Hemos visto salir a la opinión pública una serie de eventos de violencia protagonizados por adultos jóvenes en contextos en los que se esperaría que se diviertan: vacaciones, playa salidas a bailar. El más terrible, y que propulsa la preocupación social, es asesinato a golpes de Fernando a la salida de un boliche de Villa Gesell.
Este caso sólo es una muestra de lo que pasa cotidianamente en la noche de nuestros jóvenes, sólo que las más de las veces no termina en muerte.
Esta violencia no es propiedad de clase social alguna y se repite con algunos rasgos comunes desde las bailantas del Conurbano Bonaerense hasta los boliches más exclusivos de la Costa Atlántica.
¿Cuales son los algunos elementos comunes necesarios para que esta escena se repita? La presencia de un violento, drogado o no, alcoholizado o no. Siempre, en la sociedad va haber algunos miembros que tienen una tendencia a ejercer la violencia sobre otros. Eso es irreductible. Y no considero que sea lo central del problema.
El tema que me permite explicar parte de los condicionantes para la perpetuación de la violencia es la valoración que le da el grupo de pares a la aparición de ese sujeto especialmente violento. Cuando la valoración es positiva, el o los violentos son alentados. Esto se ve en diferentes escenas donde le gritan a el o los agresores: ¡“Matalo! Pegale!” O insultan y denigran a la víctima.
Hay al mismo tiempo un número mucho mayor de jóvenes que son observadores no participantes, la escena para transcurrir, requiere de su pasividad. Saben lo que está sucediendo y por temor o indiferencia no intervienen para impedirla.
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Mientras haya grupos que aplaudan la violencia y mayorías que temen involucrarse para frenarla, ésta se va a perpetuar y florecer.
A esta altura pueden preguntarse por qué tantos jóvenes de diferentes estratos sociales aplauden a los violentos de “su” grupo. Lamentablemente la violencia es efectiva construyendo identidades. Dicho en primera persona, el otro, el que es del otro grupo, del otro club, de otra clase, de otra característica, no es un igual mío, no forma parte de mi misma humanidad, no merece ningún respeto, es un ejemplo de lo que no somos, ni queremos ser y si tiene la osadía de desafiar lo que mi grupo considera su territorio es alguien que debe excluirse, denigrarse, maltratarse y en caso extremo eliminar.
Así nuestro grupo, y por ello cada miembro del mismo, es poseedor de todas las virtudes y bondades, y el otro es una lacra, un desperdicio, una contaminación tratando de respirar NUESTRO mismo aire, y si hace eso se merece el castigo. “se la buscó por tratar de mezclarse con nosotros”. En esa lógica, el violento es visto como un héroe o si hay alguna crítica, es alguien que excedió en la defensa de la identidad grupal.
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Si incluimos en la violencia sus diferentes formas: la verbal, la psicológica, la social, y finalmente la física, ese otro a combatir encuentra en cada grupo distintos argumentos que justifican el accionar violento.
Así jóvenes mujeres pueden patear la cara de otra chica acusándola de linda, un grupo de adinerados excluir al que tiene menos, un grupo de argentinos a los extranjeros y así interminablemente. Todo en función de decir nosotros somos, este es nuestro territorio y esos no son nosotros.
Entonces ya tenemos tres elementos comunes 1 el violento, 2 algunos admiradores y 3, una mayoría observadora no participante más la construcción de identidad y la territorialidad.
¿Cuál es el cuarto elemento común? Los consumos de sustancias, que afectan la capacidad de pensar y de juzgar moralmente los actos. Ya sea alcohol o cocaína.
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Los consumos se han multiplicado en los últimos 20 años y los argentinos ya tenemos el dudoso mérito de ser los
primeros en el ranking latinoamericano de consumo de alcohol per cápita. De lo que no hay ninguna duda es que esos consumos son facilitadores de las conductas disociales.
Haciendo un salto a los macrosocial, me pregunto: ¿es posible que los ejemplos nacionales de construir identidades políticas mediante la exclusión de los que piensan diferente y calificar al otro de enemigo, constituyan un modelo simbólico equivalente al descrito en los jóvenes, y sea a su vez promotor de estas violencias?
Como ciudadano intuyo que sí, y también creo que le debemos a los jóvenes un modelo de convivencia, de resolución de conflictos y de construcción de identidad menos violento e igual de eficaz. Pero es algo que debe responderse desde otras disciplinas.
* Medico Psiquiatra, APSA. Vicepresidente del capitulo de Psicoterapias de la Asociación de Psiquiatras Argentinos.