del animal, internó a Federico en un neutropsiquiátrico, donde inmediatamente organizó el festival del mate cocido con los demás internos.

Legendario es el destino que le dio al dinero de la Beca Guggenheim, tres mil dólares que dilapidó generosamente en una cena en un clásico hotel porteño (hay versiones que señalan al Alvear, otras al Plaza). La noche terminó en Afrika, un conocido boliche de la Recoleta.

Cuando la entidad de enteró del insólito destino, Federico contestó en una conceptuosa carta donde le aclaró a la Fundación que esa era su obra de arte. “Leonardo pintó La última cena, yo la organicé”. Esta carta está exhibida en la sede de la Fundación Guggenheim…

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Para completar su cosmovisión tan particular del Universo, fundó la religión Gánica en la que mediante 23 mandamientos defiende su postura de hacer lo que se tiene ganas y “creer en el gran despelote universal”.

En 1992 sufrió un infarto masivo. Mientras su hermano lo asistía para llevarlo desde el departamento de sus padres en la avenida Alvear al CEMIC para internarlo, Federico le preguntó a dónde lo llevaba. Al enterarse le pidió “llevame al Little Company of Mary” donde estaba internada la Coca Sarli. Esas fueron sus últimas palabras.

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El surrealismo, el disparate y la ironía lo acompañaron hasta el último momento, ya que al ser velado en la casa de sus padres, el cajón que habían llevado le quedaba chico y para poder cerrarlo se las vieron en figuritas creando una situación tragicómica como culminación de la vida de este Duchamp criollo, de este dadaísta de La Biela, que entregaba a todo el mundo un papelito manuscrito que decía: “Serás lo que tengas que ser, y déjate de joder”. Aunque por lo visto Federico no aceptó su mandato familiar y jamás dejó de “joder” para ser un alma libre, ese coso convertido en un cacho de atmósfera, que gustaba autotitularse como lo había definido su psiquiatra: un psicodiferente hasta el final.