Bonasso (Miguel Luis) tiene problemas con la derrota. Cuatro décadas atrás, los tramitaba a través del atletismo, en particular las carreras de larga distancia, que -en su caso- podían medirse en miles de kilómetros. En el siglo XXI, quien supo dedicarse al periodismo, los dirime con la velocidad de sus dedos sobre el teclado de la máquina de escribir, menester más protegido.
Seis años después de haber borroneado un “ensayo argentino”, deshonroso en lo que a mí respecta (2014), gané un exhaustivo juicio (2019), en el que produje toda la prueba que me fue posible presentar. O sea, me expliqué, me defendí, y di mis razones en los tribunales y ante la opinión pública. El fallo se refirió a hechos alegados y probados, y la sentencia declaró el derecho de todos los litigantes. Esto es, el demandado y a la postre condenado, fue asistido por las garantías requeridas para la ocasión.
No me parece que defender mi honor frente a expresiones infamantes, conspire contra la libertad de expresión. Aceptarlo, sería dar por bueno que el que escribe puede falsear la verdad e insultar, escudado detrás de un derecho que sería más poderoso que cualquier otro.
Es un principio firme que no hay pretexto que ampare a nadie que agravia, injuria, calumnia y difama. No se protege la falsedad, ni la mentira, ni la inexactitud. El límite es el autocontrol en la futilidad de lesionar derechos de terceros.
Réplica de Bonasso: "Un fallo contra la libertad de expresión"
El sistema mediático se asienta sobre una premisa de libre entrada de ideas, opiniones, información, etcétera, y también sobre un régimen de responsabilidad ulterior. El que vulnera dicho sistema alegremente, lo que está haciendo es reclamar para su uso y abuso el permiso de ser irresponsable e impune.
Por lo demás, infamar en un libro ni siquiera tiene la excusa del imperioso tiempo de cierre de la edición de un diario. Una cosa es la urgencia periodística; otra, es contar con años para indagar sin ser desaprensivo. Por ejemplo, llamar al señalado (a mí, en este caso) y preguntarle si algo es verdadero o falso.
Ningún proclamado periodista, lo sea o lo pretenda, tiene bandera de corso. El límite es ser veraz y no escupir verbalmente al rostro del sujeto sobre quien se pretende informar. Anoticiar libremente no es sinónimo de tener la libertad de ajusticiar a nadie mediante falsedades. La libertad de prensa sólo es absoluta en el aspecto en que no debe existir censura previa. Las noticias ofrecidas deben ser veraces, actuales, de interés general, y jamás propaladas de manera distorsionada.
Esto es incontrovertible, mirado desde las leyes, la jurisprudencia y el sentido común, hasta desde cualquier código deontológico de todo medio de comunicación, incluso los parroquiales, obituarios incluidos.
Rafael Bielsa le ganó un histórico juicio a Miguel Bonasso
El condenado Bonasso ha fatigado canales de televisión y redacciones dando a entender que el fallo del juez Gastón Polo Olivera limita “su propia” libertad de prensa. El juez aceptó, en una decisión de 78 páginas, que mi labor como Síndico General de la Nación fue positiva; que estuve secuestrado, desaparecido y torturado en “La Calamita”, que no entregué a nadie y que jamás le reclamé al Estado suma de dinero alguna; que mi desempeño en Sedronar fue conforme a derecho; que no cometí ningún delito mientras fui Canciller de la Nación; y que el demandado hizo afirmaciones disvaliosas y repudiables, sin haber respetado normas mínimas del periodismo, como por ejemplo dignarse a investigar con seriedad (y no en reportes cloacales de las redes canallas) sobre aquello de lo que escribía, por lo que lesionó mi dignidad.
No veo qué tienen que ver estas cosas ni con la prensa ni con la desprotección de una libertad cardinal en el Estado de Derecho. Por ello, mi demanda tuvo favorable acogida.
La estrategia de escapar de la derrota tiene un problema, como lo tiene mirar al abismo. En este último caso, según Nietzsche, el riesgo es que el abismo devuelva la mirada. En el primero, que darle la espalda la estimula a que se convierta en una perseguidora infatigable. Aun para un velocista.
Cuando alcanza al que huye, es raro que tenga la paciencia de mirarlo cara a cara. Por lo general, la derrota desairada envuelve, empuja y hace morder el polvo. Eso me enseñó, tempranamente, mi experiencia personal.
Tal como lo hice en la última ocasión, esta será mi única y última comunicación por escrito y pública respecto del condenado. El resto, lo tramitaré en los juzgados. A eso me obliga la ley; la general, la que rige para mí y para mis compatriotas.
Los fueros personales terminaron en la Argentina, por si el condenado lo ignora, desde 1853. Comprendo. Debe de resultar muy difícil para una persona escapar y estudiar al mismo tiempo.
RB